Javier Peñalosa Castro
A falta de poco más de dos semanas para los comicios en los que el pueblo de México se perfila a votar de manera aplastante por un cambio, quienes se han visto relegados a los cada vez más lejanos segundo y tercer lugar en esta contienda, así como a la virtual desaparición de los partidos que los postularon para gubernaturas, congresos federal y locales, presidencias municipales, alcaldías, regidurías y otros cargos, aquellos a quienes la terca realidad ha terminado por demostrar que las campañas sucias, las descalificaciones, las falsedades y, en suma, todas sus artimañas, zafiedades y trapacerías no les alcanzan para acercarse siquiera a quien recibirá más votos que la suma de los que obtenga el resto de sus contrincantes.
Atrás quedaron los tres debates. En vano fueron los intentos de Anaya y Meade por arrebatar algunos puntos a AMLO a través de acusaciones sesgadas y con escaso sustento de que personajes cercanos al tabasqueño eran sospechosos. A José María Rioboo, que participó en la construcción de los segundos pisos lo acusaron de haber recibido contratos por adjudicación directa, como si ello fuera un delito como los cometidos en el marco de la Estafa Maestra a ciencia y paciencia del entonces secretario de Hacienda o una triangulación inmobiliaria para lavar dinero.
Y cuando a José Antonio Meade se le preguntó por su participación por el escándalo de corrupción de Odebrecht en México alzó el índice para señalar a Javier Jiménez Espriú, por el “delito” de tener relación indirecta (familiares de su esposa) con una de las empresas con las que trabajó en México el gigante brasileño, con lo que eludió el señalamiento de Anaya y buscó transferir la factura al Peje. De momento, el golpe efectista del priista vergonzante pareció tener algún sustento, aun cuando no implicaba directamente a su contrincante. Sin embargo, la gente no se chupa el dedo, y más temprano que tarde quedará claro quién pecó (cuando menos por omisión) en el escándalo de los sobornos repartidos aquí por esa firma, y que presuntamente estuvieron destinados a financiar la anterior campaña presidencial del PRI.
Pero si bien los señalamientos hacia el puntero, para tratar de salpicarlo de corrupción así fuera indirectamente, fueron un fracaso total, el intercambio de acusaciones entre quienes ocupan la segunda y la tercera posición, respectivamente, siguieron a la orden del día, aunque el único que está actualmente en calidad de indiciado por sus operaciones inmobiliarias irregulares es Anaya, y por más que el queretano mantuvo su amenaza de llevar a la cárcel a Peña Nieto al término de su mandato, y que extendió la advertencia a Meade, López Obrador volvió a hacer acopio de la mesura que lo ha caracterizado a lo largo de su tercera campaña presidencial, reiteró a Ricky Riquín Canallín que la venganza no es su signo, y que cuando llegue a la Presidencia, ni a él lo encarcelará.
En este contexto, grandes empresas financieras, como Citi, la dueña de Banamex, han comenzado a admitir como el escenario más viable, un triunfo inobjetable de quien ha punteado en todas las encuestas y que, en las escasas dos semanas que quedan de campaña, difícilmente se pondrá al alcance de alguno de sus rivales.
Además, los directivos del Citi despejan los miedos que han sembrado algunos de los dirigentes empresariales y miembros de la lista de Forbes más beneficiados por el neoliberlato, en el sentido de que la elección de AMLO provocaría una devaluación irrefrenable del peso, el disparo de las tasas de interés, la fuga incontrolable de capitales y el cierre de empresas. Nada de eso. Los barones globales del dinero aceptan mejor la realidad que los beneficiarios del capitalismo ratonero tan característico de nuestro país, y ven hacia adelante, con la convicción de que con el tabasqueño será con quien tendrán que trabajar durante los próximos seis años.
Y mientras los sensatos asimilan lo que resulta ya inevitable y aceptan los gajes de la democracia, que implica la aceptación de lo que no les beneficia como quisieran en espera de una mejor oportunidad de hacer regresar a sus predilectos al poder, Meade y Anaya siguen esperanzados en que alguna inédita marrullería, la aparición de mapaches de origen sideral, la compra de millones de votos a cualquier precio o algún algoritmo cibernético harán descender de su pedestal a Andrés Manuel, y que de aquí al primero de julio seguirán soltando cabezazos, mordidas, golpes bajos y alguno que otro arañazo, nada impedirá que México sea gobernado por primera vez en su historia por un tabasqueño.
Mientras ello ocurre, bien harían en seguir el consejo de su adversario: actuar con serenidad y concentrarse en rescatar, de lo perdido, lo que aparezca, en aras de mantener algún grado de representatividad en las cámaras de Diputados y Senadores, en los congresos locales y algunas posiciones municipales, conservar el registro de partidos maltrechos como el PRD y tratar de hacer contrapeso a la aplanadora de Morena. Habrá que ver si la ambición y el hecho de no saber perder no les nubla las entendederas.