Luis Alberto García / Moscú
*La poco conocida historia de Lucien Laurent, el goleador de 1930 en Uruguay.
*Pasó al anonimato al retirarse a los 38 años; pero jugó hasta ser octagenario.
*Tardío homenaje de “Pelé”, Franz Beckenbauer y Michel Platini
Lucien Laurent, anotador del primer gol en un Campeonato Mundial de futbol, marcado el 13 de julio de 1930 en el estadio del barrio de Los Pocitos de Montevideo, capital de Uruguay, no asistió al torneo de 1934 en Italia por una lesión sufrida en un partido de exhibición que tuvo lugar en el Parque de los Príncipes de París.
La II Copa Jules Rimet fue inaugurada el 27 de mayo de 1934, con la consigna de que fuese el país anfitrión el que, sin apelaciones y por órdenes de Benito Mussolini, la ganara costase lo que costase, incluso bajo amenazas al entrenador Vitorio Pozzo y sus jugadores.
Francia perdió (3-2) en su debut ante Austria, sin que se extrañara a Laurent ni a ninguno de sus compañeros participantes en Uruguay cuatro años antes y, en total, Lucien jugó diez partidos internacionales, fichando por varios equipos semi profesionales de cierto nivel, hasta que se alistó como combatiente antes de la invasión alemana a Francia, el 10 de junio de 1940.
Fue prisionero de guerra durante casi tres años, liberado y, con un retorno incierto al futbol, se retiró en el Besançon a los 38 años para empezar su carrera de entrenador, siempre en equipos modestos de las ligas inferiores francesas; pero sin dejar el deporte que siempre quiso.
En Francia nadie sabía nada de él, y rastreando por pistas casi desconocidas, los periodistas italianos que quisieron saber sobre su vida, luego de su efímera fama en 1930, supieron que su último equipo había sido el Besançon, buscaron y lo localizaron.
Era un bien conservado anciano de 82 años –nació el 3 de diciembre de 1907-, y aún jugaba al futbol con un grupo de contemporáneos, a los que físicamente superaba, dejando ver que, lo que bien se aprende, difícilmente se olvida, conocido por su irremediable afición; pero apenas se sabía de él, menos que había sido en un tiempo remoto.
Aparentemente no había nada que lo relacionara con su primer gol en el Campeonato Mundial de 1930; pero de repente le llegó una súbita fama, ¿cómo?: el Conité Organizador de la Copa del Mundo de 1990 lo invitó a una fiesta, en la que fue saludado y celebrado como un héroe que resurgía del olvido voluntario o involuntario, o atribuible a su modestia congénita.
Fue saludado respetuosa y festivamente por Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, por el “Kaiser” Franz Beckenbauer, por Sir Bobby Charlton y Michel Platini entre muchos otros que lo homenajearon, y para para su sorpresa, la televisión italiana ya había mostrado imágenes de los partidos de Lucien Laurent con sus amigos de Besançon.
Él era el mayor, de constitución fuerte, estatura mediana, cabeza redonda de abundante cabellera blanca y vivaces ojos azules, figura que le atrajo las mayores simpatías de los ídolos del pasado y de años más recientes, a quienes tuvo que contar como marcó su gol, aquel lejanísimo 13 de julio del año 30 del siglo XX.
Habló para los campeones mundiales invitados y, además, gustosa y obligadamente, para los reporteros de la televisión italiana que rastrearon sus callados pasos: “El partido comenzó normal. Ambos equipos luchaban por el balón. De pronto, Delfour atacó por la derecha y pasó a Liberati, que centró”.
Corrió por en medio y conectó con el balón al caer, y entró por la esquina derecha de la portería: “Todos estábamos contentos, pero no nos abrazábamos ni nos besábamos, como hacen ahora…”.
El futbol lo premió en sus últimos quince años, y murió a los 97, en los que disfrutó de su condición de héroe en Besançon, dedicado a entrenar a niños de una escuela de la población, dio conferencias y siguió jugando los domingos por la mañana con los veteranos, sin envanecerse, porque –dijo alguna vez- “a esa edad ya es imposible”; pero viviendo la sensación inesperada de la popularidad.
La cancha de futbol del barrio de Los Pocitos en los que hizo aquel golazo a la selección mexicana –que empezó sus participaciones mundialistas con el pie izquierdo- desapareció, devorada por la ciudad de Montevideo, a la que Roberto Darvin, querido compositor uruguayo llama “principio y fin de la mar”.
En 2002, el arquitecto Héctor Enrique Benech localizó el sitio exacto para levantar un monumento a aquel primer gol, anotado en el primer partido del primer Campeonato del Mundo de futbol, y superponiendo planos y fotografías dio con él, en las calles de Charrúa y Coronel Alegre.
El concurso para el monumento lo ganó Eduardo di Mauro, con dos elementos situados a cincuenta metros de distancia: uno se llama “Cero a cero y pelota en medio”, situado donde el delantero francés hizo el saque inicial, origen de todos los torneos mundiales jugados hasta la fecha, y el otro “Donde duermen las arañas”, que representa el ángulo por donde entró el rimero de todos los goles mundialistas, el de Lucien Laurent.
El problema fue saber en cuál de las dos porterías había sido, porque no había ninguna referencia escrita de hacia qué lado atacaba cada equipo en cada tiempo; pero el enigma se resolvió con una pista: hacia qué lado iba el viento, y revisando los pronósticos meteorológicos de esa tarde lluviosa, se dedujo hacia qué lado atacó Francia en el primer tiempo.
Un representante diplomático del país europeo asistió a la inauguración de las esculturas, además de una placa que inmortaliza a un héroe que permaneció ignorado muchísimos años: “1921-1930, Field de Los Pocitos – Peñarol. 13 de julio de 1930. Lucien Laurent, primer gol Campeonato Mundial de la FIFA. Francia 4, México 1”.
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