• La reforma fiscal, fallida
• Y la deuda llegará a ahogar
No estoy seguro de que los economistas de Hacienda y el mismo Don Luis estén seguros de que el endeudamiento es sano hasta cierto punto. Que el impulso a la economía debe darse con medidas imaginativas de apoyos financieros, crediticios y fiscales. Y lo peor de todo es que el gasto corriente, el que no es productivo, se financie con créditos.
Quizá no les parezcan preocupantes los niveles a que ha llegado la deuda en relación con lo que produce el aparato productivo, lo que se llama el producto interno bruto. Pero ya están parpadeando las luces de alarma: cuidado, la deuda pública está creciendo irracionalmente y les va a causar migraña, esa migraña que no deja ni dormir y que con nada se calma hasta que no se vomita.
Hasta el momento, pareciera que la deuda pública – externa e interna – fuera manejable. Pero ya tenemos amarguísimas experiencias, como aquella de la gran crisis de 1981-1982, cuando las arcas del país se quedaron vacías y no había dinero para cumplir con lo que entonces se llamaba “el servicio de la deuda” y los prohombres de entonces tuvieron que recurrir a reestructuraciones leoninas con la banca comercial internacional, avalados y condicionados por el Fondo Monetario Internacional. Por cierto, desde entonces el país, la economía nacional, no ve la suya.
Actualmente, nadie repara, nadie le da importancia, pero tarde que temprano podría reeditarse una historia tan dramática como aquella, cuando lo único que estaba a reventar era la cava del Banco de México, pero a los banqueros no les interesaban pagos en especie, con coñaques, brandis, champañas y toda suerte de vinos, licores y aguardientes que reposaban en las bodegas del instituto bancario central.
En lo que ha trascurrido del presente sexenio, la deuda habría tenido un incremento de 11% en comparación con el cierre del calderonato. Al final del sexenio, en el 2018, el endeudamiento podría haber alcanzado un nivel de 51 por ciento como proporción del PIB (Producto Interno Bruto), de acuerdo con las estimaciones del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria.
Son ya siete años consecutivos, desde la crisis de 2009, en que las finanzas públicas permanecen en un desequilibrio presupuestario, que el paquete económico 2015 no atiende, de acuerdo con Héctor Villarreal, director del mencionado centro. Aunque aparentemente el presupuesto es responsable, la deuda pública en los dos últimos dos años creció 8.2 por ciento del PIB.
A tal ritmo, en once años, en 2026, estaríamos alcanzando el 100 por ciento de la deuda sobre el PIB, Más alarmante, advierte el presidente de la Comisión de Análisis Económico del Instituto Mexicano de Contadores Públicos, Ernesto O’Farril, se observa el comportamiento del déficit, si se considera que la relación de ingresos fiscales a PIB no ha logrado superar, a pesar de la reforma hacendaria, el 11 por ciento del PIB.
O sea que el remedio de la reforma fiscal no ha servido para mucho. Sólo para estorbarle al crecimiento de la economía. La recaudación de impuestos alcanzará un escaso once por ciento del PIB al cierre del año venidero (2015), cifra inferior al promedio de los países de América Latina (15%), o al de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Y más aún: la deuda pública alcanzará el 43 por ciento del PIB el año venidero. Puede que a los señores de Hacienda no les preocupe este crecimiento, pero ese porcentaje alcanza ya cuatro años de ingresos tributarios totales.
O sea. Nos estamos endeudando a los pendejo, cuando deberíamos de estar, en vez de cargándole la mano a los contribuyentes cautivos, ampliando la base gravable. Muchos millones de contribuyentes se la pasan cachondamente sin cumplir sus obligaciones fiscales y los grandotes que aparentemente las cumplen tienen contadores muy mañosos para defraudar al fisco, mediante una serie de transas para evadir o eludir el pago de sus impuestos.
Si el fisco captara lo que millones evaden o eluden, la deuda no tendría ningún sentido. Pero para los responsables de la política económica es más fácil hacer uso de una línea de crédito bancario que tirarse a fondo a recaudar los impuestos que no se pagan. Es como el salario de los trabajadores. Es lo más fácil de jalar y estirar para que, según los economistas, no se dispare la inflación, cuando todos sabemos que los disparos de la inflación se deben más bien a la codicia, a la avaricia de quienes manejan la oferta.
La economía tiene que financiarse con recursos propios. Los hay. Y uno de ellos es la recaudación de impuestos. Pero no haciendo caer esa pesada carga sobre los cautivos. Y menos sobre las espaldas de los más débiles, que son las personas físicas y las pequeñas y pequeñísimas empresas.
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