• Sólo una fecha sin sentido
• Y los 43 aún no regresan
Desde que las clases políticas, que detentan la democracia y el poder en México, adoptaron como filosofía, y como objetivo económico y social, el american way of life, el capitalismo salvaje como modelo y proyecto, el congreso tendría que haber ya cancelado todo vestigio del pasado, en aras de la modernidad, la productividad y la competitividad.
El presidente en turno – después de que José López Portillo se declaró “el último presidente de la Revolución” – tendría ya que haber iniciado una reforma radical a la constitución política, para borrar del calendario cívico todas aquellas fechas históricas que no significan ya absolutamente nada, como el 20 de noviembre, que en lo pasado conmemoraba la Revolución Mexicana.
Pero la Revolución fue traicionada desde hace ya muchos ayeres; fue interrumpida por los mismos gobiernos autodenominados revolucionarios.
Y actualmente, los gobiernos neoliberales, dedicados a privilegiar la acumulación y concentración de capital, y muchos de cuyos miembros caminan en asociación con comerciantes de drogas ilegales, borraron hasta la palabra misma.
Revolución Mexicana sólo es un vestigio de un pasado remoto y oscurantista para los políticos opusdeístas, de San Escrivá de Balaguer, actualmente dueños de la democracia mexicana. Políticos que identifican instituciones con ciudadanías.
La clase política autodenominada revolucionaria claudicó; renunció a los principios, a los orígenes de esta nación, en cuyos campos está enterrado el millón de muertos que costó mandar a París al dictador. Creó un remedo de revolución que no sólo no sacó de la pobreza a los campesinos y trabajadores, sino que propició su continuo empobrecimiento, víctima de la explotación de los detentadores del capital; víctima de la corrupción y de la impunidad.
Los neoliberales están seguros de que este país, con sus riquezas, sus minerales, su petróleo principalmente, tiene que estar en manos de unos cuantos poderosos, más que nada extranjeros, que ni siquiera tienen que redistribuir la riqueza; que ni siquiera tienen que reinvertir sus ganancias aquí, sino llevárselas a sus países de origen.
Los “héroes que nos dieron patria” no significan ya absolutamente nada en estos tiempos; los íconos, los modelos, las divinidades, para los adoradores del individualismo, son el dinero, el dinero y el dinero, obtenido a costa de lo que sea, inclusive del crimen.
Para estos predicadores de la Nueva Era – Revolución Silenciosa, le llamaba Michel Camdessus, aquel francés que fue director del FMI -, educados en instituciones privadas inspiradas en la filosofía del pragmatismo y del tanto tienes, tanto vales; en la Obra de Dios (Opus Dei), las manifestaciones del descontento popular, de la irritación social, de la indignación, son reclamos de desadaptados, que incomodan el orden establecido y que atentan contra las instituciones. Y quien atenta contra las instituciones atenta contra los mexicanos. Uf.
Este domingo fue día en que estudiantes de las más importantes universidades de la ciudad – el Politécnico, la UNAM, la UAM, la UACM – salieron a las calles a exigir la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa. No sé por qué el procurador dice que fueron asesinados y cremados por soldados del narco. Debe de tener los pelos de la mula en la mano. El resto, los padres y madres de los desaparecidos, los estudiantes de Ayotzinapa, los estudiantes de todo el país, están convencidos de que los muertos están vivos, encapsulados en cualquier mazmorra.
Afortunadamente, el estudiantado que salió a las calles este jueves pintó su raya con los grupúsculos de violentos, de encapuchados, de anarcos al viejo estilo del porrismo priísta.
Por lo menos, nadie podrá acusar a los manifestantes de violentos, de desestabilizadores. Los infiltrados, los provocadores, fueron “encapsulados”.
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