MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
¿Recuerda usted las ofertas de Vicente Fox en campaña electoral? ¿Cuántas de éstas cumplió? Salvo haber sido el primer Presidente del México contemporáneo surgido de un partido diferente al PRI e insertarse en la historia patria como el primer mandatario de la transición política, Vicente no se distinguió de sus antecesores ni de sus sucesores, en esto de ofrecer, prometer y cumplir.
El subcomandante Marcos se carcajeó seguramente, cuando pasados quince minutos del 1 de diciembre del año 2000 y luego los meses y los años, el conflicto del gobierno federal con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) no se resolvió.
¡Ah!, pero Vicente, con el apoyo del Congreso de la Unión, permitió que la caravana del EZLN, integrada con indígenas chiapanecos, simpatizantes, oficiosos y oportunistas, deambulara por varios estados de la república y acantonarse en la capital del país, de forma tal que en el Palacio Legislativo de San Lázaro, desde la máxima tribuna política nacional, hablaran los representantes del zapatismo
Y todo concluyó en esa mascarada que no resolvió la pobreza y miseria, en muchos casos, esencia del movimiento zapatista y en los altos de Chiapas y la vasta geografía de esa entidad, el estado de cosas prevalece.
El combate a la corrupción, a las víboras prietas y las tepocatas quedó en el anecdotario. ¿Alguna obra de beneficio popular en el sexenio foxista? Una camada, empero, de nuevos ricos y millonarios que hicieron pingües negocios en esa administración en la que doña Marta Sahagún fue la voz de mando.
Felipe Calderón llegó con la misma promesa anti corrupción y combate al crimen organizado. ¿Alguna obra de impacto social?
Y, bueno, con Enrique Peña Nieto las obras fueron opacadas por el escándalo. La ausencia, como elemento recurrente y heredado de administraciones anteriores, de una política de comunicación social que superara al tradicional y desgastado mecanismo del gobierno federal, que permitió que los problemas estallaran en ámbitos que responsabilizaban, incluso y de manera descabellada, al presidente Enrique Peña Nieto.
La firma de compromisos, durante su campaña electoral, fue una vertiente que imitó de su periplo proselitista cuando buscó y obtuvo la gubernatura del Estado de México, pero la ausencia de, insisto, esa política o de plano un esquema básico de comunicación social que entraña responder y atender situaciones de crisis, posibilitó privilegiar al escándalo como ocurrió con el asunto de los muchachos de la Normal de Ayotzinapa, del que con una facilidad increíble se deslindaron personajes como Andrés Manuel López Obrador, quien apoyó el ascenso de José Luis Abarca a la alcaldía de Iguala, casado con María de los Ángeles Pineda Villa, hermana de líderes del crimen organizado en esa región del estado de Guerrero.
¿Hay obra que trascienda al sexenio de Enrique Peña Nieto? La misma oposición se encargó de difundir el tema de las reformas estructurales, con todo y sus bemoles, descalificaciones y apuesta de revocarlas, como ofreció en su momento el candidato ganador de la elección presidencial del 1 de julio, quien ha reculado en esa tajante determinación de darles reversa y anularlas.
Y, mire usted, no es un asunto de ser panegirista oficioso de la obra pública del sexenio de Peña Nieto.
Lo hecho, hecho está en estas reformas que sentaron un precedente y, si ahora le quieren y encuentran yerros y manchas de corrupción, es asunto que se debe perseguir con la ley en la mano.
Esa, la del combate a la corrupción, es la bandera que enhiesta Andrés Manuel –presidente electo hasta que lo califique la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación—y de la que en su conferencia de este miércoles 11 de julio, sustentó buena parte de su conferencia de prensa, después de reunirse con los senadores y diputados federales electos de Morena, a quienes presentó la batería de iniciativas de reforma que plantea debatir y aprobar en la LXIV Legislatura Federal que arrancará el próximo 1 de septiembre.
En esta conferencia, puntualizó que no ofreció, en campaña, lo que no pueda cumplir. Además, dijo que no actuará con autoritarismo. Pero, vaya, esta oferta de campaña ha comenzado a desplegarse con la generación de incertidumbre y la duda de que puedan prosperar las iniciativas en el Legislativo, además de que ciertas decisiones como la de vender todo el equipo aéreo presidencial y deshacerse del Estado Mayor Presidencial, tienen sustancia populista.
Por supuesto, es decisión del Ejecutivo deshacerse de aquello que considere inútil y oneroso. Pero, imagine usted al Presidente y todo su equipo de trabajo en un vuelo comercial rumbo a una gira de trabajo al interior del país y al extranjero, sin el elemental cuerpo de seguridad. ¿Valentonada populista?
Y, bueno, eso de los coordinadores estatales de programas de desarrollo, que va de la mano con la descentralización de las dependencias federales, se sustenta en esa insistencia de combatir a la corrupción y adelgazar al gobierno federal porque, aduce Andrés Manuel, “llegó el momento en que el gobierno se apriete el cinturón”.
¿”Gobernadores presidenciales” como contrapeso a los gobernadores constitucionales? ¿Menos burocracia?
Porque esta burocracia a la que piensa correr, con ese eufemismo de adelgazar al aparato gubernamental, se sumará sin duda a la economía informal. Descentralizar a las dependencias federales no es un asunto menor porque implica convencer, primero, y movilizar a cientos de miles de empleados gubernamentales y sus familias, luego generar las condiciones de infraestructura educativa, de salud, vivienda y movilidad en las entidades donde se instalarán las sedes.
Hay zozobra entre la burocracia, esa es una realidad, como realidad es el hecho de que cumplir con todo lo que este miércoles reseñó de su oferta de campaña López Obrador, requiere de multimillonarios recursos, así sea al mediano plazo.
La pretensión, como se observa, es refundar al aparato gubernamental. Y ese terreno es resbaloso y poco confiable en la idea de un gobierno transexenal, sin los asideros elementales y sí la inquietud y zozobra de quienes avistan la pérdida del empleo, así sea con indemnización. Y qué le dio de la comunicación que, plantea López Obrador, centralizar porque desaparecerá a todas las oficinas de prensa, a las que considera con tareas duales y costosas.
Vaya, habrá tiempo para deslindar entre la oferta y lo posible. Lo cierto es que esta conferencia de Andrés Manuel López Obrador tiene sus claroscuros y esencia del botepronto, con evidente ausencia de información y asesoría. Y, esa condición excesivamente individualista y cargada del sabelotodo, no abona en la credibilidad de quien habrá de rendir protesta como Presidente de México, el próximo 1 de diciembre. Conste.
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