Jorge Miguel Ramírez Pérez
“Alguien, pretendiéndose ora leal súbdito del príncipe, ora verdadero fiel de Dios, no se engañe a sí mismo o a los demás, considero que es necesario ante todo distinguir entre el menester civil y el de la religión, y establecer exactamente los limites que existen entre la Iglesia y el Estado.
Si no se hace esto, no se podrá poner término a las controversias entre aquellos que tienen de verdad o simulan tener interés
por la salvación de las almas o de la República”John Locke
“Carta sobre la tolerancia”
Se supone que los que participan en política conocen quien fue Locke y sus argumentos desde el siglo XVI, sobre la separación de la Iglesia y el Estado. De hecho forman parte esas definiciones, como respuesta a la discusión en la edad media sobre el tema de la cruz y la espada. Los mexicanos desde las leyes de Reforma lo tenemos claro; y solo algunos osados pretenderían hacer un revoltijo, en estos asuntos de fondo.
Y aunque hay ataques a la cultura occidental que emana directamente de la cultura cristiana, -y no me refiero a las corrientes religiosas del cristianismo- sino al pensamiento occidental que prevalece derivado de ellas; nada indica que se vayan a derrumbar los cimientos de la separación de la Iglesia y el Estado; que por cierto, son las palabras esenciales de Jesús en el tema: “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”.
Porque entre los musulmanes y otras formaciones teocráticas del mundo, esa distinción no existe. Sus creencias, sostienen una estructura inseparable de poder político y religioso, como los ayatolas de Irán y otros, que transitan a plenitud en las dictaduras de la intolerancia.
Por eso las aparentes buenas intenciones en las que se comprometen algunos lideres religiosos en esfuerzos que competen al gobierno, no deben ser vistos como una onda de cuates, como un intercambio de buenas vibras; en las que con un acuerdo palaciego, esos religiosos, que son mas bien, militantes en la política del actual régimen, se autonombran representantes de las iglesias evangélicas; y se comprometen para que éstas, sean propagandistas de una cartilla cívica y moral, usando el método de casa en casa, y en consecuencia se tiren a la basura las formas esenciales de respeto entre las esferas de la fe y las del gobierno.
El sujeto que pretende encabezar a los evangélicos del país y hablar en su nombre, es un grillo, como se les dice vulgarmente a los activistas que se agarran de un clavo ardiendo con tal de protagonizar algo, mediante verdades a medias, o sea, mentiras: Arturo Farela Gutiérrez.
Este personaje que no tiene vocación de pastor y se ostenta como tal, usa ese título, como cobertura, para sus propios fines de fama y poder personales.
Y él, no es evangélico. Porque si hay algunas cosas que identifiquen a los evangélicos y el mismo Farela lo sabe, son: no predicar nada que no sea la Biblia, nada en absoluto diferente a la Biblia directamente; no tener ningún líder universal como otros grupos lo tienen, por ejemplo un papa o un patriarca, y hacer una subrayada convicción de que no hay que revolver lo espiritual del Reino de Dios, con lo material del reino de los hombre; finalmente, no tener ningún tipo de sujeción en materia de lo que no sea estrictamente legal, de parte del poder del Estado, por encima de Jesucristo revelado en la Biblia, no en ninguna cartilla moral o cívica.
Por eso Farela engaña al Presidente López Obrador y se engaña así mismo, porque no es cabeza de los evangélicos para hablar en su nombre.
No es pastor, porque los pastores están en sus iglesias predicando a Cristo, no la filosofía de un político. No es evangélico porque pretende ser cabeza de quienes no comulgan con sus compromisos y además, como característica, no reconocen cabeza eclesial alguna. Y no es político, porque no es profesional de las ciencias del gobierno, no tiene trayectoria en la administración pública o las cámaras, y porque está impedido legalmente, porque dice ser ministro de culto ordenado.
Entonces Farela y sus seguidores ávidos de poder son, en toda la extensión de la palabra unos oportunistas.
Son asaltantes del poder que además si no les dan mucho dinero, no van a repartir un solo folleto, entre sus exiguos seguidores. Porque ni siquiera Farela y asociados, por cierto antes priístas, tienen el control mental del tipo que les aplicaba al grueso de fámulas que le adoraban como dios, otro ex tricolor Naasón Joaquín, el líder encarcelado en California, por cargos de abuso sexual entre otros; ese sí, cabeza universal de la secta perniciosa “la luz del mundo” que se pretende evangélica, pero que tampoco lo es.