Francisco Gómez Maza
• Ni Noche Buena, ni Navidad, ni Reyes; sólo coronavirus
• Podría recuperarse el empleo, pero muy precario el pago
A dos meses de que concluya 2020, lo que prima en el ánimo de muchas personas – millones – es la incertidumbre, el pesimismo.
El coronavirus vino a dar al traste con la vida de la humanidad.
Los niños, que empezaron a despertar a la razón, no tendrán otro referente inmediato más que el cubre bocas y la careta de plástico, así como el asfixiante calor que provocan ambas herramientas, que presuntamente protegen del virus SARS-Cov-2, además del lavado minucioso, con harta espuma de jabón, de las manos, entre otras disciplinas sanitarias.
Es muy probable que, cuando sean adolescentes, a los niños de hoy, con la boca, la nariz y los ojos cubiertos, y no poder ni asomar la mirada y los oídos fuera de casa, les cueste entender que hay otra vida además del encierro. Y que la escuela es un lugar no sólo para estudiar, sino además para compartir parte importante de la vida cotidiana con las alteridades.
Mientras, millones de adultos padecen dolores de parto porque tienen enormes dificultades para sobrevivir, para alimentar a la familia, para cubrirse del frío, que parece que será extremo en este inmediato invierno, pues perdieron el empleo por la recesión económica, que ya se vislumbraba mucho antes de que apareciera el coronavirus.
Ni pensar, ni hacerse ilusiones, salvo que estuviese uno loco, en las celebraciones de fin de año. Por lo pronto, sólo atenderán a ellas quienes retan al peligro, a la asfixia, al intenso dolor y a la muerte, amparados en la ausencia de cordura, por la insensatez.
Y el futuro que, de una u otra manera, puede medirse, calcularse, no es tan prometedor hablando del asunto económico, un tema vital para la sobrevivencia.
Las perspectivas no son muy alentadoras. Pueden los propagandistas del gobierno asegurar que el empleo está recuperándose. Esto puede ser cierto.
Pero… pero qué tan remunerador es el salario. Les puedo asegurar que a millones apenas les alcanza para medio vivir y mal y con terribles privaciones. A las empleadas de muchos grandes almacenes de lujo les mantienen el puesto de trabajo por 700 pesos y las comisiones por las ventas que realicen. Y muchas apenas pueden solventar lo estrictamente indispensable. Las privaciones de satisfactores mínimos son el pan de cada día. Pero lo toman o lo dejan. Muchas empresas les desgraciaron la vida a los trabajadores. Inclusive a muchos contagiados los echaron a la calle sin siquiera una indemnización por los años trabajados.
A veces da la impresión de que el horizonte se aclarara, pero luego vuelve la total oscuridad del futuro de los millones de trabajadores cuya única propiedad privada es su mano de obra calificada o no.
No hay demanda, porque no hay capacidad de compra. O la demanda es muy débil porque millones no tienen ningún poder, y los que tienen un poder marginal se privan de lo justo, de lo estricto, mientras la insensatez sigue retando al dolor y la muerte. Y las clases dominantes se hacen guaje, rezando aquello de “hágase tu voluntad en los bueyes de mi compadre”.
Los economistas tienen poco margen para ser optimistas, aunque siempre se dará aquella situación de empresas pobres y empresarios ricos. Estos no sabrán lo que es amar a Dios en tiempos de Covid-19.
Pero el resto, la millonada de desheredados, se ve obligado a confrontarse con la necesidad amancebada, concubinada con el abuso. Y entramos en el reinado de la especulación que se materializa en las bolsas de valores y el mercado de divisas: la compra venta de dólares, principalmente, mercado en el que siempre gana quien tiene más saliva. Sólo así podemos entender que la inflación no suba, que el producto interno bruto siga en absoluta depresión y con expectativas muy endebles, y que el tipo de cambio sea una ilusión que no resuelve mucho.
Hay algunos paliativos, que son como las limosnas del sistema, como el ingreso de divisas por las remesas que le costaron sangre, dolor y lágrimas a quienes viven y trabajan en el exterior y que apoyan, cuando mucho, con 300 dólares a sus familiares en sus pueblos de origen.