Francisco Gómez Maza
• López Obrador, nacionalista fundamentalista
• En México, la izquierda se diluyó en el FDN
Cuentan las malas lenguas historiadoras que el término izquierda política, como el de derecha política, tienen su origen histórico en la votación, que tuvo lugar el 14 de julio de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente, surgida de la Revolución francesa, en la que se discutió la propuesta de un artículo de la nueva Constitución por el que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa.
Los diputados que estaban a favor de la propuesta, que suponía el mantenimiento de hecho del poder absoluto del monarca, se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea.
Los que estaban en contra, y defendían que el rey sólo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo, poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente.
Esta manera de sentarse se trasladó a la Asamblea Legislativa reunida por primera vez el 1 de octubre de 1791. Los diputados sentados a la derecha pertenecían al Club des Feuillants y al grupo de los girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. En el centro (en el vacío) figuraban diputados independientes, carentes de programa político definido. A la izquierda diputados inscritos en el club de los jacobinos, que representaban a la pequeña burguesía y el Club de los Cordeliers, que representaban al pueblo llano parisino.
Así, el término izquierda quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social, mientras que el término “derecha” quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios.
Es probable que, basados en esta legendaria experiencia francesa, trasladada a México, ahora se les llame izquierdistas, sin distinción de clase, a aquellos que pugnan por acabar con la corrupción, la impunidad, la simulación y el cinismo de gobiernos que, una vez hecha a un lado la revolución mexicana de Emiliano Zapata y Francisco Villa, se apoderaron del poder político y se convirtieron en lo que el peruano Mario Vargas Llosa llamó Dictadura Perfecta. Pero también la derecha panista se puso en contra de esos gobiernos, emanados de una revolución que nunca fue revolucionaria de raíz, sino que fue una asociación de caudillos a cual más sanguinario. La revolución mexicana no produjo políticos de izquierda. Ni siquiera el general Lázaro Cárdenas del Río, que expropió en petróleo, pero cuya expropiación resultó en la creación de una casta de burócratas millonarios que se apoderaron de esa riqueza nacional y, posteriormente, ya en estos nuestros tiempos la retornaron a manos de poderosos capitalistas extranjeros.
Ahora, todo el mundo pensante está entusiasmado con Andrés Manuel López Obrador, como político de izquierda. La verdad es que hasta ahora no le llega ni a Cárdenas, menos a Emiliano Zapata o Francisco Villa. Los padres de la gran burguesía fueron el resto de los “revolucionarios” desde Álvaro Obregón y Venustiano Carranza y, si no hubiera sido asesinado, desde Francisco I. Madero, que nunca pensó en un cambio radical en las relaciones de producción.
Asegura el ahora Subcomandante Galeano, antes Subcomandante Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que no se puede esperar del gobierno de López Obrador un gobierno progresista (entiendo que el militar se refiere a un gobierno de izquierda). Y estoy de acuerdo, aunque también estoy de acuerdo con mi pensamiento en que el movimiento neozapatista estallado en Chiapas la madrugada del primero de enero de 1994 y que conocí en sus comienzos porque, como reportero, cubrí sus acciones bélicas y político sociales, no es de la izquierda marxista. Que el fundamentalismo es el fantasma que siempre ha empañado la lucha reivindicatoria de los indios de mi tierra. El fundamentalismo de Marcos.
El de Galeano.
Y en ese sentido, a López Obrador no lo calificaría de progresista ni menos de izquierdista, sino de nacionalista, al estilo del nacionalismo mexicano, de aquella perestroika mexicana que hizo renunciar a los comunistas mexicanos a la lucha de clases y a formar el Frente Democrático Nacional con nacionalistas de diferentes partidos, encabezados por ex priistas inconformes, como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Y su talón de Aquiles es también el fundamentalismo, y el providencialismo porque ha dado muestras de ser muy religioso en el sentido de creyente.
Pero en la plaza pública continuará el debate, espero que de altura y no de ramplonerías como el que se da en las social netwoks.
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