¡Griten todo lo que quieran!
Nada cambiará; les vale…
Lo más lamentable de esta historia, de esta tragedia, de este drama, que destapó la gran cloaca, hediondo albañal, el 26 de septiembre, con el rapto de los 43, es que no va a cambiar nada en esta sociedad, en donde aún reinan los diabólicos dioses de la muerte, Tezcatlipoca y Mictlantecuhtli.
Como lo advertimos en la víspera, podrán desgañitarse los tumultuarios indignados, que ni el señor renunciará, ni el abogado será cesado, pese a ser un inútil: ni regresarán vivos del Mictlán los normalistas y menos será exorcizada la impunidad que cobija con su manto virginal a los políticos corruptos, que corrompen todo lo que tocan, como un Midas al revés.
Se silenciarán las manifestaciones callejeras, se calmarán los provocadores, infiltrados, incendiarios. Y la vida de los mexicanos continuará como si nada hubiera sucedido en Iguala, convertida en ícono de tortura, de la sangre derramada, de la muerte, de esos infortunios de muerte de San Fernando, de Aguas Blancas, de Acteal, de… Continuará reinando la impunidad, en esta sociedad en la que la simulación es una filosofía de vida, como la transa es un medio de subsistencia para muchos y de enriquecimiento descomunal para muy pocos, aquellos “justos” que pecan, cínicamente, en arca abierta y que pasan su vida entre la lujuria y la opulencia, arropados por la Constitución y las leyes, porque éstas son elaboradas no para beneficio de los primeros, sino para protección de los intereses de los segundos.
Así, como se los dije a mis amigos de las redes sociales, la noche del martes, el problema toral del Estado mexicano (si quieren saber qué es Estado para mí, podemos discutirlo en otro espacio, que éste sólo aguanta unas 600 palabras) seguirá siendo la impunidad, pues entre la clase política gobernante, por ejemplo, hay muchos pillos, corruptos, ladrones a lo bestia, socios de la delincuencia organizada, pederastas institucionales, lenones – que así les dice el vulgo a los padrotes (El Basuritas, por ejemplo) -, que en vez de estar pagando sus fechorías en una cárcel andan tan libres como el viento, de desmán en desmán, de transa en transa, de robo en robo, más peligrosos que los provocadores, los incendiarios, infiltrados en las manifestaciones estudiantiles y populares, e inclusive que los sicarios de cualquier banda de narcotraficantes…
Y entre tanto, en los presidios seguirán pudriéndose miles de inocentes, presuntos culpables, o ladronzuelos encarcelados por el robo de un osito de peluche…
Saldrá sobrando así, como siempre en esta historia de infortunios para los mexicanos pobres, cualquier reforma a la constitución política o a las leyes, o cualquier nueva ley en contra de la delincuencia organizada y la delincuencia… cómo llamarle… la integrada por políticos amparados en la ley…
Pero ya debo dejar este tema porque me está doliendo y llorando el corazón por la muerte del compañero Vicente Leñero y Otero, jalisciense acucioso e incómodo para los poderosos como reportero, y escritor, dramaturgo y guionista cinematográfico, con quien coincidí en la otrora valiosísima Revista de Revistas, de aquella nuestra Casa Excélsior. Y luego en la Revista Proceso, la hija enferma de Julio Scherer, en donde Vicente hizo gala de su imaginación para hacer el bordado de la revista semana a semana, durante muchos años, hasta que la edad lo comenzó a vencer y este miércoles lo venció la muerte.
Gran reportero, espléndido entrevistador; reseñador y cronista de la realidad y creador de la fantasía; intérprete de la belleza increada. Un maestro del periodismo y la literatura, que nunca abandonaba su cinta métrica de ingeniero civil.
Qué tristeza. De un tiempo acá han estado muriendo todos mis colegas, amigos, contemporáneos, que antes no se morían y que ahora, como dice mi paisano Jaime Sabines, el sobrino de la Tía Chofi que le gusta a Fred Álvarez, ya son hombres y mujeres que viven debajo de la tierra.
Hasta luego, inolvidable Vicente.
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