Juan Luis Parra
En un momento donde el oficialismo naufraga, cuando el desgaste de la 4T es evidente, el senador que alguna vez fue emblema del PRI bueno, decidió tenderle la mano a Claudia Sheinbaum.
No para exigirle cuentas.
No para señalar el caos.
Para apoyarla. Según él, “no es momento de regatear el apoyo a la presidenta”.
El comunicado que difundió es ofensivo. Habla de prudencia, de responsabilidad política, de unidad frente al conflicto con Estados Unidos. Pero en el fondo, lo que hace es normalizar lo que no se debe normalizar: que un supuesto opositor salga en defensa de un proyecto en ruinas. Porque eso es Morena hoy. Una estructura debilitada, sangrando por todos lados.
El Estado ya no manda, el sistema de salud está colapsado, la violencia no cede, y encima brotan presuntas investigaciones en el extranjero sobre políticos de la 4T metidos hasta el cuello con temas delicados.
Así está el país. Pero Beltrones decide aplaudir.
Y claro, las redes sociales no perdonaron. Le llovió con todo. Las ofensas fueron agresivas, fuera de lugar, y no las comparto. Pero la frustración de fondo es legítima. ¿Cómo no indignarse cuando un actor que se vendía como contrapeso se alinea, con un gobierno débil y cada vez más cuestionado? No se trata de lealtades, se trata de dignidad política.
Lo más triste es que ni siquiera es una jugada inteligente. Quien cree que sumar puntos con el régimen en caída le va a abrir puertas, no entiende lo volátil que es la memoria del poder. Beltrones arriesga lo que le queda de capital político y arrastra su imagen en un momento donde la gente está harta de simulaciones.
Si aún piensa en proyectos a futuro, debería tomar nota de los Yunes: padre e hijo, hoy son cadáveres políticos que deambulan como fantasmas, viviendo tiempo extra en la política nacional y siendo víctimas de su propio oportunismo.
Que no se preste a actos montados con propagandistas de pacotilla disfrazados de reporteros. Que se enfoque en su trabajo legislativo y entienda que chambear para intereses y no para la gente es el camino más rápido al olvido.
Censura y castigo, ¿quién se beneficia?
En Puebla y Campeche no están censurando. No, claro que no. Sólo están “regulando” el discurso.
Controlando “el odio”. Castigando “el acoso”.
El que rompe la ley, el asesino, el traficante, no es tan peligroso como quien ejerce el periodismo o escribe un tuit crítico.
En Puebla, el gobernador Alejandro Armenta decidió que su piel no está para roces. La #LeyCensura, que ya entró en vigor, castiga con hasta tres años de cárcel a quien insista en insultar u ofender desde las redes. De verdad, ya no puedes mentarle la madre al gobernador sin arriesgarte a una condena penal.
Como respuesta a este atropello, el Día del Padre se convirtió, en X, en el Día Nacional de Mandar a Armenta a chingar a su madre.
Ahora, ya pidió hacer uno de los famosos foros, donde se buscará discutir lo que ya es ley.
¿Quién se beneficia? Se dice que fue José Luis García Parra, alias “El Choco”, sobrino del célebre Mario Marín, el “góber precioso”.
“El Choco” carga con sus propios escándalos: coches de lujo, ingresos inexplicables y ahora, mordazas legales para quien se atreva a señalarlo.
Antes de ser coordinador del gabinete del gobernador Armenta, fue diputado local. Fue ahí cuando aprovechó para presentar la propuesta de la ley que hoy le causa dolor de cabeza al Gober.
¿Libertad de expresión? Sólo si hablas bien del patrón. Lo demás, ciberacoso tipificado.
Pero no es el único estado en la carrera por silenciar. En Campeche, la cosa se puso peor: Jorge Luis González, periodista, fue vinculado a proceso por presunta incitación al odio y a la violencia contra la gobernadora Layda Sansores
Además de encerrarlo, buscan cerrar al diario Tribuna Campeche, le prohibieron ejercer al periodista y lo obligaron a pagar dos millones de pesos por “daño moral”.
Todo por “incitar al odio” contra Layda Sansores.
Lo grotesco es que González ya ni dirigía el diario. Los abogados del periodista argumentan que está retirado desde 2017. Sin embargo, la jueza ya sentenció que él es quien da las órdenes y, por tanto, quien debe pagar.
Antes de estos dos episodios, lo de Héctor de Mauleón.
Tenemos que proteger nuestra libertad de expresión, pues cuando censuran y callan al periodismo, muere la democracia.
¿Quién se beneficia si la prensa crítica muere y quedan sólo los chairo-tubers?