Eduardo Sadot
Ya lo hace por costumbre – muy trillada – lanzar bolas de humo y distractores para no atender lo importante que le causan ruido a su culto personal, qué es lo que le preocupa, porque el país no, aún no entiende el presidente, preocupado más por su imagen y su trascendencia histórica, que un presidente debe saber que su mandato dura seis años nada más, que le juzgarán por su auténtico desprendimiento más que la frivolidad de vanidad, temporal culto a la inmediatez. Egocentrismo puro, lo trascendente tarda, ahí el caso de Salinas de Gortari, a su llegada al poder muchos lo denostaron y aún hoy sin muchos argumentos – pienso – siguen la inercia de no perdonarle imponerse a Cárdenas, con la ayuda de Bartlet, pero pocos o nadie – ni Obrador – puede negar algunos de sus logros, la firma del TLC que el mismo Trump se quejara de ser un tratado a favor de México y no de EEUU.
La institución de la “no reelección”, es una institución que ha proscrito los golpes de Estado y permitido la renovación generacional de la clase política, con excepción del poder legislativo y los municipios y alcaldías, que debe regresar al principio de no reelección. Pero no lo asimila el presidente, durante sus primeros años, ha cuidado su imagen, a costa del país. Prueba de ello que lo evidenció cobarde, fueron las contradicciones y titubeos para sumir la responsabilidad de quién decidió en el Culiacanazo, primero que no, luego que siempre si. No sabe, no quiere darse cuenta, o no se atreven a decirle que después del ejercicio de su sexenio, pretender forzar el juicio de la historia creyendo que su sucesora le respetará y continuará el culto a su persona, apoco cree que ella conociéndola lo hará – lo que él llama su 4T Cuarta Transformación – que no es más que la continuación del culto a su personalidad.
En México no prospera, baste ver el ejemplo del Maximato. Si acaso como a Calles, solo su Partido. MORENA, si perdura más allá que él, lo recordarán con una estatua, pero, para equipararse a los grandes de la historia Patria, le sobra arrogancia, vanidad e intolerancia. No darse cuenta de la calidad de sus aduladores, es ignorar que al término de su mandato su imagen se esfuma, que vea a sus antecesores en el tiempo. La grandeza de un gobernante no depende de su voluntad de ser grande, por más que le aplaudan, lo adulen o no lo contradigan, se mide por su desprendimiento a la obsesión de “trascender”.
Es evidente que siente una gran necesidad de reafirmar su aceptación, debe desprenderse de esa obsesión y dedicarse a gobernar para todos, no nada más para quienes le aplauden, un ejemplo reciente que no quiere ver, es – otra vez – Salinas, quien al llegar nunca acuso adversarios – y él si los tuvo – se dedicó a conquistar y hacer campaña precisamente, con quienes le rechazaron, buscó legitimarse, no cejó en su empeño hasta conseguirlo, pero esas batallas son temporales y efímeras, lo que queda es lo que hizo y sembró para el futuro y ahí está el TLC.
La ley de ingresos, cancelación del NAIM de 120 espacios para avión a 14 de Santa Lucía, delincuencia, homicidios, niños muertos por cáncer, guarderías cerradas, reforma energética contra el medio ambiente, que no quiere que veamos, fantasmas que le perseguirán hasta el final de sus días, no de su sexenio. Es tanto el miedo, que insiste – obsesionado – en distraernos ahora con la UNAM.
Cree que, jalándole los bigotes al Puma, puede distraer a la opinión pública. Lea la caída de la popularidad de López Portillo, Peña, Echeverría y Alemán, ninguno se alucinó con la idolatría de su persona, más que gobernar y dónde están hoy. Debe leer como terminaron Hitler, Mussolini, Díaz y Santa Anna y dónde están. Que abra los ojos muy bien y vea bien, porque por ahí se ve su lugar, aunque sus aduladores le digan – y él se los crea – que junto a Juárez o Hidalgo.
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