Francisco Gómez Maza
• Los daños materiales son reparables
• ¡Cuidado con los perjuicios del corazón!
Llegó la hora de los recuentos, de las reparaciones, después de la ola de indignación levantada en la víspera, protagonizada por grupos de indignadas en ocasión del día internacional de la mujer.
Una manifestación muy esperada, y desgraciadamente demeritada por la violencia de los vándalos, mujeres y hombres, que jamás estarán ausentes de cualquier movilización callejera.
Lo de menos son los daños físicos a edificios, comercios, oficinas del sistema bancario, edificios gubernamentales etcétera.
Estos perjuicios, por graves que parezcan, son reparables.
Las instituciones y empresas afectadas disponen de recursos para la reparación de puertas y ventanales de cristal, la limpieza de frontispicios, la reposición de cajeros electrónicos de los bancos y de semáforos que manipulan el tránsito de vehículos.
Para reparar estos daños, por muy millonarios que sean, hay manera. Hay una caja especialmente guardada en las empresas para estos desagradables menesteres, que entiendo que son deducibles.
Así que los únicos que pierden son los destructores.
Pero hay daños que aparentemente son irreparables. Para ello se requeriría de cambios profundos en las relaciones humanas, en las relaciones de los poderes político, económico, cultural (educativo) con las mujeres, desde que la razón de éstas empieza a abrirse en la niñez. Los que sufrieron periodistas mujeres de manos de la policía, por ejemplo, y otras manifestantes de este lunes, ni la orden de Claudia Sheinbaum, la jefa de gobierno, de dar de baja a los policías represores y al jefe de la policía bancaria, los resarcen. Las agresiones quedan permanentemente grabadas en el alma, en la memoria.
La agresión de los vándalos, varones y mujeres, producto de la disfuncionalidad de una sociedad de consumo-desperdicio, que utilizan instrumentos de destrucción para protestar contra quién sabe quién, nomás porque les pagan desde la extrema derecha anticomunista, nunca se borran de la memoria colectiva de estas generaciones. Alimentan resentimientos, resquemores, odios. Y depresiones y miedos ante el poder represor de la policía.
Muy difícil de reparar los daños en el inconsciente femenino, ya de por sí resquebrajado por la incomprensión y el rechazo, no solamente de muchos varones, sino, lo que es más preocupante, de la familia y de una mayoría de mujeres que rechaza el feminismo de muchas feministas, que ni idea tiene del concepto de sororidad, término femenino de fraternidad.
El daño mayor para muchas es el aparente silencio, rechazo, de quienes han sido encargados por el voto popular para garantizar dl derecho de las mujeres para vivir libres de violencias cotidianas en casa, en la escuela, en el trabajo, en la plaza pública, en la iglesia, en todas las situaciones que quieran vivir, experimentar, gozar. A todos nos duele el que haya violadores entre quienes están encargados de procurar bienestar a la ciudadanía, o acosadores entre quienes deberían ser guías de la sociedad. Es el colmo de colmos.
Hay un triste despertar en las mujeres, despertar físico, al amanecer del día siguiente de la manifestación del L8, que no se cura ni con el beso más tierno del esposo, o del hijo, o de la hija, que ya es mucho decir. Y me refiero a aquellas mujeres que viven una vida de cordialidad, de cariño, de verdadero amor en el seno familiar. Imagine a aquellas que tienen que enfrentar a un marido agresor.
Imagine usted a las mujeres que tienen que salir a la calle, al trabajo, a a la escuela, a la iglesia. Es fuerte el desprecio de los publicistas, que no pueden vender nada si no lo promueven con la desnudez prosaica de una “modelo”. O las mujeres que tienen que soportar el saludo lascivo del jefe, o el “piropo” grasiento de un malandrín. Es fuerte la hipocresía de quienes dicen luchar por la libertad de las mujeres. Y lo sin nombre es el odio que respira el feminicida, que generalmente se queda gozando de la vida porque no hay autoridad judicial que lo encuentre para castigarlo por su crimen.
Esta hora es la más pesada. Como la hora del silencio, de la más profunda, densa, oscuridad de la noche. Aunque hay muchos que viven esperanzados: lo más denso de la oscuridad de la noche es anuncio de un nuevo amanecer, una gran esperanza de que todos vamos a procurar que esta maldición se convierta en bendición.