Luis Alberto García / Moscú
*Estados Unidos y sus aliados no participaron en 1980.
*La invasión soviética a Afganistán, razón de esas ausencias.
*”O retiran sus tanques, o retiro a mis atletas”: James Carter.
*El primer lugar para Checoslovaquia; el segundo fue de Alemania.
El presidente de Estados Unidos, James Carter, estaba en su tercer año de gobierno cuando, en 1979, ante la invasión militar de la Unión Soviética a Afganistán, decidió no enviar a la representación deportiva de su país a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980.
Debido a esa circunstancia de orden estrictamente político, las naciones del bloque socialista inmediatamente se sintieron dueñas del evento cuatrienal, cuando fue un hecho el boicot estadounidense, en lo que en el país anfitrión llamaron “celebración de una fiesta propia”.
En otras palabras, los países de Europa oriental -sumados Corea del Norte, Vietnam, Mongolia, Angola y varios más, hicieron sus propios Juegos Olímpicos-, además de que seis representaciones clasificadas para el torneo de fútbol siguieron el ejemplo estadounidense: Argentina, Egipto, Ghana, Irán, Malasia y Noruega.
Por decisión unilateral del Comité Organizador de la Olimpiada de Moscú, fueron sustituidos por Venezuela, Zambia, Nigeria, Irak, Siria, Finlandia y Cuba como invitados, cuando habían sido eliminados en sus respectivos torneos regionales.
Debido a las numerosas ausencias, muchos observadores no consideraron esta competición como un auténtico torneo Olímpico de Futbol, ya que uno de los favoritos al título –que al final lo obtuvo en 1980-, Checoslovaquia, no puso reparos a esa discutible opinión.
En la final, derrotó por 1-0 a la República Democrática Alemana, con gol del centrocampista sustituto Jindrich Svoboda, consiguiendo así la primera medalla de oro olímpica en futbol de su historia: con apenas cuatro minutos en el terreno de juego tras sustituir a Wemer Licka en el minuto 73, Svoboda elevó la pelota por encima del guardameta Bodo Rudwaleit y la puso en las redes germanas.
Ambos contendientes tuvieron que prescindir de sus orquestadores, expulsados en el segundo tiempo: los checos perdieron a Jan Berger y los alemanes a Wolfgang Steinbach, sin que, en el plantel alemán, figurase ningún jugador del equipo ganador de la medalla de oro de 1976, en Montreal, Canadá.
Por tercera vez consecutiva en Juegos Olímpicos, el poseedor del título se llevaba la medalla de plata, y pese a la lluvia torrencial que caía el día de la final, 80 mil aficionados concurrieron al estadio Lenín -el actual Luznikhí, construido en 1956, remodelado en 1995 y 2013- que impuso una marca absoluta para un torneo, con un añadido espectacular: 1,821,624 espectadores asistieron a los 32 partidos, lo cual representaba el 35% de la asistencia total en todas las disciplinas de esos Juegos Olímpicos.
Argelia fue la gran sorpresa al clasificarse para la segunda ronda, con un orquestador de juego, que lograría la fama, Rabah Madjer, anotador del gol de la victoria para el FC Porto de Portugal, en la final de la Copa de Campeones Europeos contra el FC Bayern Munich en 1987.
La Unión Soviética, dueña de casa, sufrió una derrota ante Alemania oriental en las semifinales y se quedó con una decepcionante medalla de bronce al derrotar a Yugoslavia (2-0) en el partido que nadie quiere jugar, por el tercer puesto, con goles del máximo goleador del torneo Sergey Andreev, que convirtió cinco tantos y Khoren Oganesyan.
Sin embargo, esa conquista no fue suficiente para los siempre fieles aficionados soviéticos, quienes castigaron a su escuadra con gritos, insultos y la peor silbatina jamás escuchada en el mayor estadio del país, en una entrega de medallas como nunca antes se había visto.
El futbol olímpico se desarrolló en los estadios Lenin y Dínamo, de Moscú; Kirov, de Leningrado; y Dínamo, de Kiev, repartido en cuatro grupos, con la Unión Soviética en el 1, enfrentando a Cuba, Venezuela y Zambia, en el cual el anfitrión avanzó con facilidad al vencer 8-0 a los caribeños; 4-0 a los sudamericanos; y 3-0 a los africanos.
Después, los soviéticos sacaron una complicada victoria (2-1) ante Kuwait, para caer (0-1) con la República Federal Alemana, en un juego sin brillo que los llevó a enfrentar a Yugoslavia por el tercer sitio, que obtuvieron, no Obstante acabar con un resultado favorable de 2-0.
El equipo rojo de la CCCP (URSS) alineó con Rinat Dasaev Sulakvelidze, Khidiyatulin, Romantzev, Shavlo, Andreyev, Bessonov, Gavrilov, Chrerenkov y Gazaev, que anotó 19 goles –del total de 82 en los 32 partidos jugados- y recibió 3.
Dasaev, Bessonov, Sulakvelidze, Khidiyatulin, Romantzev, Gavrilov y Andreyev participarían en los torneos mundialistas de España 82, México 86 e Italia 90, destacando los dos primeros, que alinearon consecutivamente como titulares en las tres justas bajo las órdenes de Constantin Beskov y Valery Lobanovsky.
De los seis choques en que intervino en 1980, la Unión Soviética ganó cinco y perdió uno, en un evento futbolístico del cual Checoslovaquia salió invicta al derrotar el 2 de agosto a los alemanes, por el marcador mínimo (1-0).
Los politólogos se atrevieron a decir que, ante la ausencia de muchísimos países, en Moscú 1980 el presidente Carter revivía la “guerra fría” y profanaba los Juegos Olímpicos, al provocar la ausencia de 58 representantes, entre ellos Estados Unidos, la República Federal Alemana, Japón y Canadá, potencias deportivas que no acudieron, mermando así su calidad.
Esta historia de tintes políticos inocultables, había empezado a siete meses de la cita, cuando el 24 de diciembre de 1979, los tanques soviéticos que antecedieron a las tropas del Ejército Rojo fundado por León Trotsky en 1918, invadieron Afganistán, y cuando los aviones Mig-21 bombardeaban la capital, Kabul.
No sólo había una invasión militar en una conflictiva –hasta hoy- zona del mundo, sino que el problema lo empezaban a protagonizar el gobierno soviético y sus empleados, los organizadores de los Juegos Olímpicos moscovitas.
Politizados como nunca, tal actitud provocó que la polémica se propagara en todo el planeta, más aún cuando el presidente de Estados Unidos aseguró: “Ir a Moscú equivaldría a aprobar la política exterior de la Unión Soviética”, frase que vendría acompañada, semanas más tarde, por otra de tono parecido: “O retiran sus tanques, o retiro mis atletas”.
Esos dichos fueron respondidos por Leonid Brezhnev, presidente de la Unión Soviética:”Este boicot es una clara violación de los derechos humanos del planeta, y en especial, de mi país”; es decir, el mundo al revés, mientras éste seguía atacando Afganistán.
A la postura estadounidense pronto se unió la República Federal Alemana, cuando el canciller Helmut Schmidt pronunciara una frase que se hizo célebre: “Señores, debo recordarles que a Berlín lo defienden los soldados de Estados Unidos, y no el presidente de la Federación de Futbol”.
Otros lo hicieron con reticencias, como España, que al igual que hicieran otros países, desfiló en el Estadio Lenin el día de la inauguración con la bandera olímpica, en señal de protesta; mientras que otros países como Italia, Francia o Gran Bretaña prefirieron quedarse en la Villa Olímpica.
El conflicto aparentó disiparse en cuanto comenzaron las pruebas, coadyuvando en ello una ceremonia de inauguración colosal que duró cuatro horas, la más larga de la historia olímpica; pero rodeada de medidas de seguridad excepcionales, debido a que el asesinato de once deportistas israelíes, en los Juegos Olímpicos de Munich en1972, aún estaba fresco en la memoria del mundo.
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