De memoria
Carlos Ferreyra
Me brincó una fotografía de unos reporteros entrevistando a un sujeto. Quise hacerme el gracioso y le puse un título que desde luego nadie entendió, he tenido que esperar los dedos mágicos de Marifer, lo mismo para aclarar mi fallido intento como para dar a luz los pensamientos que se han derivado de tal gráfica.
Como reportero cabalgó entre dos generaciones, la de aquellos grandes del periodismo y los nuevos jóvenes supuestamente intelectualizados pero por lo menos escolarizados.
De los periodistas tradicionales puedo mencionar medio centenar de virtuosos, pero tomaré como ejemplo a un señor que me dio una de las más breves y sustanciosas clases para el oficio.
Don Gregorio Ortega Hernández, lo conocí prácticamente retirado de las lides informativas, dirigiendo su propia publicación “La revista de América”.
Semanalmente nos visitaba a la modesta redacción y platicaba un buen rato con cualquiera de nosotros, entre los cuáles Leopoldo Meraz, reportero Cor; el Sr. Cuellar y yo éramos, digamos los habituales.
De moda las grabadoras Sonic de precio muy alto pero las predilectas de los bulbos, como calificábamos a los reporteros de radio y televisión.
Un sábado llegó don Gregorio a la revista y como quien regala un chupirul dejó con gesto casual una sonic todavía empacada y me dijo que la había comprado pensando en que a mí me gustaría tener una. A renglón seguido, me invitó a acompañarlo para entrevistar a Porfirio Muñoz Ledo, secretario del trabajo.
Desempaque apresuradamente la grabadora, don Gregorio me preguntaba a dónde iba yo con eso, recogí una libreta y una pluma, me pidió que también dejará eso en paz y que en el coche platicábamos.
“Si usted lleva una grabadora a una entrevista el entrevistado le va a hablar al aparato no a usted; cuidará el tono y el ritmo de su voz sin importarle demasiado lo que está respondiendo, no es buena idea una grabadora”, y prosiguió: “si usted va a apuntar lo que le están diciendo y lleva en la mano una libreta y un lápiz, el entrevistado se preocupará por dictarle correctamente, gramaticalmente sus respuestas, el contenido le importará muy poco, no es buena idea tampoco”, y terminó: “ ejercite su memoria y su capacidad de retención”.
Conocí muchos periodistas que me asombraban por su presencia en una conferencia de prensa, preguntar, observar a los otros periodistas, no anotar y publicar el texto más correcto, más exacto de la conferencia. Un ejemplo, Fausto Fernández Ponte cuyas crónicas interminables eran de obligada lectura y así las considere en mis charlas con jóvenes universitarios.
Ramírez de Aguilar y Manuel Buendía desde sus mesas de trabajo resolvían crímenes en los que la autoridad, encubría o se hacía “pato”. También sus textos eran ejemplares.
Al llegar la escolarización a las redacciones me llamó mucho la atención que considerasen en los planes de estudio la taquigrafía como materia menor y por tanto desechable.
Los jóvenes egresados estaban obligados a inventar sus propias claves para recoger los apuntes de sus trabajos. Un trabajo de romanos, que muy pocos superaban por lo que eran frecuentemente víctimas de funcionarios falaces o simplemente tramposo como Fidel Velázquez.
El líder de los obreros para responder a los reporteros se colocaba un puro entre los dientes y así entre dientes y puro respondía lo que cada reportero alcanzaba a entender. Para armar una nota sobre Velázquez era necesario el concurso de todos los presentes para ver qué había captado cada uno.
Esa deficiencia se convierte en lo que se llamaba la cosecha, esto es la suma de los materiales que cada reportero iba a llevar a su medio, lo que no lo excluía de reservarse alguna cuestión diferente a lo que llevaban los demás.
Mañosos los políticos, decidieron en cada reunión en la que iba a haber varios periodistas ubicar a un grabador, al que acompañaban un par de taquígrafos parlamentarios que casi al terminar el acto tenían lista la versión mecanografiada, lo que impedía el surgimiento de versiones pirata o interpretaciones retorcidas.
El reportero con libreta y lápiz después de un tiempo de práctica era capaz de recoger una declaración poniendo énfasis en los señalamientos más interesantes del entrevistado. Captaban, aunque no siempre lo publicaran, gestos característicos o ademanes de los hombres públicos usuales cuando iban a soltar una información espectacular.
Eran avisos que captaba el periodista y lo ponían alerta sobre la inminencia de una información de primera magnitud.
¡Huy, aquellos reporteros!