• El uso de la violencia engendra violencia
• La inseguridad, siamesa de la injusticia
Siete años lleva esta guerra para combatir el crimen común, el crimen organizado y las bandas de narcotraficantes. No se acaban ni se acabarán nunca. Es más, siguen creciendo exponencialmente. El crimen es una parte sustancial de la condición humana.
Desde que dios creó al hombre y la mujer, se inició esta escalada de odio.
Los presuntos padres de la humanidad, Adán y Eva, concibieron a Caín después de ser desterrados del Paraíso, debido a que habían desobedecido la orden de la divinidad de no comer del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal.
Después de Caín, Adán y Eva concibieron a otro varón, Abel. Caín se dedicó a la agricultura. Abel, al pastoreo. Estos presentaron sus sacrificios a dios en sus respectivos altares. Al verlos, el dios prefirió el sacrificio de Abel (de los primogénitos de sus ovejas) al de Caín (del fruto de la tierra), quien enloqueció de celos y mató a su hermano…
El egoísmo es el motor del odio, de la avaricia, del deseo de venganza. No hay nada moral, inmoral o amoral en esta realidad. Es consustancial con la condición humana.
Los narcotraficantes, por poner un ejemplo, son negociantes de productos ilícitos, prohibidos por ilícitos. Y tienen que defender el negocio frente a los encargados de la ley y de los competidores de otras empresas. Y aplican la ley del Talión en sus relaciones con otros empresarios de lo ilícito y con quienes se pongan en su camino para estorbarles.
No hay ni habrá fuerza de reacción que acabe con el crimen en ninguna de sus formas. El sábado, criminales sin rostro asesinaron a una mujer sola, indefensa, en su misma casa. Una mujer que no tenía cuentas pendientes con nadie. Esta noche, los criminales pueden llegar a su casa, abrir las puertas sin ninguna dificultad, penetrar y rociarle de balas a usted y sus familiares. También pueden secuestrarlo un día y su cadáver ser hallado cinco días después pudriéndose en algún paraje campirano.
No hay seguridad, ni la habrá. Y este juicio de valor no es gratuito. Ni es pesimista. Es lo más objetivo posible. A lo más que las sociedades pueden aspirar es a contar con cuerpos de guardianes profesionales, inteligentes, honestos, eficientes, para prevenir la violencia; para crear un ambiente de relativa seguridad y certidumbre.
Sin embargo, con 12 millones de personas en pobreza extrema, ¿cree usted que se acabará con la violencia? En esas condiciones extremas, hasta el maestro Tomás de Aquino, uno de los padres de la teología moral del cristianismo, avala la violencia: In extremis, omnia sunt communia (En los casos de extremísima necesidad, todas las cosas son de todos) y si no tienes para comer y estás muriendo de hambre, y tus hijos y esposa están al borde de la muerte, arrebatas lo que sea. Y eso que no hablamos de los corroídos por la avaricia y el afán de aumentar sus caudales.
Y no es con la violencia legítima como se abatirán los índices de la delincuencia. El axioma es inequívoco: la violencia engendra violencia, y la paz sólo es fruto de la justicia, como bien lo advierten los grandes líderes espirituales.
Entonces, no hay que desesperar. Y no está equivocado el presidente Peña Nieto cuando insiste en que su gobierno, en esta guerra infame, privilegia “el uso de la inteligencia por encima del uso de la fuerza.”
O Usted, qué haría para garantizar la seguridad pública. De veras. Qué se le ocurre que haría, pero que sea eficiente y eficaz.
El actual mandatario plantea que el gobierno sea más proactivo ante la delincuencia e incluso, prevenir las causas que la originan. Aquí está el meollo: las causas. Y las causas son múltiples y complejas. Arranca toda esta violenta historia, en pocas palabras, de la insultante injusticia social. Injusticia que clama venganza.
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