* La madre soltó a su hija porque estaba cansada, harta de que no le alcance para comprar lo básico, molesta con el gobierno que no le brinda seguridad, enojada y de mal humor porque el seguro popular no cubre a todas
Gregorio Ortega Molina
La percepción que los seres humanos tenemos de los sucesos públicos es de claroscuros. La razón es simple, cada cual los vemos de acuerdo a nuestra formación humanista e instrucción educativa, o según han sido fomentados los “intereses objetivos” por los actores políticos.
De allí que cuando la mal llamada opinión pública percibe un quiebre en la procuración y administración de justicia, se vuelque con todo su arsenal de conocimientos -verdaderos o falsos- para emitir veredicto.
Pues bien, sucede que durante la semana del 10 de mayo el conductor de un metrobús atropelló a una niña de dos años (he decidido omitir nombres para evitar lo que las buenas conciencias llaman linchamiento mediático); la madre de la fallecida declaró a los medios, y quizá también al MP, que su hija se le soltó de las manos.
De acuerdo a lo divulgado por la empresa administradora de ese transporte concesionado, y a las autoridades de la Ciudad de México -ingenuos de nosotros que aceptamos que aspiren a convertirla en una ciudad Estado, cuando carece de lo esencial para ello, pues no es Florencia, mucho menos Atenas, y todavía está más lejos de Singapur-, el metrobús viaja con un sistema de control de velocidad.
¿Cuál es el método de autoridad usado por una madre de familia para andar en la calle con sus hijos menores? Las estadísticas están para quien desee consultarlas: la mayoría de las mujeres-madres trabajan doble turno (en su lugar de trabajo y en el hogar), otras muchas más son el sostén de sus familias, y los “becarios” que dicen llevar los pantalones de la casa, ni siquiera son aptos para buscar a los hijos en las escuelas, ya no digamos para vigilarlos o cambiarles los pañales.
Pero la madre de esa pequeña de dos años atropellada por el metrobús y muerta, con seguridad en el instante del accidente, declara que se le soltó la niña, y cómo no, si trabaja hasta agotar su fuerza física y, con muchas probabilidades, está mal alimentada, porque la mayoría de las mujeres sí son capaces de quitarse el pan de la boca para alimentar a sus hijos, pero los hombres no.
La madre soltó a su hija porque estaba cansada, harta de que no le alcance para comprar lo básico, molesta con el gobierno que no le brinda seguridad, enojada y de mal humor porque el seguro popular no cubre a todas.
El chofer del metrobús pudo haber estado incapacitado para ver a una niña de dos años atravesarse en su camino.
No lo sé, lo que ocurrió es un crimen por negligencia, pienso, y hay un tercero en discordia: ese gobierno incapaz de anticipar que una madre de familia, medio muerta de hambre, puede soltar a su hija porque durante los días de contaminación el transporte público está saturado, y los accidentes suceden.