RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Mucho ha sido lo escrito en torno al saltimbanqui que fue insurgente-monarquista-militarista-clerical-anticlerical-lotero-gallero-dictador-liberal aparente, Antonio de Padua María Severino López De Santa Anna y Pérez De Lebrón. Acerca de este fulano, siempre, uno encuentra asuntos que comentar. Dada nuestra ignorancia vasta, y el deseo perene por reducirla, periódicamente revisamos libros y documentos de índole diversa. En esas estábamos cuando encontramos un volumen titulado: “Maximilian in Mexico. The story of the French intervention (1861-1867)” escrito, en 1914, por Percy Falcke Martin. El contenido del ejemplar es muy aleccionador, pero no lo reseñaremos. Nos ocuparemos de cuatro documentos, relacionados con aquel López, que aparecen en el Apéndice VI de la obra. En su contenido confirmamos la clase de maromero que aquel López era. Vamos a los escritos.
Desde su exilio, en Saint Thomas, López De Santa Anna escribía, el 15 de octubre de 1861, a un huérfano que andaba por Europa, José María Gutiérrez Estrada. La epístola respondía a la que le envió el 15 de septiembre. Le comentaba conocer “la resolución a la que habían llegado los tres poderes marítimos [España, Inglaterra y Francia] con respecto a México. En base a lo que usted me dice, no hay duda de que en el corto plazo las cosas cambiaran”. Esto era, tres naciones nos invadirían. Ante ello, escribía: “Lo que queda por hacer ahora es aprovechar esta ocasión propicia para hacer realidad mis anhelos largamente acariciados, recordando que una oportunidad así nunca se presenta dos veces”. Reafirmaba ser un vendepatria.
López De Santa Anna le comentaba a Gutiérrez Estrada: “Lo que tiene que hacer es recordar a los gobiernos ante los cuales usted está acreditado sus peticiones anteriores, insistiendo, especialmente, en que México no puede tener una paz duradera hasta que la enfermedad sea curada radicalmente, y el único remedio es la sustitución de esa farsa llamada República por un Imperio Constitucional. Estas naciones pueden seleccionar uno de forma conjunta. Recuérdeles, también, que ahora estoy más dispuesto que nunca a llevar a cabo esa idea, y que trabajaré sin descanso hasta concretarla. No deseo despreciar la nacionalidad de México. Mi único deseo es establecer un gobierno de orden, reparar los daños de las luchas partidistas y contentar a los mexicanos con la restauración de la religión católica, hoy casi extinta, en un país que solía ser famoso por su respeto y amor a la religión. Ruego comunicar mi resolución a nuestro mutuo amigo el Sr. [se omitió el nombre del sujeto] quien espero que utilice toda su influencia para lograr el triunfo de los principios correctos”. Andaba de místico-clerical, y se soñaba el gran reparador de cuanta afrenta había sufrido “su religión”.
En ese tenor, expresaba: “Para concluir, debo decirle que, desde la profanación de nuestras iglesias, he decidido convertirme en vengador de tantos ultrajes sacrílegos, confiando en que la Providencia me dará fuerzas para llevar a cabo mi resolución. … He mejorado mucho últimamente y espero estar pronto en México”. Una vez más, se veía como el salvador de la patria. Había ejecutado la primera maroma hacia atrás. El sueño, sin embargo, no sería de duración larga y tendría que volver a contorsionarse.
El 30 de noviembre, contestó otra carta de Gutiérrez Estrada. En ella, le comentaba que “La noticia que ha tenido la amabilidad de comunicarme, me ha producido un gran placer, porque es tan interesante que, si se realiza, nuestro país se salvará de la ruina. ¡Dios conceda que nuestros sueños se hagan realidad lo antes posible!” Se enteraba que su quimera explotaba, pero había que darle seriedad al asunto.
Aún creía ser un factor importante en el destino de México e indicaba: “El candidato que usted menciona (su Alteza Imperial el archiduque Fernando Maximiliano) es intachable y, por tanto, me apresuro a darle mi aprobación. Hágame, pues, el favor de comunicárselo a él y a nuestros amigos, pero con toda reserva, porque usted sabe que en política hay cosas que no deben publicarse antes de su debido tiempo, dado el daño que podría causar”. Se sentía poseedor del gran secreto como si fuera el único apátrida comprometido en la trama. Pero, mientras lo de Max se concretaba, aquel López estaba presto para servir a la Triple Alianza.
En ese contexto, indicaba: “Creo que las fuerzas aliadas llegarán a Veracruz a principios de enero próximo, y su llegada será motivo de gran alegría para todos los buenos mexicanos, porque no serán considerados como un enemigo amenazador, sino como benefactores, para salvarnos de la peor de las tiranías. La opinión pública, sin duda, pronto se pronunciará a favor de lo que convenga al pueblo”. Daba por sentado de que los nativos saltarían de gusto. Por ello, escribía estar “convencido de que ha llegado el momento de actuar, estoy dispuesto a regresar inmediatamente a mi tierra natal, decidido a trabajar con todas mis fuerzas hasta que se complete la realización de la empresa…Ya ves, amigo que…mis actos concuerdan con mis palabras”.
Se veía convertido, nuevamente, en el factor que determinaría los destinos de la nación, y expresaba: “Si se me permite ver a mi país constituido de manera que sea próspero y feliz en el futuro antes de cerrar los ojos a la hora de mi muerte, me sentiré profundamente satisfecho”. Tras de esta segunda maroma, intentó mostrar su destreza para contorsionarse a ras del suelo. Pero tuvo que esperar casi dos años.
Era el 22 de diciembre de 1863 y continuaba exiliado, la Triple Alianza se rompió y los franceses no lo llamaron para redimir a los mexicanos salvajes. Sin embargo, llegaban noticias desde Europa que le resultaron propicias para lanzarse al piso y realizar sus cabriolas. Para mostrarlas, le escribió a Maximiliano de Habsburgo a quien le decía: “Señor—Cuando escuché que un número considerable de mis compatriotas, movidos por el más puro patriotismo, se habían fijado en Su Alteza Real para llamarlo al trono de México, mi alma se desbordó de placer. Si hubiera estado en mi poder acompañar a la Comisión Mexicana, Su Alteza Imperial habría escuchado de boca de uno de los nobles de la independencia, de quien ostentó durante muchos años el primer lugar entre sus conciudadanos, la ratificación de lo que el digno presidente del país expresó con tanta elocuencia y sinceridad”. Tarde, se le hacía para demostrar de lo que era capaz de realizar a nivel del mosaico.
En ese tenor, apuntó: “Sí, Señor, al tener el honor de saludar, junto con el resto de mis compatriotas, a Su Alteza Imperial como Emperador de México, y ofrecerle respetuosamente mis humildes servicios, puedo asegurarle sin adulación que mi apego a su augusta persona es ilimitado; y como la distancia me priva del placer de presentarme personalmente en su presencia, mi pluma lo hará desde mi lugar actual de residencia, esperando que Su Imperial Alteza recibirá la expresión de mis sentimientos con su benevolencia acostumbrada”. El gusarapo retorciéndose al máximo para llamar la atención.
Para ello, apuntaba: “También puedo asegurarle a Su Alteza Imperial que la voz levantada en México para proclamar su nombre respetado no es la voz de un partido. Una inmensa mayoría de la nación desea restaurar el Imperio de Moctezuma, con Vuestra Alteza Imperial a la cabeza, creyendo que es usted el único remedio para los males existentes, y el ancla última de sus esperanzas. Acepte, pues, con absoluta confianza, el entusiasta voto mexicano, y venga con valentía a las costas mexicanas, seguro de recibir las manifestaciones de amor y de profundo respeto, admitiendo, al mismo tiempo, que su presencia grata será suficiente para restablecer la armonía en toda esta tierra. La ocasión es propicia, Su Alteza Imperial puede hacernos felices a los mexicanos colocando su nombre entre los de los héroes bendecidos por la posteridad.
El vasto, hermoso y fértil suelo de México es abundante en elementos para formar un imperio de primera clase en el Continente Americano; en consecuencia, no es un poder insignificante el que se ofrece a Su Alteza Imperial”. Carente de vergüenza indicaba: “Es cierto que el país ha sufrido la anarquía durante medio siglo; pero bajo los auspicios de la paz, con un gobierno paternal, justo e ilustrado, sus recursos podrán ser restaurado en unos años, y ser la admiración del mundo. Ojalá pudiera ver esto antes de que terminen mis días”. Olvidó que, durante ese lapso, fue él quien, con sus acciones, lo llevó al caos y lo desmembró. Pero estaba dispuesto a realizar cualquier acrobacia para que lo tomaran en cuenta.
Para concluir el comunicado, espetó: “Espero que Su Alteza Imperial se digne reconocer al decano del ejército mexicano, un amigo devoto y desinteresado, un servidor muy obediente, que le desea lo mejor, la mayor felicidad, y besa fervientemente las manos imperiales de Su Alteza Imperial”. La respuesta fue la indiferencia. Eso no lo desanimó. Decidió retornar al país vía Veracruz en donde, antes de desembarcar, Bazaine lo hizo firmar un documento en francés comprometiéndose a no entrometerse en asuntos políticos del país, apoyar la intervención francesa y reconocer a Maximiliano como el líder legitimo del gobierno mexicano.
En cuanto desembarcó en Veracruz, el 27 de febrero de 1864, lanzó un manifiesto mediante el cual se adjudicaba tener una participación importante en los eventos políticos de México. Ante eso, el 12 de marzo, Bazaine ordenó que lo expulsaran. De nada le valió argüir que, al desconocer el idioma francés, no se percató de que en el documento se comprometió a no involucrarse en la política de México. Ni siquiera pudo ver la llegada de Max, partió rumbo a Cuba en donde vivió tres meses para, posteriormente, retornar a Saint Thomas. Desde allá, el 8 de julio de 1865, el gallero de Manga de Clavo encabritado decidió realizar una cuarta machincuepa más para demostrar que aún las podía.
Aquella maroma iba plena de mentiras, veamos su contenido. Empezaba así: “ANTONIO LÓPEZ DE SANTA ANNA, ciudadano distinguido del país y General de División de los Ejércitos Nacionales de México, a sus Compatriotas. ¡Mexicanos ! Aquel que siempre se ha dirigido a vosotros en ocasiones solemnes, ya sea para explicaros su conducta política, para daros consejos o para ofreceros su espada, es el mismo que ahora reclama de vosotros la mayor calma y atención para que podáis escuchar… Os hablo desde el corazón. Nunca os he engañado, porque la verdad siempre ha sido mi regla”. ¿Habría quien le creyera? La vergüenza no era su divisa, se comprueba en el párrafo siguiente. Lea lo que sigue.
“El respeto que en todo tiempo y bajo todas las circunstancias he mostrado a la mayoría del pueblo, me impone el deber de hacerles recordar lo que ya han leído en mi manifiesto, emitido el 27 de febrero de 1864 en Veracruz. Me adherí. al sistema de gobierno que parecía proclamado por una mayoría considerable, en obediencia a los principios que profesaba y basado en la sumisión a la voluntad nacional, bajo la convicción de que eran los mexicanos quienes, ejerciendo su omnipotencia civil, se habían entregado nuevas instituciones, y trataban de encontrar la manera de conciliar el orden con la libertad. Pero ¡qué error tan doloroso! Desde esta isla hospitalaria (Saint Thomas) contemplo con creciente indignación el patíbulo que la tiranía de un pueblo usurpador levanta en nuestra amada patria para mancharla con la sangre de nuestros hermanos y para la destrucción de nuestro pueblo”. Ahora se proclamaba arrepentido de su inocencia (¡!)
“Desde esta isla he contemplado también, con orgullo, vuestra lucha por la vida contra los invasores de nuestra patria, los soldados. convocados por la intervención, y la trompeta de la libertad ha hecho palpitar de alegría mi corazón, como en los días felices en que combatimos juntos en defensa de nuestros hogares y de nuestros derechos ultrajados. Las esperanzas de quienes buscaban en la Monarquía el reposo que la República les negaba, han quedado decepcionados; la dignidad nacional ha sido despreciada, la justicia ridiculizada, nuestros sagrados derechos pisoteados, el pensamiento esclavizado, la prostitución elevada y la virtud vilipendiada, el santuario cubierto de luto y la iglesia afligida por tribulaciones. ¡El terror está sentado en el patíbulo, blandiendo sobre los patriotas el cuchillo del exterminio! ¡Guerra a los invasores! Libertad o muerte debe ser el grito de todo pecho generoso en el que el honor tiene su hogar, la independencia su altar y la libertad su rito”. Y retornaba a su candor previo y desencanto posterior.
“Pensábamos que el archiduque Maximiliano de Austria habría de devolvernos la paz, y ha sido el nuevo elemento de la discordia; que con leyes sabias enriquecería nuestro tesoro, y lo ha empobrecido de manera increíble; que él podría traernos la felicidad, pero son innumerables las desgracias que en tan poco tiempo ha acumulado sobre las ruinas del México ensangrentado; que en definitiva sería coherente en sus principios y promesas si acepta las propuestas del presidente Juárez en todo lo que relacionado con la reforma; pero al mismo tiempo lo combate a punta de cuchillo”. Buscaba una rendija por donde colarse para congraciarse con el estadista mexicano.
“Los aventureros europeos forman su guardia de honor. Las bayonetas francesas son las que lo sostienen, y mientras tanto muchos se ven condenados al olvido, son despreciados los veteranos de la independencia, que alguna vez fueran la gloria de nuestra nación, y ahora son objeto de burla y mofa por parte de la soldadesca extranjera. Estos insultos ya no se pueden tolerar. Ha llegado la hora en la que debemos expulsarlos del suelo sagrado, de liberarnos de una chusma ridícula que profana con sus pies esta tierra de libertad, y nos insultan con su presencia”.
Si lo hubieran aceptado en esa runfla, otra sería su opinión.
Se soñaba como el gran líder unificador y clamaba” “¡Liberales y conservadores! Olvídense de las contiendas fratricidas, y avanzar al rescate. Unámonos contra el enemigo común. Una bandera nos cubre: ¡la bandera de la Libertad! Un solo pensamiento nos anima, el de la guerra y la muerte para los invasores que destruyen nuestros pueblos y ciudades y decapitan a nuestros hermanos. ¡Eterna execración a los tiranos de nuestra patria!” A continuación, explicaba como realizó esta última maroma.
“Compatriotas, si al leer mi Manifiesto del año pasado, les llama la atención la expresión de que “las últimas palabras de mi conciencia y de mi convicción es la monarquía constitucional”, recuerden que también dije en la misma ocasión: “No soy enemigo de la democracia, sino de sus excesos; ‘y, sobre todo, no olvides que yo fui el fundador de la República. Un pueblo es libre, cualquiera que sea su forma de gobierno. Cuando el jefe de la nación olvida que es humano, debemos recordarle que él solo es el órgano de la ley.
Esto, en mi opinión, también era el de ustedes cuando la República se transformó en Imperio. Pero nos hemos equivocado. El príncipe que elegiste no es el órgano de la ley, sino el usurpador de nuestros derechos. Él no es el defensor de la independencia nacional, si lo fuera, no habría cedido Sonora. No es el soberano de la nación, sino el humilde vasallo de una potencia extranjera”. Pero, faltaba más.
“…Fui a Veracruz para encontrarme con el proclamado emperador, dispuesto a darle, sin reservas, todo mi apoyo; pero su arbitrariedad y descortesía me cerraron las puertas de mi país. el decreto de mi expulsión estaba escrito en un idioma que nuestros ancestros no hablaban. Te debo una explicación. Los periódicos de la capital publicaron mi reconocimiento a la intervención francesa. Este acto no se originó por mi voluntad, sino que me fue impuesto por la fuerza de las circunstancias.
Apenas el vapor que me conducía fondeó en el puerto, cuando un comandante francés se presentó ante mí, … acreditándose como el jefe superior de Veracruz, y me hizo saber que no se me permitiría desembarcar, sino por el contrario se me obligaría a regresar en el mismo barco, si no cumplía inmediatamente con las condiciones que me presentó escritas en francés. Se me exigía reconocer la intervención y al monarca electo, y hacérselo saber a la gente. Una insolencia tan silenciosa sólo podía provocar mi indignación. Pero los sufrimientos de mi esposa, causados por el doloroso viaje por mar, y el consejo de algunos de mis amigos que vinieron a recibirme, me inclinó a suscribir estas condiciones, que, sin embargo, no me liberó de las molestias a las que estaba expuesto”. Lo mencionamos, cuando fue a Veracruz, Max aun no llegaba y aquel López no era capaz de honrar lo que firmaba.
“Todo esto demuestra que la intervención no podía ser apoyada. sin desconfianza en la mente del soldado que siempre había defendió con energía los derechos de su país, humillando en varias ocasiones la bandera de los altivos potentados y haciendo que sus llamadas legiones invencibles se inclinaran bajo el yugo de la democracia”. Era el campeón del humorismo macabro, gracias a sus acciones nos quedamos sin la mitad del territorio.
“Amigos míos, al dirigirme a vosotros hoy sólo me inspira el deseo de vuestra felicidad y la gloria de México. Ningún sentimiento indigno dicta mis palabras. he derramado varias gotas de mi sangre en su defensa, y la vertería toda, si fuera necesario, luchar en sus ejércitos, si no como jefe, ya fuera como soldado raso. Mientras tanto, dado que las circunstancias me impiden unirme a tus filas, deseo que conozcan los sentimientos que me animan”. Ahora estaba en plan de humilde y sacrificado.
Para cerrar, envuelto en el lábaro patrio, concluyó la cuarta maroma que no le valió aplauso alguno. “¡Compatriotas! El memorable 2 de diciembre de 1822, adopté como lema estas palabras: ¡Abajo el Imperio! ¡Viva la República! ¡Abajo el imperio! Viva la República I Y ahora, desde el suelo extranjero en el que vivo exiliado, repito ese lema con el mismo entusiasmo”. Ni quien lo requiriera, su presencia no era necesaria. Aquel López continuaría en su exilio por nueve años más. Cuando regresó a México, en 1874, ya no podía ejecutar maroma alguna. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.17.48) Nada como “maicear” el domingo por la noche y la madrugada del lunes a los pollos. Así, cuando el dueño de la granja se levante, los escuchará piar en el tono que a él le agrada.
Añadido (24.17.49) Ahora que sobran los entusiasmados por ir a traer inversiones chinas, preguntamos: ¿No habrá por ahí alguien cercano a los miembros de la clase política actual, de todos los niveles y todos los partidos, que sea tan amable de regalarles, para que lo lean, un libro de historia sobre lo que ha sido China como imperio?