Una investigación realizada por Scott Rick, profesor de Marketing de la Universidad de Michigan, sugiere que las personas que experimentan con frecuencia ira y frustración por las situaciones negativas que les acontecen, toman mejores decisiones cuando van de compras ya que los hace sentir que tienen el control.1
Tal parece que quien siguió la sugerencia fue Enrique Peña Nieto quien, justo la semana anterior –luego de su estrepitosa derrota electoral–, adquirió 700 hectáreas en su ya casi paraíso particular: Ixtapan de la Sal, en el Estado de México, por supuesto.
Tras su compra, por la que pagó muchos millones de pesos, Peña debió de haber recuperado un poco de control. Aunque haya sido por un momento, debió haber sentido que se alejaba de la depre. Y es que la manifestación de rechazo popular a su persona y a su corrupción fue enooorme, tras la jornada electoral de hace dos domingos.
Setecientas hectáreas, un latifundio, equivalen prácticamente a todo el casco urbano del municipio con clima tropical. Y ésta extensión se suma a las ya muchas hectáreas que el de Atracomulco ha adquirido desde antes de (mal) gobernar al EdoMex y al país. Una cuantas hectáreas hoy, otras más la próxima semana, mes a mes, año con año desde que inició el siglo XXI.
Y es que, no lo comente con nadie, EPN quiere hacer de ese pueblo, localizado a 135 kilómetros al suroeste del Zócalo de la CDMX, un paraíso turístico. Arguye, dicen, que si Luis Echeverría hizo Cancún, él quiere convertir a Ixtapan de la Sal en un resort de clase mundial.
Sólo un detalle. El pueblo mágico no tiene playas a las que bañe el mar.
Lo cual no sería problema para él que tiene taaaanto dinero.
Compra un oceáno, ¡y ya!
Se le quita lo deprimido.
Apareció Ricardo Anaya en el hotel Marquís
Lo buscan, lo buscan y ¡no lo buscan!, como dicen en Yucatán. Pero, sin séquito. Sin que nadie se acercara a saludarlo. Menos aún a pedirle la photo op, una selfie, pues. Como apestado, prácticamente, sin que alguna alma caritativa lo pelara. En el hotel Marquís, del Paseo de la Reforma, Ricardo Anaya, sostenía al mediodía de ayer una reunión con Enrique Vargas, el alcalde panista de Huixquilucan, municipio conurbado a la Ciudad de México.
De lo que hablaban nadie se enteró, por obvias razones. Nadie se les acercaba ni quería pasar cerca de donde se encontraban.
Pero sí había especulaciones: “Está pasando la charola. Ya ves que Vargas es un alcalde muy cuestionado por los negocios de sus constructoras con el erario municipal”, decía uno. Mientras que otro teorizaba sobre el futuro penal del ex candidato presidencial del PAN: “Busca aliados. Mañana se conocerá –o sea, hoy– el fallo de los magistrados que llevan su asunto”.
Apareció el que andaba ausente. Eso sí, nadie se acercó a insultarlo.
Hiram Almeida se insubordinó… y lo corrieron
La intempestiva renuncia de Hiram Almeida a la titularidad de la SSP de la Ciudad de México tuvo una razón de peso. Se insubordinó al Jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, y acto seguido, éste le exigió su irrevocable dimisión al cargo.
Domingo 1 de julio. Amieva citó a Almeyda en el C5 de la CDMX para dar seguimiento a la jornada electoral. No sólo a él, a otros funcionarios de su gobierno. Pero el todavía secretario de Seguridad Pública no acudió al llamado. Dijo que él estaría disponible en “su” oficina.
Berrinche, coincidieron los presentes en el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México. Rabieta infantiloide, a fin de cuentas, porque don Hiram quería ocupar el puesto de Amieva. Y no. Miguel Ángel Mancera no lo escogió a él para concluir el periodo constitucional para el que fue electo en 2012.
Y tras la pataleta, el llamado al orden. Sus servicios ya no serían requeridos.
Mano firme del jefe de Gobierno que, dicen con agrado sus colaboradores, ha resultado ser una verdadera sorpresa en cuanto a disciplina, orden, cordialidad.
“Trabajamos muy bien con él”.
¡Enhorabuena por la capital de todos los mexicanos!