Francisco Gómez Maza
• Dios y el Gobierno son cómplices
• Son el salvavidas o la condenación
Para una porción de los mexicanos, generalmente afines al integrismo, y muy ruidosos, tanto ignorantes como escolarizados (profesionales del periodismo o de cualquier otra materia), el providencialismo es una salida a su irresponsabilidad individual.
A mayor irresponsabilidad, mayor expectativa del poder de salvación o condenación que ejerce su Ser Supremo sobre ellos y sus haciendas.
De todo lo que les acontece en la vida, y de lo que no, responsabilizan, culpan a la divinidad, a Dios. Le achacan a este “ser invisible”, existente en su imaginación, todo lo positivo y todo lo negativo que les pasa. Su felicidad o su infelicidad son obra de Dios. Ellos no tienen libre albedrío para ser arquitectos de su propio destino, con lo canta el poeta mayor, Amado Nervo.
Si se portan “bien”, Dios los premia; si se portan “mal”, los castiga. De ahí que todos los consejos que se dan mutuamente, y especialmente en tiempos de crisis económica, de ganancia, de pérdida, de nacimiento, de casorio, de muerte, y ahora de dolor y llanto por los estragos que está causando la pandemia del coronavirus, sean de imploración, de convocación, de “buenos deseos”: no paran de decirle al familiar, al amigo, a la amiga: “Dios te bendiga”, “bendiciones”, “primero Dios, se salvará”, “que Dios lo tenga en su gloria”, “Dios contigo”. En el fondo está el miedo, el pánico.
Cuando todo vuelve a la normalidad, cuando ya no hay angustias, ni motivos de depresión, ni de dolor y lágrimas, cuando la situación entra en calma, se olvidan de Dios. Éste sólo fue un salvavidas en tiempos de pandemia.
Pero su teología moral les dice que Dios es el cuidador, es el ser que ordena el bien y el mal, la fortuna y la desgracia de los seres humanos. No se les ocurre pensar que muchos mueren, no porque Dios así lo quiera. Enferman y mueren por descuidados, porque no respetaron los protocolos de protección personal y familiar: ni cubreboca, ni sana distancia, ni ninguna medida sanitaria para hacer frente a la maldición del virus. Muchos alardeaban (muchos siguen alardeando) de que ellos eran (son) inmunes, que la enfermedad no los puede tocar, cuando no la niegan, y de repente resultan contagiados.
Pero no se quedan aquí. Trasladan su creencia de que Dios es responsable de todo, a sus gobiernos. Para ellos, el Gobierno es la imagen de Dios en Palacio de Gobierno. El doctor López Gatell, vocero del sector salud, quien informa de cómo los científicos médicos están enfrentando los estragos del gripón llamado Covid-19, es un criminal. Lleva ya 35 mil muertos de Covid-19.
Y el periodista providencialista dice a sus lectores: López Gatell es un mentiroso, un asesino. López Obrador, el presidente, merece castigo; merece irse porque es un ignorante y además va a implantar el comunismo en México. Y el comunismo es la contraparte de Dios, el dios de esos mexicanos que creen que Dios es el culpable de todo.
Obviamente, tienen temor de decirle a ese Dios, impuesto por los “conquistadores”, que es un mentiroso, que es un criminal, que es un asesino. Temen el castigo divino. Pero trasladan a Dios a la persona de sus “gobernantes”. A éstos sí les pueden reclamar. Mi paisano Ramón Zurita Sahagún comentó hace unos días que el Subsecretario de Salud pasó de ser una gran estrella del firmamento mexicano, el hombre más esbelto y guapo, un gran comunicador, al ser más odiado por sus aduladores. Qué fácil es pasar de la adulación al desprecio abierto. En realidad, adulación y vituperio vienen siendo lo mismo.
Y López Obrador es el demonio mismo, que debe ser devuelto a las llamas del Infierno de dónde nunca debió de haber salido, no obstante que fue sentado en La Silla por el voto de poco más de 30 millones de mexicanos, el único presidente electo democráticamente en la historia de México. Ni siquiera Benito Juárez, ni siquiera Francisco I. Madero, ni siquiera Lázaro Cárdenas.
En fin, déjelo así. Se trata del abarrotero negocio de las creencias del mexicano, que se quedó entre los usos (abusos) y costumbres coloniales de hace unos 400 años: Entre Papá Dios y Papá Gobierno, los responsables, los culpables de la felicidad y de la infelicidad de los mexicanos.
Peor aún, de periodistas que se creen la esencia de la sabiduría, de la destreza para “informar” y condenar, desde la cátedra, desde donde aprueban o desaprueban a quienes no reconocen su sacrosanta autoridad de condenar. Y lo hacen con sus alteridades porque no pueden condenar a su Dios.