Francisco Gómez Maza
• ¡La que nos espera!
• Las cosas, al tentar
Se acabaron las fiestas de fin de año y principios del año nuevo. Ahora los mexicanos vuelven a la difícil e ingrata realidad de un país hecho trizas, con estultos, antieconómicos y, por tanto, injustos aumentos de precios, pre campañas políticas anodinas, mediocres, que no prenden, como la del panista revestido de priista y tapadera, José Antonio Meade, o la del oligarca Ricardo Anaya y la del fundamentalista Andrés Manuel López Obrador.
Y todos le entran al juego de una democracia ficticia, mañosa, tramposa, que – ya sabemos – será manipulada por el fraude, por la compra de votos, por la compra de conciencias, por el reparto de dinero del erario para ganar voluntades.
Estamos a medio año de que todo ocurra para bien de las clases dominantes, no para bien de los trabajadores; ni siquiera para aquellos millones que vendan tu dignidad por una sopa maruchan, o un monedero electrónico, o una tarjeta bancaria con algo de dinero para saciar el hambre de unos cuantos días y volver de nuevo a ser casi esclavos de un sistema corrupto en donde reina la impunidad. (Detener a unos cuantos ex gobernadores por corrupción no exime a los acusadores de culpa alguna, porque la corrupción es la forma de vida, la filosofía existencia de la inmensa mayoría de los miembros de la clase política).
Ya veremos campañas de más de lo mismo para repetir el cuento de que “ahora si” con Meade, de que “ahora sí” con Anaya, de que “la tercera es la vencida” con el tabasqueño, que como Meade y Anaya no es garantía de un cambio verdadero, porque también, y como Vicente Fox o Calderón, a veces se le va la boca y sus palabras se convierten en un búmerang que le merma credibilidad.
Su ventaja – alguien me dijo por ahí que ya cubre el 30 por ciento de los votos del primero de julio – se le vuelve desventaja porque se pierde en una realidad ficticia, que no es la realidad mexicana en la que el que gana es el que tiene la sartén por el mango, el que maneja el Erario o los capitales del gran capital. Y chance y tenga que intervenir el Ejército para evitar que tabasqueño se siente en La Silla.
Así, López Obrador me parece un iluso que cree y confía en una democracia ficticia, de pelea de box arreglada, de partido de futbol comprado, de fraude, que sólo sirve para que los ladrones sean elegidos como gobernantes, como ocurre desde por lo menos hace 2000 años, cuando el pueblo judío eligió al ladrón y exigió la muerte del que el gobernador romano, Poncio Pilatos, había juzgado justo, sin delito que castigar.
En estas estaremos, pues, metidos en los siguientes seis meses hasta que se celebre la jornada electoral, en la que los poderosos no permitirán que el fundamentalista sea declarado presidente de la república porque no conviene a los intereses de la patria y la patria para estos hombres del poder, son sus intereses económicos y los intereses de los detentadores de los grandes medios de producción y, en última instancia, los intereses del capitalismo manchesteriano de Wall Street y de Washington. Y México, los mexicanos, seguirán sumidos en la pobreza, en el desempleo y el empleo injustamente remunerado, mientras los políticos de la derecha seguirán abultando sus cuentas bancarias en los paraísos fiscales.
Y para el pueblo continuarán los aumentos de precios (como los que decretó Miguel Ángel Mancera, hace unos días), los gasolinazos, las reformas constitucionales para proteger a los poderosos y joder a los pobres, y a nadie le importará que, ya sumido en la crisis, la economía nacional tenga que hacer frente a la peor de las crisis económico financieras que se avecina en los mercados internacionales, particularmente en las potencias capitalistas de América y Europa.
Y a nadie le importará que la economía mexicana sea devastada por la política proteccionista, absurdamente proteccionista, del gobierno de los Estados Unidos, que odia todo lo que huela a prieto mexicano.
Así, parte de la realidad que estaremos sobreviviendo… Que ya viene desde hace poco más de cuatro décadas, desde que los gobernantes adoptaron para México el más inhumano de los modelos económicos: un capitalismo salvaje que no deja títere con cabeza y que crea pobreza y miseria.
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