* México está en riesgo de convertirse en una nación de asesinos a sueldo; somos ya un país de cínicos, en el que las autoridades suponen que con crear “novedosas” legislaciones, comisiones de investigación y expulsión de los corruptos del seno de las sociedades políticas, se acabará el caos
Gregorio Ortega Molina
Pareciera que los patrocinadores de la muerte violenta en México ya formaron una sociedad anónima, o una JAP, quizá una ONG; además, los socios están de uno y otro lado del escritorio.
Tanto presidente municipal ejecutado, ¿cuántos periodistas a los que les cerraron la boca, lo mismo por ser profesionales que por negarse a la corrupción? ¿Y los desaparecidos? Por diferentes entidades federativas andan los padres de familia hurgando en las fosas clandestinas o en las comunes, con sus propios y miserables recursos, o tangencialmente apoyados por alguna agencia gubernamental o una institución religiosa.
Nos hemos convertido en el país poético de José Gorostiza y su Muerte sin fin, o en el de la justicia por mano propia. Los linchamientos se multiplican debido a ese enorme vacío de autoridad que facilita la aparición de mensajes como los enviados por el personaje de Philip Kerr, protagonista de Una investigación filosófica. Homicida inteligente, hace saber a la mujer policía que le pisa los talones, lo siguiente:
“Sólo la perspectiva de la muerte -la propia, la de los demás, eso es lo de menos- convierte la vida en real. La muerte es la única certeza que tenemos. Cuando morimos el mundo no cambia, sino que desaparece. La muerte no es un acontecimiento de la vida. Pero sí el asesinato… el asesinato sí lo es”.
Es posible que tenga razón, los grandes crímenes, las ejecuciones despiadadas y sin objetivo aparente, propiciaron una buena parte de las transformaciones de la “humanidad”.
La ejecución de Cristo en la cruz, la industrialización del cuerpo humano durante el llamado holocausto, Hiroshima y Nagasaki… y aquí, a nuestra aldeana escala, Felipe Ángeles, Francisco Serrano, Álvaro Obregón, Luis Donaldo Colosio, y la interminable suma de rostros anónimos que dejaron a sus familiares, porque se convirtieron en víctimas de las políticas públicas, en uno y otro sentido, porque no se requiere de armas para matar, porque se puede morir de ilusión, de desesperanza, de hambre, de enfermedades curables y como consecuencia de la colusión entre los delincuentes y las autoridades de procuración de justicia.
El riesgo es mayor, porque además de estar en camino de que México se convierta en una nación de asesinos a sueldo, somos ya un país de cínicos, en el que las autoridades suponen que con crear “novedosas” legislaciones, comisiones de investigación y expulsión de los corruptos del seno de las sociedades políticas, se acabará el caos y se restablecerá el orden, pero no es así como sucederá.
Adenda olímpica: Leído en Internet. “No soy un Grinch ni nada parecido, pero sintonizar los Juegos Olímpicos es fomentar la pobreza en que está hundido el pueblo brasileño, la deuda enorme que esto le causará a su economía. Peor aún, es hacer más ricos a los políticos corruptos que hicieron su agosto dizque con el presupuesto destinado para estos juegos.
Hay tanta mediocridad en este negocio, que creo que ver participar a un equipo mexicano que nunca puede ganar nada debido al escaso apoyo económico por nuestro Gobierno, es meterles la idea a nuestros hijos que ser mediocres es normal. No fomentemos este negocio triste, por donde sea que lo veas”…