• Desembarcaron sin invitación los chinos de China
• Y le comieron el mandado a México, EU y Canadá
Nadie sabe para quién trabaja. Ni Carlos Salinas de Gortari, ni George H. W. Bush, ni Brian Mulroney imaginaron, aquel noviembre de 1993 en ciudad de México, cuando firmaron el TLC que, luego de casi dos décadas, la sociedad mercantil que integraron México, Estados Unidos y Canadá tendría un poderoso y aparentemente invencible huésped no invitado. Un advenedizo que haría trizas el libre comercio de Norteamérica.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); en inglés, North American Free Trade Agreement (NAFTA) y en francés Accord de libre-échange nord-américain (ALÉNA), entró en vigencia el primero de enero de 1994, ahora de la misma edad que el levantamiento armado en Chiapas, protagonizado por el EZLN.
La idea materializada en un tratado buscaba eliminar obstáculos al comercio y facilitar la circulación trilateral de bienes y de servicios; promover una competencia leal entre los tres socios; incrementar las inversiones; proteger y hacer valer los derechos de propiedad intelectual; crear procedimientos eficaces para la aplicación y cumplimiento del tratado, para su administración conjunta y para la solución de controversias; y establecer lineamientos para la cooperación trilateral, regional y multilateral, encaminada a ampliar y mejorar los beneficios del acuerdo.
La firma del TLCAN estuvo llena de promesas, como el crecimiento de las exportaciones, el empleo y el producto interno bruto de los tres países firmantes. Aunque en un primer momento algunas de las previsiones se cumplieron, ningún gurú previó la llegada de los comunistas chinos a la OMC (Organización Mundial de Comercio), hace ya una docena de años, con enormes ventajas comparativas en sectores muy importantes en los países miembros del tratado.
China, con todo su potencial de mano de obra barata principalmente, se convirtió en “El huésped no invitado del TLCAN”, llegada imprevista que ocasionó la desintegración del sentido del libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
Un artículo de Enrique Dussel Peters, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y director del Centro de Estudios China-México, y de Kevin P. Gallagher, profesor adjunto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston y codirector de la Global Economic Governance Iniciative, analiza la manera en la que el ascenso de China en la economía global representa una amenaza competitiva para el TLCAN.
Divulgado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), dirigida por la economista mexicana Alicia Bárcena, el trabajo de Dussel y Gallagher advierte que, desde su ingreso en la OMC, China ha demostrado que aventaja a México en el mercado estadounidense, así como también ha comenzado a ser una competencia para Estados Unidos dentro del mercado mexicano:
Mientras la participación estadounidense en 53 sectores del mercado mexicano disminuye, la participación china crece, aparentemente permitiendo a México incrementar su eficiencia. Sin embargo, la participación mexicana en esos 53 sectores del mercado estadounidense, que representan el 49% de las exportaciones de México a dicho mercado, también está aminorando.
El TLCAN ha pasado por lo menos por dos etapas desde su firma: de 1994 a 2000, cuando se profundizó la integración; y de 2001 a 2010, cuando la mayoría de los procesos previos se invirtieron.
En la primera etapa, el Tratado cumplió las previsiones y estimaciones. La región creció en PIB, comercio, inversión, empleo y salarios, y el comercio intraindustrial aumentó considerablemente. Sin embargo, durante la segunda etapa se iniciaron los retrocesos.
Un gran tema que debe ser revisado por los representantes mexicanos, estadounidenses y canadienses. Por qué un colado les está ganando la partida.
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