José Luis Parra
A falta de acuerdos firmados con tinta y presencia de medios, México y Estados Unidos ya cocinan su nuevo Tratado de Seguridad versión 2025. No habrá mariachis ni foto oficial. Este pacto, secreto a voces, avanza entre la UIF mexicana, reconfigurada tras la salida de Pablo Gómez, y los organismos antilavado de Estados Unidos, que no tienen tiempo para protocolos, pero sí urgencia para evitar que el narco mexicano se convierta en una corporación global con acciones en Nasdaq.
El nuevo jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, Francisco Reyes Colmenares, empezó fuerte: teléfono rojo a Washington, Londres y Berlín. El mensaje fue claro: ahora sí va en serio. Nada de simulaciones. Información financiera al desnudo. Todo por evitar lo impensable: soldados gringos cruzando la frontera a nombre de la seguridad hemisférica. A cambio, Estados Unidos promete detener el flujo de armas que hoy circula libremente por Texas como si fueran souvenirs de Walmart.
De parte de Claudia Sheinbaum, la operación es coordinada por el entorno más íntimo de Omar García Harfuch, quien entiende que si no se cede por las buenas, la presión será por las malas. Y ya sabemos cómo presiona el Tío Sam: con editoriales del Wall Street Journal, amenazas de intervención, listas negras, cortes de financiamiento, y por supuesto, humillación pública en foros internacionales. A veces con eso basta.
Pero la geopolítica también tiene su lado doméstico. Y ahí, el hijo incómodo del expresidente, Andy López Beltrán, ha comenzado a borrar pistas. La más reciente: su alejamiento gradual de Adán Augusto López Hernández. Oficialmente, no pasa nada. Pero en Morena todos lo saben. La desconfianza es total. No por capricho, sino porque el tema del huachicol está otra vez en el centro del tablero. Y la relación, aunque indirecta, entre Adán y personajes del crimen organizado, no es buena carta de presentación para quien quiera controlar el ajedrez desde el Club Chapultepec.
Andy prefiere ahora cobijarse con Javier May, gobernador de Tabasco, quien —se dice en los pasillos de la Cuarta Transformación— es la nueva carta fuerte del lopezobradorismo duro. Un leal sin ambiciones, un obradorista con acento costeño y sin las taras del pasado. Y además, sin vínculos con operadores del norte.
Aun así, Adán Augusto se niega a ser una figura decorativa. En el Senado aún sobrevive gracias a la cortesía del priista Alejandro Moreno, que lo critica sin golpear. Pero puertas adentro, más de un legislador ya pidió su cabeza. Ignacio Mier, el pastor de la bancada, juega al “no me consta”, y mientras tanto, el bloque se resquebraja. Como dice el clásico: no están muertos, andan de operadores.
En todo este mapa de silencios y pactos soterrados, Morena también vive su propia batalla moral.
La presidenta del partido, Luisa María Alcalde, decidió sacar la escoba: prohibido ostentar lujos. Aunque tengas para Rolex, úsalo escondido. Si puedes viajar a Japón, que no se entere el INE. No por pobreza franciscana, sino por imagen. Porque en política, la forma es fondo, y las redes sociales son más crueles que la realidad.
Claro, nadie le avisó a la diputada sonorense Karina Barreras ni a su esposo Sergio Gutiérrez Luna, quienes posan con relojes suizos, ropa de diseñador y miradas de “yo no fui”. Y todavía se atreven a obligar disculpas públicas a ciudadanos críticos, como si estuviéramos en el virreinato del PT.
Morena vive una contradicción permanente: quiere ser el partido del pueblo, pero sus cuadros viven como millonarios en campaña permanente. El discurso dice “justa medianía”, pero la práctica grita “yo traigo más”.
Quizá por eso Andy se escondió tras su viaje a Japón. No quiere más reflectores, no quiere ser comparado con Peña Nieto ni con Calderón. Pero a veces la realidad es más necia que las intenciones.
La verdadera pregunta no es si habrá o no un pacto con Trump. Eso ya está ocurriendo. La pregunta es: ¿quiénes sobrevivirán políticamente a este nuevo orden donde lo moral, lo legal y lo estratégico ya no coinciden?
Morena se prepara para gobernar… mientras algunos se preparan para esconder sus relojes.