• La pobreza es mayoritaria y endémica
• La constante crisis económica la atiza
No entiendo por qué un dato que Coneval aporta cada año en su evaluación causa tanto escozor en los políticos del gobierno federal, no sólo del ejecutivo, sino que es una causal para que los legisladores se rasguen las vestiduras y los de la oposición condenen a los encargados de las políticas públicas en materia de programas sociales.
Pero la verdad es que nadie debe sentirse mal, ni don Enrique Peña ni la señora de la Sedesol, Rosario Robles. A estos personajes, en la práctica, les tienen sin cuidado los pobres, y menos que su número crezca al crecer la población. Es más buscan que aumenten para que voten por ellos.
Siempre ha sido lo mismo. Los mexicanos han vivido, y siguen viviendo, bajo un sistema económico que propicia fuertes contradicciones entre los que lo tienen todo (¿un 5 por ciento de la población?) y las millonadas de personas que viven con grandes carencias, o de plano mueren de hambre. Setenta millones, por lo menos, viven con algún grado de la pobreza.
Quien dispone de un automóvil, le pido que lo deje un día y que se suba al transporte público, ya no le pido que se suba a los microbuses, sino al Metro de la ciudad de México para ir a realizar las labores diarias.
Una somera vista a la facha de los viajeros, al nivel socioeconómico de los viajeros. Se dará usted cuenta de que todos, el cien por ciento de las personas que viajan en el carro donde va usted, son pobres. Endemoniadamente pobres, aunque tengan un trabajito mal pagado. Pobres por su vestido, por sus celulares, por los zapatos, todo muy corriente (Uy, ya soñarán en uno de los que se pone la señora Gaviota), usted se dará cuenta de que todos sobreviven con el estómago vacío. Las muchachas se embellecen pero con labiales y polvos corrientísimos.
Otro tanto ocurre en las calles de grandes concentraciones, como la zona de los mercados del centro de la ciudad, la Merced, Sonora, Mixcalco, La Lagunilla, Tepito, Granaditas. Concentraciones de pobres, de esclavos, de poderosos comerciantes e inclusive industriales que los explotan.
Y vaya al interior de la república. Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán, Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Hidalgo, estado de México etcétera. No me vaya a decir que las mayorías mexicanas no viven en la pobreza. Es que comen, es que visten, es que tienen un salario, es que tienen celular, es que… ¡Jolines! No viven como vive doña Rosario, o como cualquier liderzuelo del PRI o del verde. Y menos como don Enrique.
Un pobre es el que tiene que amarrarse las tripas para comprar un medicamento que cuesta en la Farmacia París unos 900 pesos por sólo 10 tabletas. Un pobre es aquel que puede comprarse una prenda de vestir que cuesta cien pesos en cualquier mercado, un vestido para ir a la boda de la niña, o al bautizo del pequeñito. Un pobre es aquel que va a comer a una fonda del centro y sólo puede pagar 50 o 60 pesos por el servicio. No más.
Y esa pobreza, horrible pobreza, como no se ve, les tiene sin cuidado a los políticos que están en el gobierno. Crean cruzadas para dar de comer a los hambrientos porque ese tipo de acciones de caridad, asistencialistas, visten, se publican en la televisión, o los periódicos. Dar de comer al hambriento viste.
Bajo el sistema, el modelo económico librecambista, de oferta y demanda, neoliberal, concentrador, capitalista no es de extrañarse que año con año haya más pobres a pesar de campañas, de cruzadas, de que se echen por la ventana ingentes recursos en programas sociales. Estos no sirven para nada, más que para mantener empleados a una legión de burócratas.
Además, los políticos son caraduras. Insisto. No les importan los pobres. Mejor, para ellos que haya pobres y que aumenten año con año. Así pueden manipularlos y asegurar muchos sufragios, votos, para que ellos se mantengan en el poder y continúen enriqueciéndose. Hablan de la pobreza, escriben discursos sobre la pobreza, para vivir como potentados. Un político del gobierno que gana 170 mil pesos mensuales, podría darle buena vida a un buen grupo de pobres. Y vivir bien él.
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