Francisco Gómez Maza
• Lupus est homo homini
• Entre gangas te veas
Ah, el mercado.
Esa mano invisible, engañosa, mentirosa, que asegura que la suma de los egoísmos traerá la felicidad al mundo, en una “solidaridad” interesada en los bienes del otro. El asalto entre las avaricias: tú me vendes esto que me gusta, o digo que necesito, y yo te pago un precio “justo”; o yo te pago un precio justo y tú me das gato por liebre.
Así es este negocio del capitalismo, inspirado por los ciudadanos salvajes, depredadores, predicadores de la bondad humana, del perdón divino, de la “igualdad”, cuyos intérpretes se dedican a perpetrar salvajadas como comprarle (mejor dicho, atracarle) al trabajador su fuerza de trabajo a precio de ganga, y obligarle a dar todo lo que da para aumentar su propia productividad y sus ganancias a la enésima potencia, y abandonarlo a su suerte en ese camino de la explotación del hombre por el hombre.
Homo homini lupus, locución creada por el comediógrafo latino, Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, donde dice: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre y no hombre, cuando desconoce quién es el otro).
Como nos lo recuerda, magistralmente, el periodista español, Pedro Luis Angosto, en La Riqueza de las Naciones (“The Wealth of Nations”), escrita en 1776, Adam Smith afirmaba que la suma de los egoísmos y de los intereses particulares llevarían, al final, a la felicidad de la Humanidad:
“Pues quien propone a otro un trato le está haciendo una de estas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así obtenemos de los demás la mayoría de los servicios que necesitamos.
No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas…”.
La apelación de Smith al egoísmo, a la búsqueda del interés personal, por encima de cualquier otra cosa, provocaría que todos los seres humanos se ocupasen de dar a sus semejantes el mejor producto, al mejor precio y en las mejores condiciones, para lo que resultaban imprescindibles dos cosas: Una, la honradez del egoísta -cosa muy contradictoria- para no dar gato por liebre ni aprovecharse de situaciones ventajosas; y otra, la progresiva desaparición del Estado del mundo de las transacciones económicas, quedando para él los cuidados de la política interior, el orden, y de la política exterior, o sea, los mercados a conquistar por una nación determinada.
En este ajetreo ideológico nos han metido los llamados mass media, o equivocadamente llamados medios masivos de “comunicación”, cuyo mandato es precisamente machacar las ideas del viejo Smith, de compre “lo mejor”, aunque el producto sea una porquería más temprano que tarde, y pague por él a precio de oferta.
Y los ciudadanos, convertidos en consumidores, como los gusanos que acaban con un cadáver putrefacto, caen redonditos y le entregan al vendedor de sueños su salario a cambio de satisfacer los caprichos de su ego, en vez de consumir los alimentos fundamentales requeridos para el desarrollo humano, la óptima salud, una vida maravillosa y, al final de los años, un placentero viaje hacia la Gran Terminal.
Pero el mundo no está en esta sintonía. Es el mercado ciego el que norma el comportamiento humano. Y, como lo hemos dicho siempre, además, ya no son las ciegas leyes del mercado, las de la oferta y la demanda, o al revés volteado, las que norman las relaciones de atraco mutuo, o de depredación de la vida del más débil, sino las leyes de la necesidad y del abuso. A ti, trabajador, te pagan un sueldo miserable y te obligan a trabajar jornal y medio y, si pudiera y tú fueras un súper hombre, te exprimirían las 24 horas del día.
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