FRANCISCO RODRÍGUEZ
En México siempre ha sido difícil ponerse de acuerdo. Celebrar frentes comunes para el desarrollo nunca ha sido fácil. Sólo se arriba a ellos cuando la situación es realmente desesperada, cuando la población hierve en el descontento, cuando las pautas de inconformidad han pegado en las líneas de flotación del país. Mientras, no.
El sufragio universal, directo y secreto casi constituye entre nosotros una novedad histórica. A pesar de ello, debemos reconocer que cuando los Estados Unidos tuvieron que elegir entre Kennedy y Nixon, todo un parteaguas de la posguerra sólo votó el 60 por ciento de los electores. Aquí hemos registrado hasta el 75% de sufragios en elecciones presidenciales, y cuando lo hemos logrado escogemos a los peores.
Es por eso por lo que nos hemos acostumbrado a recibir los catorrazos más indelebles, provenientes de los abrumadoramente electos y que siempre estamos en guardia haciendo los rigurosos inventarios de lo que nos falta para abandonar la decepción, después de tanta depredación generalizada y tanta mentira contumaz.
Hemos luchado más con el fusil que con la papeleta electoral
Todo pueblo merece la opción de experimentar en cabeza propia. Ningún país es producto de la copia. Debemos ser respetuosos de nuestro discurso nacional, a la vez que adoptamos las medidas necesarias para superar las frustraciones. No hay otra manera de probar que podemos, aunque nos lleve tiempo armar el rompecabezas de rigor.
Marginado de toda actividad política, como estuvo el pueblo mexicano durante tres siglos de coloniaje y dos de anarquía y despotismo, cuando al fin determinó su destino nacional, después de haber empuñado todas las armas posibles, no sabía cómo intervenir en los delicados asuntos de la patria.
La política cotidiana, ejercida pacíficamente le era por completo ajena, no estaba entrenado para hacer observar sus derechos políticos. El pueblo tenía, sí, vocación libertaria, pero de ahí para adelante se sometió a los caudillos. Durante décadas los mexicanos lucharon más con el fusil que con la papeleta electoral en las manos.
México no es el cuerno de la abundancia que Humboldt decía
Enclavado en la misma latitud del desierto del Sahara y de otras zonas desérticas del planeta, cada año caen en promedio sobre nuestro territorio apenas unos 60 centímetros de lluvia, que desde luego se filtra en el suelo, se va al mar, o se evapora, cuando no se retiene en presas y canales.
El 90% del territorio es seco, el 10% restante es húmedo. Surcado por dos enormes cordilleras, está fragmentado en múltiples microclimas, con pendientes muy inclinadas que lo hacen erosionable e impropio para la agricultura. No es el cuerno de la abundancia de Humboldt. Mesetas, laderas y cañadas han sido el asiento de 80 grupos aborígenes que hablan 152 idiomas diferentes.
Millones de indígenas monolingües y bilingües, aún marginados de las condiciones materiales de existencia. Pocos países de la Tierra deben hacer un esfuerzo de integración de este tamaño. La mayor mezcla de sangres en la edad moderna se fraguó entre españoles, aztecas, mayas y purépechas.
Cuando México se independizó, el 10% de la población eran españoles y criollos, el 30% indígenas puros, y el 60% de la población constituía las dieciséis castas que eran designadas con extravagantes nombres vinculados a la sangre negra diseminada en particular en las costas del Atlántico y del Pacífico, traídas para las cosechas.
En el XIX, entraban y salían alternativamente del Palacio Nacional
Tenemos lastres no superados con el pasado colonial. Sobreviven ocultos esos impactos lacerantes que siguen expresándose dentro de una sociabilidad pasiva o desconfiada, conflictiva e inequitativa. A las clases medias corresponde la crispación, la anarquía des capitalizadora, hasta la autocracia liberticida.
La Madre Patria de la contrarreforma –adicta al dogmatismo y la Santa Inquisición– quedó rezagada en el pensamiento científico y en la transformación industrial, social y política. Se formó un conservadurismo cerril frente a las grandes corrientes de apertura liberal, de sistemas democráticos en boga.
Iban y venían planes salvadores conocidos por sus respectivas toponimias; constituciones y bases orgánicas, regentes y emperadores; triunviratos y pentarquías; lugartenientes del Imperio y presidentes constitucionales; usurpadores y meros encargados del Ejecutivo; interinos y provisionales; congresos constituyentes y presidentes simultáneos, cada uno de los cuales reclamaba para sí legitimidad, y entraban y salían alternativamente del Palacio Nacional.
Por años vivimos, pendularmente, de la autocracia a la anarquía
Durante doscientos años nos dimos 16 cartas fundamentales de derecho público, y cambiamos 15 en menos de un siglo. La inestabilidad fue la constante hasta la segunda y tercera década del siglo pasado. De 1821 a 1971, registramos 115 cambios en el Poder Ejecutivo, 58 cuerpos gobernantes y siete cuerpos colectivos.
En los sesenta años de máxima ingobernabilidad tuvimos 95 presidentes sietemesinos. El cojitranco Santa Anna le confesó a Vicente Riva Palacio que la República era “una palabra muy bonita, y que le sonaba bien”, razón por la cual la había adoptado al triunfar su Plan de Casa Mata, que derrocó a Iturbide.
No transcurrió mucho tiempo sin que el Poder Ejecutivo concentrase mayor fuerza que el Poder Legislativo y el Judicial juntos. O bien, que como reacción a tal concentración se desatase la anarquía. Y así vivimos, pendularmente, de la autocracia a la anarquía.
No es fácil ponernos de acuerdo. Sí, cuando llegamos al límite
Las colonizaciones europeas traídas por Benito Juárez y Porfirio Díaz no se arraigaron como en el Cono Sur. Los aludes de inmigración en el norte de Brasil y de Argentina, sí prendieron. Si hoy se volviera a intentar, los extranjeros se instalarían en la cúspide de la pirámide social.
Los autores del discurso de la modernidad y de la idea de Nación tuvieron que cerrar dolorosas experiencias adquiridas durante nuestra vida como nación autónoma. Curaron la memoria histórica, podría decirse. La desaparecieron de muchos libros de texto y de fuentes históricas originales.
No es nada fácil ponernos de acuerdo. Eso sólo sucede cuando los acontecimientos y los catorrazos son realmente insufribles, cuando la población ha llegado al límite del engaño y de la frustración posible. Cuando el agua está llegando a los aparejos, cuando asoma el hambre y la desesperanza, mientras, no.
Ante la grave amenaza, las oposiciones se pusieron de acuerdo
Cuando la población ha sido enconada por un sujeto enfermo de poder, ha sido necesario despertar. Cuando estamos amenazados de dictaduras tropicales, cuando nos sentimos al borde de la guerra civil, cuando hemos sido presas de ignorantes supinos que creen tragárselas vivas, mientras, no. El acuerdo en México es difícil.
La Alianza electoral de todos los partidos mayores con registro ha integrado a los opuestos, como sucede en los graves momentos que hemos vivido. Personajes variopintos que hicieron de lado sus diferencias para enarbolar un proyecto común. Es de celebrarse realmente, porque en nuestro país siempre ha sido muy difícil ponerse de acuerdo.
Quiere decir que la amenaza es grave.
Que las mentes lúcidas imaginan la zozobra.
Que es necesario el alto definitivo.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El temor a la derrota que se vive en Palacio Nacional ha provocado filtraciones periodísticas escandalosas en base a frágiles investigaciones, como esta reciente en la que se involucra a la familia Beltrones y a su amigo Alejandro Capdevielle, también amigo del escribidor. Un asunto ampliamente checado por las autoridades de procuración de justicia andorranas y mexicanas, aclarado por las señoras Silvia y Sylvana, esposa e hija de Manlio Fabio Beltrones, lo mismo que por el propio Capdevielle y aún por Televisa, ha sido “revivido” para intentar dañar a los contrincantes de la próxima justa electoral. Le seguiré platicando de este caso.
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