Francisco Gómez Maza
• Me gustaría que en el AIFA hubiera puestos de garnachas
• Pero frente a ellas, el racismo, la discriminación, la exclusión
Si hay algo delicioso en la mesa del mexicano es la comida.
Y más que otra, la comida indígena. De indígenas está hecha la piel, los huesos, el cuerpo entero de los mexicanos y las mexicanas, aunque vivan en las Lomas de Chapultepec.
En México, en Los Angeles, en San Antonio, en Nueva York, en Mallorca, en Paris, en Madrid, en todo el mundo. En todas partes se sirven los platillos de origen y factura indígena mexicana. Realmente son sabrosos.
Chiles rellenos de carne picada o queso, chiles en nogada, enchiladas suizas (aunque usted no lo crea, son muy mexicanas), enfrijoladas, elotes, tamales, ancas de rana, animales silvestres, serpientes, insectos, chapulines, hormigas, gusanos de maguey, entre un sinfín de delicias, como los sopes, las gorditas, los huaraches, las doraditas, los nopales, y las oaxaqueñas tlayudas.
Platillos que son una buena razón para mostrar la identidad del mexicano bien nacido. Del mexicano de piel morena.
Y todos estos alimentos se encuentran en todo el país, en fondas, en cenadurías, e inclusive en restaurantes caros De lujo. Han trascendido fronteras. Se encuentran en ciudades del exterior como Nueva York, Washington, Los Angeles, San Antonio.
Da gusto hallar a las puertas de restaurantes lujosos de Nueva York a una señora mexicana, elaborando tortillas de maíz blanco, por ejemplo. Da gusto comer un tamal chiapaneco en algún jardín o parque de San Antonio.
En varias ocasiones he estado en el mercado público principal de la ciudad de Oaxaca, o en los de Tehuantepec, Ixtepec, Salina Cruz o Juchitán sólo para probar los platillos oaxaqueños. Exquisitas, las tlayudas. Y lo mismo ocurre en los mercados de todo México. Recuerdo el mercado público de Tuxtla Gutiérrez, con sus tamales de mil colores y sabores, o los de las ciudades de Michoacán, de Jalisco, entre otros.
Toda esta historia viene a cuento a propósito de los mexicanos que se burlaron porque, en la inauguración del AIFA, se instalaron en las lujosas salas de la terminal aérea puestos de comida indígena. Y estos puestos culinarios destaparon la cloaca del racismo del mexicano que se cree descendiente de los dioses blancos y barbados, que guiaron a los europeos a estas tierras del occidente mundial.
Se destapó una realidad en la que muchos mexicanos, por la noche, se atragantan con los tacos de la esquina, o los tamalitos de elote que vende una indígena a las puertas de la panadería, y en el día reniegan de su condición de mexicanos. que se atragantan de quesadillas, de memelas, de gorditas, de un sinfín de platillos que vienen de los pueblos y comunidades indígenas.
Esos mexicanos – AMLO les llama fifis -, curiosamente los más prietos, como yo, dicen no gustar de los platillos de origen indígena- y lo que hacen es despreciar a prietos como ellos. Pero gozosamente consumen un taco o una tlayuda, tragándose su racismo, su exclusividad. Son racistas y excluyentes. No soportan que un mendigo se les acerque a pedirles una moneda. No soportan a un mexicano o a una mexicana vestida de indígena. Pero se hartan de tacos en la esquina de los tiraderos de basura.
No se dan cuenta, pero lo que demuestran es el desprecio al color de su propia piel. Prietos despreciando a los prietos o prietas, que preparan los platillos que se zampan de noche cuando, creen, nadie los ve. Son el mexicano prieto en actitud permanente de odio contra los prietos.
Las más deliciosas tlayudas son ofrecidas en los mercados y principalmente en los mercados oaxaqueños, en Tehuantepec, en Salina Cruz, en Juchitán, en la ciudad de Oaxaca. Pero una tlayuda me la despacho hasta en un puesto callejero de la Ciudad de México, o en Los Angeles, en California, o en San Antonio, Texas. E incluso en Nueva York.
Una delicia, saborear una tlayuda embarrada de asiento mientras se espera la hora de abordar el vuelo. De veras. Sería una excelente decisión instalar un puesto de tlayudas en los elegantísimos salones de espera del AIFA.
Lo mejor de todo es que no soy ni racista, ni discriminador, ni exclusivista. Como me empaqueto una pizza, un hot dog, un taco de barbacoa o pancita, un puchero, o unos nopalitos asados en el comal allá por La Marquesa o El Ajusco.
Por qué no unos puestos de comida indígena en el AIFA. Para que aprendan los mexicanos prietos que odian a los prietos.