Ahora miembro del Servicio Exterior Mexicano mi compañero de Prepa, Alejandro Pescador, caminaba con este escribidor la mayoría de los mediodías desde el céntrico barrio de San Ildefonso, hasta la alameda de Santa María la Ribera. Ahí bifurcábamos nuestros pasos: él se dirigía a su casa en la calle de Lirio, yo a la de mis padres en Carpio. Lo hemos comentado varias veces: el inicio de la tarde del Jueves de Corpus de 1971 no se borra de nuestras mentes.
Y es que en esa fecha, 10 de junio, sobre la calle Díaz Mirón, media docena de camiones color gris “como de funeraria” permanecían estacionados, mientras sus ocupantes, más de un centenar de jóvenes veinteañeros uniformados con pantalones de mezclilla y playeras blancas, caminaban, se paseaban o bien se recostaban sobre el césped de los jardines, alrededor del afamado kiosco morisco en el centro de esa Alameda.
Nos llamó la atención. Pero nada más.
Sería hasta el día siguiente, cuando algunos de ellos aparecían golpeando estudiantes en las fotografías de primera plana de algunos de los diarios capitalinos, que los identificáramos. Habíamos visto a “Los Halcones”, grupo de choque creado por la policía del entonces Departamento del Distrito Federal, al que el propio Luis Echeverría le había dado la orden de atacar a los jóvenes que se manifestaban sobre la Ribera de San Cosme, a unas cuadras de donde los habíamos visto Pescador y yo.
Aquello, también se sabe ahora, fue un ardid planeado por Luis Echeverría para deshacerse de Alfonso Martínez Domínguez, a la sazón jefe del desparecido DDF.
Y es que Martínez Domínguez había sido presidente del CEN del PRI durante la campaña electoral echeverrista. Y había pugnado ante el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz para que Echeverría fuese reemplazado como candidato presidencial, luego de que éste “ofendiera” al Ejército, al pedir en 1970 y en la Universidad nicolaíta un minuto de silencio por los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968, y no hacerlo por los miembros de la milicia que también cayeran en la Plaza de las Tres Culturas.
Una venganza política que costó la vida a muchos estudiantes inocentes.
LA HISTORIA ES CÍCLICA, SE REPITE
Hace dos días vi otra vez a “Los Halcones”. Ahora los llaman “anarquistas”. Alrededor de las 13:30 horas iba en mi vehículo de la colonia Nueva Anzures hacia la colonia San Rafael, y al incorporarme al Circuito Interior vi cuando menos ocho autobuses en los que eran conducidos jóvenes veinteañeros, muchos de ellos asomándose a través de las ventanillas, todas abiertas debido al calor del mediodía. De hecho, competí con los conductores de los camiones, en el acceso a la vía que a veces merece ser llamada “rápida”.
Llamaba la atención que todos los autobuses fuesen idénticos. Grises, también, pero con vivos color guinda.
Y más vistoso todavía, que fuesen escoltados por motociclistas de la Secretaría de Seguridad Pública del ¿gobierno? de Miguel Ángel Mancera.
Se dirigían hacia el norte de la ciudad. Me temo que, muy posiblemente, con rumbo a Tlatelolco de donde saldrían un par de horas después los contingentes a una marcha para conmemorar los nueve lustros de aquella matanza que cambió el rostro y, sobre todo, la conciencia del país.
He escuchado las noticias. Me he asomado a las notas de los diarios. No me queda duda, aquellos jóvenes de los autobuses en el Circuito Interior deben ser los mismos que incendiaron, golpearon, atacaron durante la marcha conmemorativa… para regocijo de los locutores y “analistas” (ano-listos, les llamaba aquel editor del viejo periódico regiomontano El Norte), que ven en los disidentes al Sistema a peligrosos terroristas, golpeadores, incendiarios.
El ardid es claro. Los “anarquistas” son manejados por las autoridades. No sé si por las de la Federación o por las del “gobierno” capitalino. O por ambas.
Lo que si atestigüé fue que eran dirigidos y escoltados en sus autobuses por motociclistas de la policía del DF.
Se trata, reitero, de desacreditar y criminalizar a quienes marchan, a quienes protestan, a quienes no están conformes con el autoritarismo gubernamental, exacerbado desde que el PRI regresó a Los Pinos.
Esos “anarquistas” han actuado desde el primer día de diciembre anterior.
Y en cada marcha. En cada protesta. Ahí son enviados para desestabilizar. Con órdenes precisas: atacar comercios, romper vidrios, atacar a periodistas y a policías.
Desacreditar y criminalizar las marchas, las protestas.
O, a lo mejor, para que Enrique Peña Nieto se deshaga de Miguel Ángel Mancera –no, no lo creo: MAME le ha resultado muy funcional a EPN–, como Echeverría hizo con Martínez Domínguez.
Porque la historia se repite. Es cíclica.
La primera vez como tragedia, decía Marx. La segunda, como comedia.
¿A poco no?
Índice Flamígero: Coincidentemente, en el mismo tramo del Circuito Interior aunque en otro tipo de autobuses, la mañana del sábado 14 de septiembre vi un convoy similar. Los maestros de la CNTE recién habían sido obligados a trasladar su campamento al Monumento a la Revolución. También iban escoltados por policías motorizados. + + + ¿Coincidencia? En todos los diarios capitalinos se repitió como estribillo: que en el ’68, el Estado agredió a los manifestantes; que en 2013, los manifestantes agredieron a los representantes del Estado, o de lo que queda del Estado. No. No es coincidencia. Éstas no existen en “la grilla”.
Leyendo por acá y acullá encontré este sitio…me interesó porque al igual que muchas personas, hay algo que no me cuadra con respecto a lo que leo, veo y escucho de los “anarquistas”…al ir leyendo su texto, me cuadraron algunas cosas que sin saber, así lo percibía; observo un comportamiento típico de antaño, esto lo fuí observando desde las elecciones pasadas y me dá la sensación de ser ó utilizar una forma de desinflar ó desprestigiar cualquier forma de manifestación. Lo mas grave es que esto no es a nivel únicamente en la calle, observo que las instituciones encargadas de preservar u otorgar seguridad a la sociedad, mas bién está siendo entrenada para someter cualquier tipo de levantamiento…en fin, solo deseaba hacerle llegar que coincido con ud. en esta percepción.