RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Era octubre de 1867, mientras que el cuerpo inerte de Maximiliano de Habsburgo continuaba arrumbado, quien sabe dónde, en espera que lo regresaran al sitio del cual nunca debió de salir, los diarios mexicanos publicaban notas acerca de cómo en Europa se suscitaba un debate tratando de dilucidar a quien o a quienes se debía el fracaso de la expedición. Ya sabemos que a la hora de la derrota todos tratan de deslindarse. En ese contexto, en su edición del 8 de octubre, El Siglo Diez y Nueve publicaba una nota aparecida originalmente, el 28 de agosto, en el semanario La Gazette de France, recordemos que entonces las noticias viajaban por mar al ritmo de las olas.
En dicha pieza, el director de la publicación, Gustave Janicot, discrepaba del contenido de un escrito anónimo en el cual se buscaba exonerar de cualquier responsabilidad del fracaso a Charles-Louis Napoleón Bonaparte, también conocido como Napoleón III, así como Napoleón el pequeño, mientras que se cargaba toda la culpabilidad en Giovanni Maria Mastai-Ferretti a quien comúnmente se le identifica como el papa Pío IX. Vayamos al escrito en cuestión.
Al iniciar el escrito, el director de La Gazette le imprimía tonos melodramáticos al tema al tiempo que apuntaba que “una de las cosas más tristes de la desgraciada expedición a México son las recriminaciones que han seguido a nuestra [la francesa] retirada. Ha habido en los últimos momentos de la caída de aquel imperio acontecimientos de tal manera conmovedores que han cautivado los corazones; pero pasado este momento de emoción, se ha vuelto a caer brutalmente en discusiones retrospectivas verdaderamente desgarradoras. Nada es más doloroso en este inventario después de la muerte, y estos reproches y recíprocas explicaciones.”
Una vez desahogado el lamento, Janicot procedía a exponer lo escrito por el escritor anónimo quien señalaba: “Se llora en Roma, se hacen preces por el emperador Maximiliano. Mejor hubiera sido en mi concepto haber hecho en tiempo oportuno las concesiones razonables exigidas por la fuerza de los acontecimientos. Pero es más fácil llorar ahora y suplicar por el reposo del alma de Maximiliano que puede ser estuviera aún en el trono de México.” Ante tal aseveración, Gustave pasaba a tomar partido.
Indicaba que: “Esta acusación por más violenta que sea, no es un gran argumento cuando se ha leído la obra entera; porqué pronto llega uno a persuadirse, por los documentos publicados, que la corte de Roma no tuvo culpa alguna en la marcha desastrosa de los negocios en México.” Tratando de aparecer como un faro de imparcialidad, Janicot apuntaba: “No queremos en ninguna manera formar juicio sobre los hechos y las doctrinas en juego; nos ceñiremos simplemente a mostrar que antes que todo, la falta es del gabinete de las Tullerías, sí de Roma no se obtuvieron las transacciones que se deseaban y se consideraban indispensables para la vida del nuevo gobierno.
En efecto había una cuestión capital y que dominaba todas las preocupaciones; era la de los bienes de la Iglesia [Católica] confiscados por Juárez y cuya venta había turbado toda la economía del Estado.” Acto seguido citaba al escribano anónimo quien describía en que consistían las leyes de desamortización de los bienes del clero, como se vendían las propiedades que fueran de la Iglesia y la forma en que se dio pie a abusos y transacciones vergonzosas” a un grado tal que “sería muy largo, y nos repugna contar los innumerables fraudes que se han cometido al abrigo de las leyes. Juárez era impotente para impedirlos.
Y de este modo no pudo obtener los resultados que ciertamente habría obtenido con agentes de probidad.” O sea, todos los Liberales mexicanos involucrados en el proceso eran una partida de sinvergüenzas, y el Estadista un cómplice y pobre diablo incapaz de controlar a los suyos. De eso buscaban salvarnos la curia y los acólitos napoleónicos.
Muestra de ello era lo que Janicot indicaba al señalar: “esta era la situación que, ante todas cosas, preocupaba los espíritus en México, y que se trataba de regularizar con un concordato con Roma. Bien ¿por esto es que sin Roma los representantes del gobierno francés han querido obrar y han obrado?” Para mostrar que no estaba equivocado, mencionaba que a pesar de que el redactor incógnito “quiere cargar todas las culpas en el Santo Padre, se ve obligado a decir: Pensamos que tal habría sido prudente por parte del gobierno francés ponerse de acuerdo de una manera muy explicita con la corte de Roma, sobre la cuestión de México, antes de establecer un gobierno cualquiera.
O sea que, traducido al castellano simple, ambas partes, en calidad de facinerosos debieron de acordar de antemano como habrían de repartirse el botín y de esa manera hubieran evitado estarse lamentando del fracaso o buscando determinar quién era el responsable de este. Acusando al incognito de no atreverse a ser claro a la hora de endilgar culpas, Janicot ofrece la receta de como debieron de combinarse los elementos diversos.
Según él, “lo primero que debió hacerse por los que querían establecer un gobierno en México, era entenderse con la curia romana y con la ayuda de un concordato marchar de acuerdo con los católicos, tan numerosos y tan potente en aquellas regiones.” Así, desde esa perspectiva, aquello se hubiera convertido en un gana-gana que habría dejado a todos felices y contentos.
Sin embargo, eso no ocurrió. Acorde con el escritor anónimo, “un general ha decidido la cuestión tan delicada de los bienes eclesiásticos, resucitando las leyes publicadas por Juárez que nosotros habíamos ido a derribar; leyes que habían encontrado una tan viva oposición, y habían producido tan detestables efectos, según el sentir de los mismos juaristas. Y el gobierno provisional de México [léase los invasores] sentía también las graves consecuencias de esta legislación radical que para declinar en lo posible su responsabilidad, colocado frente a frente de sus opositores, invocaba la voluntad del emperador de los franceses.”
Janicot recalcaba que la cuestión mas importante de México, la cual no era otra sino como se manejarían los bienes que pertenecieron a la Iglesia Católica, “era zanjada por nuestros generales [franceses], sin la participación del papa, sin su consentimiento, y contra una gran mayoría de católicos; y esto ocasionó que las relaciones entre el ejército francés y el clero fueran forzadas desde el primer día.” Lo que no mencionó el periodista galo fue que, temprano, Maximiliano le propuso un concordato a Pío IX y este lo rechazó pues no se ajustaba a sus expectativas de negocios.
Al momento de emitir un fallo sobre en quien caía la responsabilidad de la empresa fallida, Junicot exoneró al papa y puso toda la carga de la culpa en Francia y su gobierno por no aplicar en México sus ideas de derecho y libertad que, según él, aplicaba en su interior desde el Siglo VIII. Al parecer olvidaba las razones que dieron origen a la Revolución Francesa que al final terminó peor que como empezó, en un baño de sangre de todos contra todos y un fulano que acabó por tratar de convertirse en lo que decía combatir, al tiempo que sus herederos creyeron ser parte de un linaje nuevo. Pero en el asunto del reparto de las culpas en el fracaso mexicano, este fue compartido.
Por un lado, el papa Pío IX quien creyó colocar un títere, Maximiliano, al frente de la empresa la cual sería apuntalada por la fuerza de la clerecía mexicana y en poco tiempo habrían de recuperar sus bienes. Por el otro, Napoleón III al soñar que México sería cabeza de playa para establecer un imperio al otro lado del Atlántico y rivalizar con el poderío estadounidense. Olvidó que la mayoría de los mexicanos no aceptarían sumisamente la dominación francesa. No aprendió de lo sucedido a su tío a quien un ejercito de desarrapados los echó de Haití a principios del Siglo XIX.
Como tercer culpable , se debe incorporar a la dupla de la clerecía y los conservadores mexicanos, ambos grupos compuestos por una parvada de ambiciosos cuya patria única era el dinero y no paraban en nada para tratar de obtenerlo. Al final, además de ser uno de los responsables del fracaso, el gran perdedor de esa aventura fue Maximiliano quien al estar consciente de que en Austria nunca sería emperador, dejó que la ambición lo dominara y se convirtió en crédulo lo cual lo llevó a ser el el único que terminó enclaustrado en un cajón.
Sus socios principales, Pío IX, Napoleón III, la clerecía y los conservadores mexicanos, siguieron activos en busca de incautos que quisieran hacer negocios porque aquella aventura no fue otra cosa que un negocio que no redituó las utilidades esperadas y por ello los responsables, en lugar de verse en el espejo y aceptar responsabilidades buscaron endilgarse al vecino de enfrente que era tan culpable como ellos.
Y por si buscan alguien más para achacar responsabilidades, ahí está el hecho de que México era gobernado por un estadista de apellido Juárez García a quien acompañaba un grupo de hombres que conformaron la gran generación de mexicanos como no se ha dado otra igual. Por ahí hay que buscarle a la hora de señalar responsables del gran triunfo de la Republica sobre Pío IX, Napoleón, III, Maximiliano y los amantes del grillete anhelantes de ser gobernados por un príncipe europeo.vimarisch53@hotmail.com
Añadido (23.41.165) Tiene toda la razón la embajadora de Israel en México, es el momento de las definiciones. ¿Cómo es posible que los encargados del gobierno de nuestro país no perciban que las bestias islámicas son herederos directos de la bestia austriaca y en ese contexto evite condenar la barbarie?
¿Acaso olvidaron, o nunca se enteraron, lo acontecido hace cuarenta y ocho años cuando el gobierno mexicano cometió la estupidez de alinearse con los terroristas palestinos y lo que eso nos costó?
Añadido (23.41.166) Hace más de cuatro décadas cuando cursábamos, en la Universidad de Colorado, nuestra segunda etapa estudiantil, un número significativo de condiscípulos provenían de países árabes diversos. A la mínima conversación con ellos, en medio de críticas a la cultura occidental, no se detenían para afirmar que su objetivo era recuperar el liderazgo mundial que detentaron durante siglos. ¿Por qué sorprendernos de lo que hoy sucede?
Añadido (23.41.167) ¿En que estaría pensando la ciudadana Sheinbaum Pardo cuando en lugar de condenar solamente, sin concesiones, la barbarie en contra de los suyos sale a apoyar la creación de un estado palestino? Y luego no quiere que la califiquen de simple caja de resonancia de su jefe.
Añadido (23.41.168) Como si algo faltara para exhibir su poca empatía con el pueblo judío, ahora propone como embajador en la ONU al hijo de un nazi apellidado Vasconcelos. Recordemos que el progenitor del aspirante se declaró admirador, sin cortapisas de la bestia austriaca. Nada de que lo inventamos, ahí están las publicaciones y fotografías que lo comprueban.