EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Joel Coen (director) y Frances McDormand (Lady Macbeth).
Ciudad de México, sábado 22 de enero, 2022. – “Ante la duda, abstente”, decía mi madre cada vez que yo dudaba de alguna cosa que, por curioso, no le hacía caso como Macbeth tampoco le hizo caso de esta advertencia, sin poder impedir que se le desbocara la ambición pensando que, por ser pariente del rey, podía heredar la corona.
Fue héroe en una batalla y, por eso, el rey Duncan lo nombra “thane de Cawdor”, (el título y propiedades que eran del traidor recién vencido), al tiempo que él y Banquo se encuentran con las brujas que le sacudieron eso que estaba en el fondo de su alma para que se disparara su ambición por el poder, justo después que el rey había anunciado que Malcolm, su primogénito, sería el heredero de la corona escocesa.
Tiempos oscuros del medioevo, tal como lo expresó Joel Coen en la película La tragedia de Macbeth (2021) —disponible en Apple-TV—, filmada en blanco y negro, con grandes espacios vacíos, bellísimos, que le permitieron al director concentrarse en el verbo, la palabra escrita por Shakespeare en 1606, principio de todas las cosas, antes que nada.
Son los negros cuervos los que se metamorfosean en brujas como si su negritud brillante fuese la imagen del inframundo, permitiendo que los monólogos de Macbeth luzcan, así como, la furia que desea transmitirle Lady Macbeth a su marido, tal vez, porque había dejado de ser aquel hombre que un día había sido en la cama.
Después de invocar a los demonios pidiéndoles que si es necesario, le arranquen su sexo (unsex me here), “ven pronto, ven, para que pueda vaciarte mi coraje en tus oídos, y azotar con el brío de mi lengua todo lo que te aparta del círculo dorado para coronarte”.
Testigos de la lucha interna de Macbeth vemos que duda, sin poder abstenerse alentado por su mujer para verlo en la noche caminar, guiado por la daga asesina, a la habitación donde duerme Duncan.
“La tragedia de Macbeth es el retrato minucioso de la psicología del ser humano ante la ambición de poder. La lucha por el poder político siembra la historia del mundo de crímenes entre reyes, de guerras fratricidas, de militares enloquecidos, de asesinos y asesinas poderosos y de su mejor consejero: el interés”, escribió Andrés Lima en El País a propósito de esta versión cinematográfica.
La vida es una sombra que camina —sombras, les decían a los actores— y con eso de que todos lo somos, en un momento dado nos subimos una hora al escenario del teatro del mundo, para pavonearnos y gesticular, sin saber que terminada la función, nadie se acordará de nosotros y seremos, si bien nos va, “un cuento contado por un idiota, pleno de sonido y furia que nada significa.”
Se desata la paranoia y Macbeth manda matar a todos los que cree que lo pueden perjudicar creyéndose invencible de los nacidos de madre, sin saber que Macduff había sido arrancado del vientre, una vez que su madre había muerto y, por eso, es el único que le puede cortar la cabeza para que la rueda de la fortuna siga dando vueltas: muerto el rey, ¡viva el rey!, y así, vemos cabalgando a Fleance, el hijo de Banquo, progenitor de reyes, cerrando la función, espantando a una parvada de cuervos que cubren todo el panorama.
A Frances McDorman como Lady Macbeth, la persiguen las Erinias hasta que enloquece y muere; Denzel Washington es Macbeth que tiene la palabra en una escenografía plena de luz y sombras en medio de un espacio vacío, como la soledad de los poderosos cuando se quedan atrapados en su propia red. Se ha roto la relación de la pareja que al inicio era notable.
“Macbeth ha asesinado al sueño!” Y todo lo que dicen lo hacen de manera natural y las palabras van sonando al ritmo de esa poesía dramática con la que vemos claramente cómo es que se lleva a cabo, en cada una de sus etapas, la tragedia de Macbeth.