Francisco Gómez Maza
• Excluidos hasta de la vida y de la muerte
• Chiapas vive en el conflicto de la exclusión
Viví durante varios años muy cerca de los indios, o indígenas, o pueblos originarios, y conocí de ellos – inclusive las viví con ellos – sólo penurias, austeridad, muerte por enfermedades curables, explotación, violación de mujeres, tristezas profundas a veces alegradas por una sonrisa al Sol o a la Luna, sus deidades principales, o a alguien que los trataba con respeto, con ternura, con amor. Pero siempre los viví desplazados. Sí. Desplazados de todo. De sus tierras, de sus derechos humanos, de sus alegrías, de la sociedad occidental cristiana, de su vida y de su muerte.
Me contaban los ancianos de las comunidades que fueron desplazados por los invasores españoles, hace cinco siglos, de los hermosos valles donde tenían sus asentamientos, sus tierras de cultivo, donde hacían el amor a la madre Tierra, y los arrinconaron en las laderas o en las cimas de las montañas, donde no se da más que frío helado, y la tierra es roca, o piedras, y no puede sembrarse nada, ni cadáveres. Los españoles y sus descendientes se adueñaron de las propiedades de los pueblos primigenios de estas tierras del occidente, donde el sol nace para alumbrar la Tierra y procrear la vida.
Y esa ha sido la vida de los indios. Vivir aquí, vivir allá, o mejor dicho, sobrevivir aquí, sobrevivir allá. Mal morir aquí, mal morir allá e ir a la fosa común de las ciudades. Ser extranjeros en su propio país. Eran los amos y señores de estas tierras. Ahora son la rémora, los apestosos, los excluidos, los despreciados. Ahora puede usted encontrarlos en cualquier esquina, por ejemplo del llamado centro histórico de la ciudad de México, conversando en su lengua, generalmente el náhuatl, como turistas. Ahí se reúnen el limpiabotas, el policía, el barrendero, la vendedora de baratijas, conversando en náhuatl. Fueron desplazados de sus ricos pueblos y comunidades a horrendas vecindades, cuartuchos de miedo, donde pasan, malduermen la noche, para amanecer antes del alba e irse a revender las chucherías que les dan de medio comer a ellos y a sus niños.
Y siguen siendo los desplazados de todo. De la vida, de la muerte. De las malas tierras a donde los arrinconaron los ladinos, los mexicanos de prosapia.
Ahora, los periódicos informan de nuevos desplazados. Son los tsotsiles de Chenal´ho, en Chiapas, expulsados por los ladinos o por otros indios revestidos. Huyen del ataque de los pobladores de Santa Martha. No tienen alimento, duermen entre los cafetales, sin siquiera un petate y menos una cobija para guarecerse del frío de la madrugada o cubrirse del ataque de animales carnívoros o venenosos.
De acuerdo con los reportes de prensa, estos desplazados en Chiapas, mi terruño, mi aldea, mi datcha, suman unos mil 300, en su mayoría niños, de cinco comunidades del municipio de Aldama en la comunidad Xuxchen. La causa: conflictos territoriales con el poblado de Santa Martha, del municipio de Chenal´ho, lo que ha cobrado la vida de al menos tres personas.
Y mientras el gobierno del estado y el gobierno federal se dan cuenta de estos desplazados, que en honor a la verdad les importan un bledo, tanto a Peña como al güero Velasco, estos desplazados necesitan médicos, medicamentos, colchonetas, cobertores y alimento para los niños y las mujeres, principalmente. El escaso dinero de la comunidad y del municipio de Aldama ha sido insuficiente para alimentar a los más de mil 300 desplazados.
El año pasado, grupos armados de Chenal’ho ocasionaron el desplazamiento de más de 5 mil personas de varias comunidades de Chalchihuitán, y 11 muertos por la disputa de un territorio de bienes comunales que reclamaban como suyo los tsotsiles de Chenal´ho, cuyo propietario tuvo que ser detenido por el Tribunal Agrario. Durante más de dos meses, los indígenas tzotziles vivieron en la montaña a la interperie y con el apoyo únicamente de colectas de la Parroquia de Simojovel. Cuando el caso fue difundido, los desplazados recibieron el apoyo del gobierno estatal y las fuerzas federales. Actualmente, aún permanecen viviendo en campamentos cerca de 3 mil indígenas, pero sobreviven con el apoyo de las autoridades.
Ésta es una historia añeja, prolongada, que pareciera no tener fin. Y el dolor se cuela por entre los poros.
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