Francisco Gómez Maza
• Abroga López Obrador la “reforma educativa” de Peña
• La nueva deberá ser para la libertad y el conocimiento
Para empezar, se impone una aclaración muy pertinente. Una cosa es la educación y otra la instrucción. La educación implica modos, maneras, formas del comportamiento. Se da, o debe darse, desde que el individuo humano está formándose en el vientre de la madre y nunca para de darse mientras el ser humano esté en este mundo. La instrucción tiene muy poco que ver con la educación. Es una actividad impartida por el Estado (en muchos países capitalistas también por empresas particulares) para imbuir conocimientos, particularmente métodologías para aprender el conocimiento, la filosofía, las humanidades, la ciencia, la tecnología. La buena educación es adquirida por los humanos desde el seno materno, en la familia y en las relaciones sociales.
Pero en las sociedades se ha dado en llamar educación a la instrucción en base a la definición literal del concepto o el verbo educar: Verbo activo transitivo. Se define en orientar, dirigir, conducir, encaminar, doctrinar, enseñar o instruir a alguien, en especial a una persona, o de animales domésticos. Perfeccionar la facultad de tipo intelectual y moral del niño o del joven por medio de la regla, ejercicio o precepto. Instruir los buenos empleos de civismo y urbanidad.
Sin embargo este escribidor prefiere hacer la diferencia. Educar se refiere al carácter, a la personalidad. Instruir, al traspaso de conocimientos o metodologias para adquirir el conocimiento y para investigar, sobre todo otorgar medios para que el ser humano parta de la duda cartesiana y por ese camino llegue al conocimiento y no solo eso, sino que sea autor de descubrimientos.
Curiosamente, coincidentemente con el criterio de este escribidor, la institución encargada de la cuestión, a partir de la era independiente (1821) fue el Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, que en 1867 se transformó en Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, y desde 1905 se llamó Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Después de 1917, los estados y los ayuntamientos asumirían las funciones respectivas, hasta la inauguración de la actual Secretaría de Educación Pública, en 1921.
El Estado democrático es el encargado de la instrucción pública (no voy a llamarle educación por convicción personal, que puede inclusive ser rebatida por alguien más sabio), pero esa instrucción tiene que estar dirigida a crear un ser humano integro, como dicen los profetas, un hombre (varón y mujer) nuevo que vaya por el mundo en estado consciente y que actúe libremente; que sea consciente y libre, Inclusive que sea crítico, que dude hasta de lo que en estos momentos estoy yo escribiendo; que dude de lo que el maestro le enseña; que dude de lo que el autor escribió en el libro, para que a partir de la duda construya su propia personalidad, su propia conciencia, su propia libertad, para construir, junto con otros seres humanos conscientes y libres, una sociedad justa y equitativa y una economía que privilegie a todos y no sólo a un grupo hegemónico que se adueñe de los grandes medios de producción como la tierra y el subsuelo, por mencionar algunos.
En base a estos conceptos, muy personales, aunque me gusta la declaración freiriana de educar para la libertad, la educación que propuso la reforma de Peña Nieto, de todo tenía menos de instrucción y mucho menos de educación. Un príncipe que vive en medio del boato no tiene capacidad ni para instruir ni menos para educar. La reforma educativa fue una farsa entonces.
Yo no sé lo que estén pensando los “educadores” o expertos en “educación” del nuevo gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero si éste abroga la reforma de su antecesor y no propone una que sea liberadora, maldita la hora en que va a dedicarse a “educar”. Tiene que tener muy claro que la educación no la puede dar el Estado mexicano porque el Estado mexicano está muy mal educado. Y nadie da lo que no tiene. Inclusive su partido, el Morena, integrado por diversos colores y sabores, de chía, de horchata, de melón y sandía y muchos rábanos, o sea rojos por fuera y blanquecinos por dentro.
Si Andrés Manuel no tiene conciencia de que la escuela pública no va a educar sino a sentar los cimientos del conocimiento, que no se meta en camisa de once varas. Que se quede donde está. Que abrogue la ley de educación de Peña Nieto y que retorne a los viejos moldes de los llamados educadores mexicanos del siglo antepasado, que esos sí sabían que había que instruir a la gente para que no fuera engañada por nadie. Y que respete a los maestros que dan su vida por sus discípulos, enseñándoles a leer, a escribir, a sumar, a restar, a multiplicar, a dividir y a hablar con los padres de familia para que sean buenos educadores de sus hijos, para formar personas conscientes y libres. Mucho del gran problema de la humanidad actual, integrada en su mayoría por idiotas de oídos tapados y ojos enceguecidos por la tecnología diabólica que nos invade, es la inconciencia y la esclavitud.
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