Por: Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Cuánto tiempo ha pasado desde aquella vez que soñamos por vez primera, escribiendo en un lienzo de nubes un sueño; cuánto tiempo ha transcurrido sin que en algún momento hayamos hecho algo para que se convirtieran en realidad aquellas ideas que en un primer instante abrazamos con tanta ilusión, con tanta fuerza, para que germinaran en el ahora.
Tanto tiempo, enredados en las sábanas, curtiendo los sueños que se alejan en el mar; tanto tiempo sin poder levantarnos, aplazando el despertador, una y otra, y otra vez aplazando nuestros sueños, hasta el punto de que les dejamos ahogarse en mar abierto; ellos, confiando en que en algún momento les rescataremos, esperan pacientes a que les tiremos un salvavidas, salvavidas que en muchos momentos no llega.
Lo que hemos hecho: aplazar planes, dejarlos para otro momento. Metas, objetivos, eventos, sueños abandonados por la pereza, el miedo, la desidia de seguir. No creernos lo suficientemente listos para comenzar; hacer nada para que nada suceda.
Los sueños que se convierten en sueños de sí mismos, habitan únicamente el mundo de las ideas, mientras su parte más tangible continúa siendo una semilla sin germinar; la etapa de construcción sigue en obra negra, mientras el tiempo pasa y la muerte ejecuta a todo aquello que se queda demasiado tiempo quieto.
Dejamos todo para después, hasta el levantarnos de la cama lo aplazamos, sin ánimo de comenzar el día, dejando que se nos haga tarde, que las horas pasen con la esperanza de sentirnos listos en algún momento. Proyectos que se quedan para después, mientras el después se posterga a sí mismo, expandiéndose hacia la eternidad; el tiempo sigue y el comienzo nunca llega.
POSTERGÁNDOLO TODO
No hay duda de que nada tarda tanto como aquello que nunca se empieza. Así, los comienzos se llevan al límite, ahogados por la falta de motivación o por una pesada carga de miedo y dudas.
El tiempo no perdona a algunas ideas, volviéndolas obsoletas, condenándolas a vagar por cementerios, a cubrirse de polvo, oxidarse, llenarse de gusanos, morir en el olvido junto con otras más que fueron condenadas de a poco, antes de nacer.
Cuántos planes, ideas y proyectos han sufrido las más terribles consecuencias a causa de nuestro silencio; cuántas más han sido devoradas por nosotros mismos. El tiempo no perdona, de ninguna forma lo hace y las víctimas más recurrentes son nuestros postergados planes.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Polítca