Francisco Gómez Maza
• Cuauhtémoc y Andrés, vidas paralelas
• Es que la “izquierda” está tan devaluada
Ahora sí que se encontraron, en vidas y amores paralelos (no se buscan jamás, pero uno no puede vivir sin pensar en el otro), la piedra con el coyol (el coyol es un fruto de cáscara muy dura y carne parecida al coco, que sólo se abre con golpes de piedra).
Nunca coincidirán en pensamiento, en concepciones, y menos en tácticas, pero los dos son los paradigmas de la mal llamada izquierda moderna mexicana, la que olvidó la lucha de clases (que en verdad no puede negarse porque existe. Si no existiera no habría esa desalmada concentración de la riqueza en unos cuantos y una vergonzante pobreza entre la inmensa mayoría de los seres humanos), y desechó la planificación central del proceso económico. Son los alumnos reprobados de la izquierda veterana, la del partido comunista, la que dio un golpe definitivo a la dictadura del proletariado; la que clausuró el gran Arnoldo Martínez.
Son como dos enamorados que se aman profundamente, pero no pueden convivir porque hacen chispas, y hasta pueden incendiar lo que tocan; su amor es un amor apache: El presidente Andrés Manuel López Obrador, en una esquina, y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el rico heredero de Tata Lázaro, en la otra.
Ambos coincidieron en la fundación de un proyecto que resultó fallido, maldito y… corrupto; los dos fueron presidentes del partido de la revolución democrática, desbarrancado por la codicia de las tribus de “izquierda” y la rapacidad de Los Chuchos, rufianes que se pegaron a las tetas de la Gran Puta de la partidocracia.
Pues ahora sale el cachorro de la revolución cardenista para asegurar que no cree que el gobierno de López Obrador sea de izquierda. En verdad sólo lo creen los timoratos de la extrema derecha católica, los que aún están seguros (nunca lo han visto) de que en Cuba o en China, o en Corea del Norte, o en Venezuela (jajaja) se comen asados a los recién nacidos y se hace jabón con el cadáver de los ancianos, como cuando mi tía Ofe lo fabricaba en un gran perol de cobre, donde cocinaba cochis muertos de enfermedad y la manteca la mezclaba con harta lejía. (viera, lector, qué jabón; deja la piel rechinando). Y se le da muerte al dios de la cristiandad, que no del cristianismo (nada tiene que ver cristiandad con cristianismo, pero éste es otro tema y gran temón) y, fieles de misa y olla, ya ni siquiera se acuerdan de que Dios es la Gran Nada, como decía el gran místico, San Juan de la Cruz.
El tabasqueño dirá que no, pero se siente ofendido, aunque no lo reconoce públicamente porque quien lo acusa es su otro yo. (Y él sí se cree de izquierda). Tampoco este escribidor lo cree, y ni siquiera lo ha imaginado, que el tabasqueño que desbarrancó a todos los viejos partidos neoliberales, que atracaron a los mexicanos y desmantelaron la nación, sea de izquierda. Si él es de izquierda, yo soy reptiliano, ciudadano de un lejanísimo Quasar.
Cuauhtémoc es como un cuchillito de palo que no corta, pero lastima. Siempre habla para lanzarle un pequeño dardo al tabasqueño y hacerlo que renuncie a una reacción, simplemente porque no puede manifestarse enojado con quien, en los momentos más dramáticos de su lucha por la Presidencia, lo ha arropado y le ha alzado la mano, siempre la derecha.
Así se llevan. Y el hijo del Tata sólo sonríe con esa sonrisita enigmática que dice todo y luego calla y no vuelve a abrir la boca por mucho tiempo. Sale, pica y se vuelve a ocultar en su búnquer atascado de libros y papeles viejos. Y ahora, en España, se tiró más a fondo, con un dardo un poco más filudo, al decir que con AMLO se podría tener otro sexenio perdido. ¿Cómo la historia perdida de los últimos sexenios priistas y panistas?
Andrés nunca debate con Cuauhtémoc. Lo ve con respeto y temorcillo de perder su amistad. Dice que respeta el punto de vista de Cárdenas, pero advierte que no está para polémica con él, aunque arma un galimatías, asegurando que su gobierno está para la polémica porque “en la democracia debe tenerse debate”. ¿Entendió usted algo?
Así son ellos. Lo interesante de todo es que hacen rabiar a los católicos preconciliares que se confabulan, desde el poder del dinero grande, en el juego macabro y diabólico de luchar a favor de la desigualdad. Pero, cuando lo creen conveniente, también les estrechan la mano y les dan un abrazo de oso, no obstante que sean sus adversarios, como les llaman a sus enemigos de clase.