Aquel 30 de marzo de 1980, yo había salido muy temprano, del hotel Camino Real de San Salvador acompañado de varios colegas mexicanos, que viajamos al país centroamericano para cubrir el funeral, en la catedral, del arzobispo salvadoreño, Oscar Arnulfo Romero Galdaméz, asesinado el 24 del mismo mes cuando oficiaba una misa en una iglesia de la ciudad.
Era un día normal, jamás nos imaginamos lo que sucedería después: una gran balacera que dejó un saldo de cerca de 50 muertos y más de dos centenares de heridos, muertos que me tocó todavía ver apilados al día siguiente en una orilla de la plaza principal de San Salvador.
Un día normal, que antrecedió a un gran trabajo reporteril en la Universidad de San Salvador, en donde los dirigenetes estudiantiles Enrique Álvarez Córdova, Juan Chacón, Manuel Franco, Enrique Escobar Barrera, Humberto Mendoza y Doroteo Franco dieron una conferencia de prensa, meses después los seis, miembros del Frente Democrático Revolucionario, (FDR) fueron asesinados por los grupos paramilitales que operaban en esa nación centroamericana, los mismos que asesinaron a monseñor Romero, a quel que días antes había hecho un llamado a los militares en el que les advertía: “ningún soldado está obligado a obedecer una orden en contra de la ley de Dios…”
Era era un domingo tranquilo, se había celebrado la ceremonia ereligiosa cuando nos dirigimos a la entrada principal del recinto eclesiástico en donde el cárdenal mexicano, Ernesto Corripio Ahumada, representante del Papa Juan Pablo II daría una homilía previa a la inhumación de los restos del arzobispo Romero, yo me encontraba junto al cárdenal arzobispo primado de México -aquí quedate paisano, me dijo- cuando de pronto se escuchó el tableteo de las metralletas, lo que nos hizo penetrar al interior de la catedral. Yo no escuché bombazos como al siguiente día reportaron algunos periodicos internacionales como el Paíe de España. Corrí rumbo a la cúpula y tropecé con algunos campesinos que tenían dìas en la Iglesia esperando una respuesta a sus demandas.
Luego bajé y caminé por el pasillo central junto con monseñor Sergio Mendez Arceo, quien de pronto me soltó unas palabras, no sin motrar una gran preocupación por lo que sucedía en el exterior de la Iglesia, “ya tienes nota, me dijo, “¿querías muertos verdad?”. En esos momentos en lo que menos pensaba era en las notas.
Posteriormente y cuando había perdido todo contacto con mis compañeros mexicanos, -Jesús Michel, Carmen Lira, Alejandro Iñigo, que en paz descanse, Jorge Coo, Eusebio Jimeno y Alfredo Cotina, entre otros, Raymundo Riva Palacio no estuvo presente porque se regresó el día anterior argumentando que lo perseguían los paramilitares- busqué una salida por la parte lateral de la catedral y saliendo me encontré con una camioneta que llevaba personas heridas y otras ya fallecidas, como pude me aventé sobre ellas y logré salir hasta llegar a un semáforo en donde me bajé para tomar un taxi y regresar al hotel Camino Real en donde uno de mis compañeros estaba pasando lista. Después me tranquilice para pasar la nota ya con las escenas de la televisión en difusión.
Al día siguiente el gobierno de Napoleón Duarte nos convocó una conferencia de prensa en el Placio Nacional en donde se transmitió un video en el que claramente se veía que el fuego había salido de la azotea del inmueble, de inmediato se lo hice saber a mi compañero Jorge Uribe Navarrete, de origen chileno y que trabajaba para Excelsior y ambos gritamos al mismo tiemo paren ese video, “los disparos salieron de Palacio” y esa fue la nota el martes siguiente en nuestros peridicos.
Les cuento lo anterior porque este domingo en el Vaticano el papa Francisco encabezó la cermonia de beatificación del arzobispo Romero, quien no fue elevado a los altares anteriormemte a pesar de ser un martir, porque nunca gozó del afecto del papa Juan Pablo II.
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@HctorMoctezuma1