HOMO POLÍTICUS
PAVE SOBERANES
El hombre es el único animal capaz de transformarse en un imbécil.
Glucksmann
Para Roberto, joven universitario —no se sabe si alumno o estudiante—, el perro al que mató deliberadamente porque quiso [sin justificación] y porque pudo [sin remordimiento], sin calcular los efectos, no era su mejor amigo. Va a necesitar de uno.
Los niveles de oxitocina de Baileys, como se llamaba la víctima de salvajismo humano, no desarrollaron apego alguno en su verdugo, como en casos normales sucede, por lo que debía ser recostado en un diván y objeto de análisis, como todos quienes maltratan a los animales, cualquiera que sea su especie, para evitar que hagan más daño o se hagan daño a sí mismos.
Resume Argüelles el cerebral —el Argüelles que no lo es tanto, dijo que Cuauhtémoc Blanco «no es dios» para acabar con la violencia—, en El vicio de leer, que lo libros no hacen buenos a los malos ni malos a los buenos. Pone de ejemplo al Che Guevara —«Viva la muerte»— y a Hitler, lectores de Homero, Cervantes, Shakespeare y Dante, entre otros, que nunca se convirtieron. Tampoco los universitarios, estudiosos o sólo matriculados, garantizan ser buenos, sólo porque estudian. No siempre la educación forma hombres humanos, éticos y empáticos. Es falso que la lista nominal de la delincuencia está llena sólo de pobres, morenos e iletrados.
La clave —que no secreto—, no es la educación, como repiten los funcionarios del ramo como loros, estudiar o leer libros, que ayudan, sino el humanismo. Humanismo leído a sílabas, entendido como sensibilidad y respeto por la vida, humana o animal. A ustedes les consta, como Monsiváis, que aquí se ha repetido que un perro es las más de las veces mejor ser humano que los humanos, como en el caso que nos ocupa. Baileys seguro lo era, hasta que dejó de servir dando ejemplo.
Después vino un juez, Subdíaz se apellida, que impuso al victimario una pena de cuatro bultos de croquetas, acaso de esos de 25 kilos y unos 200 pesos en tiendas 3B —muchos mejores que la 4T—, tras su encarcelamiento fugaz. El juez penal aplicó la ley, pero tuvo un comportamiento de comisario, de esos que en las barandillas imponen barrer una calle a borrachines o a quienes se orinan en la vía pública, observando el imperio del Bando de Policía y Buen Gobierno. Banalización de ida y vuelta: al juzgador también que lo atienda un facultativo de diván, recostado en cuatro bultos de croquetas Pedigree de 998 pesos cada uno.
La escena es imaginable, por real: Baileys viendo con ternura a su humano Roberto, mientras a golpes sin piedad empieza la muerte segura. Con ese gran vínculo de amor hasta su último aliento, conocido por las buenas personas que saben de humanismo porque lo tienen. Cuatro planas de «El hombre es la única criatura que tiene que ser educada» y los legisladores a legislar, encareciendo la pena corporal.
La hormona del amor de los perros, tiene hoy en el mundo aplicaciones clínicas, neurológicas y psiquiátricas, para la búsqueda de armonía en beneficio de las personas, capaces de detectar enfermedades en sus humanos con sus 300 millones de sensores olfativos, hormonas que dan amor, felicidad y alegría, a la vez que a otras personas tranquilizan y llegan a sanar.