RELATO
-Dime -quiso saber él-. ¿Qué es lo que voy a hacer cuando tú ya no estés?
-Pues qué más. Seguir con tu vida, como los demás.
-¡Pero yo no soy como los demás! ¡Entiéndelo! Desde que tú llegaste, ¡todo cambió para mí! Antes yo solamente era un hombre común y corriente, pero desde que me encontraste aprendí lo que es estar vivo. Gracias a ti aprendí a observar y a volar. Gracias a ti aprendí a amar todos los atardeceres; gracias a ti aprendí que las cosas más simples son las más grandiosas. Dime…, ¡qué es lo que voy a hacer cuando tú me faltes!
-Tranquilo -le respondió el joven a su amigo mayor-. Todavía me quedan unas horas de vida. Así que, mientras el tiempo llega, tú y yo todavía podemos disfrutar de la luna y de las estrellas… ¡aunque sea de día!
Los dos amigos treparon entonces al techo de un edificio y bajo la sombra de un árbol se acostaron para mirar todas las estrellas de la vía láctea. Era de tarde todavía, pero pronto la noche llegaría, y con ella, como una estrella fugaz, una vida se apagaría.
El hombre lo sabía, que al llegar la mañana habría ya de haber perdido para siempre a su más grande amigo. Esa noche, más que nunca, todo lo que él deseó fue que el sol jamás se apareciese… Pero todo fue inevitable. Al comenzar a aclarar el alba, su gran amigo exhaló su último respiro. El señor lo miró y lo abrazó muy fuertemente contra su pecho. Y sin poder contener sus lágrimas, clamó y reclamó al cielo: “¿Por qué? ¡Por qué! ¡Por queeeeé!”
Su amigo, su más grande amigo, lo había abandonado.
FIN.
ANTHONY SMART
Octubre/11/2017