(Segunda parte)
Jorge Miguel Ramírez Pérez
Algunos entendidos que conocen en detalle el cambio geopolítico de 1989-1991 que dio como resultado la caída del Partido Comunista y de la URSS, recuerdan la versión que se conoce como Proyecto Gólgota, que era la muerte y resurrección del poder soviético. Un montaje de alcance global en condiciones drásticas, que llevaron a los rusos y a sus aliados, a presenciar en vivo y a todo color el desmoronamiento de la fachada socialista del imperio ruso, que al paso del tiempo fue solo un cambio de piel a fondo, pero nada que significara en la práctica una sustitución de élites políticas.
La tesis sostiene que los que mandaban en Rusia visualizaron que el sistema tal como estaba no sobreviviría; y ellos mismos, volcaron los cambios para desmantelar lo insostenible y mantener el poder en otro escenario.
Y esas mismas voces autorizadas por la experiencia, al observar como se imbrican en México, los factores del viejo régimen priísta con el nuevo gobierno obradorista, no dejan de pensar que es un Gólgota a la mexicana, lo que se está fraguando.
Lo que se elimina es la pausa democrática, pero se conservan los factores que alimentan estructuralmente la impunidad y la continuidad de lo que se creía superado.
En primer lugar porque los protocolos democráticos del realismo político exigen para que el nuevo régimen nazca en las mentes de los pobladores, que se tomen en serio, a nombre de la justicia, los actos que sancionen las prevaricaciones del pasado inmediato. Eso no ha pasado, ni pasará.
En otras palabras, que se pongan en la picota a los malos gobernantes, a los que se fueron de abuso con el dinero de los contribuyentes. Cuestión que el propio Obrador ya negó se hará, al pregonar perdón a Peña y a cualquiera que haya metido la mano al cajón, y no solo él líder lo menciona; sino gente cercana como Rocío Nahle, que ha sido presentada como próxima secretaria de Energía, ante los señalamientos que los reporteros hacían de Carlos Romero Deschamps, el líder de los petroleros; la próxima funcionaria, ratificó que no hay causas en contra de él. Lo exculpó de todo, sin el beneficio de la duda.
Se garantizó un no rotundo a lo que se le llama ahora el quinazo que fue la captura forzada de Eugenio Hernández Galicia alias La Quina, un cacique excedido de poder sindical, y territorial en el sur de Tamaulipas y en el norte de Veracruz, que hoy lo enaltecen como si fuera la víctima o el héroe, quien en la vida real era un “hombre de horca y cuchillo”, inclinado a usar de la violencia extrema contra sus adversarios; aparte de los espacios de negocios concesionados para manejar adeptos.
La demostración de que los políticos antidemocráticos no necesitan de las leyes para gobernar es otra coincidencia estructural del Morena de hoy con el PRI de ayer; éste último parcialmente aparentaba seguir un curso legal a las sanciones. Obrador sencillamente acusa o exculpa de manera arbitraria, sin juicios, ni otros mecanismos institucionales, porque lo suyo es lo dictatorial. La voluntad presidencial por encima de la legalidad es la fórmula que se pone en vigencia, después de décadas que se intentó un gobierno plural de voluntades compartidas.
Poco o nada se discutió si se hicieron procedimientos apegados a derecho en las licitaciones del Nuevo Aeropuerto, por citar un ejemplo; lo que siguió a una opinión cupular, la de Obrador, fue descalificar la utilidad del proyecto, sin exhibir algún razonamiento de peso; para posteriormente unas semanas después, aconsejado en “lo oscurito” aceptar que sí va la obra que había satanizado.
En cualquier tema el dictador es auto ensalzado, no se admiten opiniones ni leyes que lo contradigan; los grandes del autoritarismo: Calles, Cárdenas –como acertadamente escribió ayer Francisco Martín Moreno-; Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas o Zedillo no admitían tampoco la posibilidad de la equivocación o de la crítica. Por eso se confirma que la vieja guardia priísta surge de las cenizas del desmoronado PRI, para celebrar su integración al régimen de poder personal de López Obrador.
Y ya pasaron lista en el obradorismo: Manuel Bartlet, Jorge Carrillo Olea, Esteban Moctezuma, Olga Sánchez, Marcelo Ebrard, Juan Ramón De la Fuente y Porfirio Muñoz Ledo, y otros más que se irán sumando bajo el común denominador de haber alcanzado sus plenitudes políticas bajo el mencionado -para suavizar sus formas dictatoriales y antidemocráticas- régimen hegemónico del PRI.
Los de la nomenklatura del nacionalismo revolucionario con discurso izquierdista pero con prácticas autoritarias, son la plataforma de jefes que resucitaron con Obrador como si fuera un golpe de estado, para resurgir como en Rusia, con diferente apariencia pero con la misma convicción de no dejar pasar a la democracia.
Obrador se debe a ellos, al verdadero PRIMOR, el priísmo predemocrático que tiene como consigna, lo que dijera el príncipe de Lampedusa: “hay que cambiar todo, para que todo siga siendo igual”.
Por eso tanto Tatiana como los chairos y los Noroñas no entienden como resultaron ellos subordinados al autoritarismo mas rudo.
Por eso no se produjo la revolución maoísta de Pablo Gómez, que todos advertíamos peligrosa, con la que jalaron a tanto “nini”. Lo que explica que éste líder de la facción extrema, haya amenazado ayer con negarle a Obrador el apoyo legislativo automático, si no se sujeta a lo que le interesa al grupo anticapitalista.
Cada día se ve claro que las mentiras fueron el tronco mas consistente del proyecto de Obrador.
Lo único cierto es el odio a la democracia es –hoy por hoy- el factor cohesionador del gobiernop que se avecina.