• Que 20 años no es nada
• Pero ahora se defienden
Por qué los zapatistas no se han desenmascarado después de 20 años de haber irrumpido en la escena pública como representantes de pueblos y comunidades humanas excluidas, despreciadas. empobrecidas, robadas. Y, de ribete, criminalizadas.
“Es territorio zapatista, es Chiapas, es México, es Latinoamérica, es la Tierra. Y es diciembre del 2013, hace frío como hace 20 años, y, como entonces, hoy una bandera nos cobija: la de la rebeldía”. Eso dijo el subcomandante insurgente Marcos en las vísperas de la noche de la conmemoración del estallido, entre el 31 de diciembre de 1993 y el primero de enero de 1994, una celebración de fuego y muerte para hacerse ver ante el mundo. Sólo para hacerse ver porque los gobiernos siguen impertérritos apoyando la acumulación de riqueza en pocas manos a costa de los trabajadores. Así es este negocio del capitalismo. Los capitalistas dicen que primero hay que acumular riqueza para luego redistribuirla y así se han pasado la vida, acumulando sin importarles el hambre, la pobreza, la vulnerabilidad de los trabajadores.
Hace 20 años. los indios chiapanecos se levantaron en armas, en un simbólico retobo ante el mal gobierno. Tomaron pueblos y ciudades. Avasallaron a los poderosos y recibieron la simpatía de muchos mexicanos. Y después de 12 días de cruentos enfrentamientos; lograron, a través de las organizaciones de la sociedad civil de todo México, un cese al fuego. Un cese al fuego que ha durado dos décadas. y el gobierno sigue con los oídos y los ojos tapados ante las demandas de los indios. De repente parece que no valió la pena la sangre derramada, como también parece que no valió la pena tanta sangre derramada en la Revolución Mexicana de 1910.
Con todo, es admirable el trabajo cotidiano de los pueblos y comunidades para salir de la postración en la que los mantenían, y los mantienen, los poderosos. Buscan por mil maneras decirle al mundo que los indios son sujetos de la historia, aunque quienes gobiernan siguen creyendo que los indios no tienen alma. Como en los tiempos de los conquistadores españoles. Los pueblos y comunidades indígenas siguen caminando por un camino paralelo. Sólo defendiéndose. Después del estallido de 1994, claro, ahora disponen de mejores herramientas para intentar construir su propio destino.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) celebró en los Altos y la Selva de Chiapas los 20 años del levantamiento. Hicieron fiesta la noche del 31 de diciembre en todo su territorio. Fiestas sencillas, humanas, bonitas, como acostumbran hacerlo desde siempre los indios de mi tierra. Dicen que no apareció Marcos. Ni tenía por qué aparecer. “Marcos”, el encapuchado, son todos los zapatistas. los de los Altos y los de la Selva y muchos de este México mancillado, de esta Latinoamérica amenazada por el Imperio. de esta Madre Tierra que soporta la devastación de las grandes empresas globalizadas.
Y los zapatistas siguen con el rostro cubierto por el pasamontañas. Así siguen mostrándose al mundo. Los poderosos no les dan confianza alguna. En los cinco “caracoles” zapatistas, sedes de las Juntas de Buen Gobierno, hubo música de marimba, cohetes, bailazos con la cara cubierta.
Hicieron falta muchos que ya se fueron, como la menudita comandante Ramona, y también como el pediatra, el buen doctor Jesús Gilberto.
Pero los indios zapatistas aprendieron a resistir de manera organizada ante una verdadera guerra de exterminio, como lo dijo en Oventic la comandante Hortencia. “Hace 20 años no teníamos nada, ningún servicio de salud y educación que fuera de nuestro pueblo…Estamos aprendiendo a gobernarnos de acuerdo con nuestras formas de pensar y de vivir. Estamos tratando de avanzar, de mejorar y fortalecer entre todos, a hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos”,
Los únicos acuerdos de paz, sobre derechos y cultura indígenas, firmados en 1996 fueron adoptados en 2001 por el Congreso en una versión diluida que provocó el rechazo del EZLN y el establecimiento de comunidades autónomas zapatistas, con sus propios sistemas de gobierno, salud y educación, en Chiapas, uno de los estados más pobres de México.
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