Francisco Gómez Maza
• “Pero quiero ser solidario”, un niño de 10 años
• El recuerdo de 1985 en cada rescate del 7.1
Todavía no puedo dejar de escribir de la devastación dejada por el Terremoto 7.1, que con su capacidad destructora nos recordó, precisamente el mero día de aniversario de los sismos del 85, cuán vulnerables somos los humanos ante la fuerza incontrolable de la naturaleza.
Y no es la cantidad de muertos la que mide la capacidad destructora de un terremoto. Podría decirse que el sismo de ahora es nada en comparación con el de hace tres décadas, pero el dolor por las pérdidas humanas es el mismo. Sobre todo. que ahora, la madre naturaleza se ensañó con seres más indefensos, más vulnerables, como los niños, y estoy pensando, no puedo dejar de pensar en los niños que están vivos en su entierro en la escuela Enrique C. Rébsamen, al fin representantes de la ternura, de la inocencia, de la pureza de conciencia del ser humano. Y estoy pensando también en sus padres, que cómo deben de estar padeciendo la angustia de no saber si sus niños están vivos. Ya han sacado a muchos, una treintena, muertos, pero también permanecen enterrados en los escombros del edificio escolar otros que están aún vivos y otros que seguramente ya no respiran.
Los sismos del 85 fueron dramáticos, aterradores, la ciudad de México prácticamente quedó hecha trizas y sus habitantes quedaron como zombies. El terremoto 7.1 de este aniversario del 85 fue un golpe sicológico brutal porque ocurrió unas horas después de que terminaron los simulacros para conmemorar el 85.
De repente, la tierra comenzó a bailar, como dijo mi nieta Ana, una niña de dos años, que estaba en la guardería y que no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. No pasó ninguna desgracia; los niños fueron resguardados en los jardines, pero las educadoras, las niñeras sí que se aterrorizaron, pues tenían a su cuidado puros bebés prácticamente.
Dos grandes tragedias para los mexicanos, tragedias inesperadas. Iguales, no obstante que en el 85 se hayan contabilizado cuando menos diez mil muertos (y hay algunos que contabilizaron el doble), y el 7.1 haya dejado una estela de destrucción, hasta el momento, de un centenar sólo en Ciudad de México y otro tanto en los estados vecinos de Puebla y Morelos, en donde el pueblo más devastado fue Jojutla.
Pero los habitantes de la Ciudad de México se transfiguran ante la adversidad colectica. Pueden no interesarse el uno por el otro en tiempos de tranquilidad, en tiempos ordinarios; inclusive son agresivos entre sí, y envidiosos.
Ah, pero basta que haya una gran desgracia para que les salga el ser humano bueno, solidario, Dejan de lado su fatiga y se ponen a trabajar para ayudar a los damnificados, a curarlos, a darles de comer, a darles cobijo, a levantar escombros, a salvar vidas, a recoger a los muertos.
Cientos de miles de mexicanos se convierten en rescatistas, personal de apoyo, albañiles, carpinteros, enfermeros, cocineros, y rebasan con mucho la acción burocrática de la clase política, que es acusada de aprovechar la desgracia ajena para tomarse la foto, que va a parar a las redacciones de los medios de información. Y es curioso que el presidente de la república visite la zona más afectada por los terremotos y las fotografías publicadas no son de escenas de la destrucción telúrica, sino del propio presidente y su corte celestial,
Un testimonio del reportero del NYT es revelador: La urgencia era palpable afuera de los edificios derruidos, conforme los rescatistas metían las manos entre los escombros y los voluntarios pasaban cada bloque de cemento, y otros restos, en cubetas por largas líneas que desembocaban en camiones de retiro de cascajo.
Los rescates se volvieron cada vez menos frecuentes a lo largo del día. Aunque el miércoles por la mañana hubo celebraciones después de que Sergio Iván Ruiz fue sacado de las ruinas de un edificio habitacional en la colonia Condesa, donde había estado enterrado por 22 horas. Los espectadores y voluntarios aplaudieron y vitorearon el paso de Ruiz en una camilla.
“Estamos sacando escombros, trayendo comida al centro de acopio y ayudando en todo lo que podemos porque esta es nuestra ciudad y nada nos la va a quitar”, dijo Israel Rodríguez, un rescatista de 32 años.
La noche posterior al sismo, voluntarios y rescatistas trabajaron durante horas en busca de sobrevivientes. 39 estructuras completamente destruidas y todo el personal de emergencia –unas 50.000 personas– estaba activo junto con otros funcionarios, de acuerdo con el jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera.
“En todos los demás, absolutamente todos, estamos con un protocolo de búsqueda de personas”, dijo Mancera. “Estamos partiendo de la base de que podemos encontrar todavía a personas allí con vida. El rescate va a seguir así de manera prácticamente manual para no meter maquinaria pesada hasta que no tengamos 100 por ciento de seguridad”.
La memoria del 85 quedó grabada en la memoria y en el corazón de la sociedad mexicana, e incluso entre quienes ni siquiera vivieron aquellos terremotos.
En un sitio, anota el reportero, el niño Santiago Borden, de 10 años, se apuraba a ayudar e intentaba cargar un paquete de agua embotellada sobre su hombro. Al final, el peso fue demasiado y se la pasó a su padre.
“Como todavía eres niño, no puedes hacer todo”, le dijo su papá, Abraham Borden, para reconfortarlo.
“Pero quiero ser solidario”, respondió Santiago.
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