Patricia vega/Libre en el Sur
Susana Alexander y Blanca Sánchez soltaron una sonora carcajada y se voltearon a ver de manera cómplice entre sí. Pero en lugar de mandarme a cenar a mi casa, esa noche me nombraron “su representante”.
Nuestra historia, la de la humanidad y la del planeta, en general, está marcada por hitos a los que llamamos aniversarios, conmemoraciones o calendas, entre otras palabras. Son fechas que deseamos recordar –con el corazón– porque aluden a momentos o hechos significativos que dejan su huella para bien o para mal.
Por ejemplo, este mes de mayo, estamos celebrando con bombo y platillo los veintidós años de una rica y productiva vida de Libre en Sur, una ventana independiente que nos permite asomarnos a diversos hechos y sucesos que ocurren de manera preponderante en la Alcaldía Benito Juárez. Un espacio en el que se practica el tipo de periodismo que a mí me encanta: libre, constructivo y sencillo que no es lo mismo que simple.
Ya los Pacos, Ortiz Pinchetti y Ortiz Pardo, abordaran en sus respectivos textos algunas de las peripecias y logros más sobresalientes en estas dos décadas. Por mi parte y a manera de celebración, les contaré cómo las actrices Susana Alexander y Blanca Sánchez (qepd) fueron aliadas cruciales en mi futura, en ese entonces, decisión de estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Anáhuac, lo que me llevó a convertirme en la periodista que ahora soy.
Primero, un poco de contexto: sin duda, Susana Alexander es una de las mejores actrices que hemos tenido en México, con un vasto registro interpretativo que abarca casi todos los géneros teatrales: comedia, tragicomedia, tragedia, sólo por mencionar los principales.
Además, en su larga y destacada trayectoria, que abarca un poco más de 70 años, Susana ha incursionado con gran éxito también en la televisión y, en algunas ocasiones, en el cine. Ha sido merecedora de los máximos reconocimientos por sus memorables actuaciones.
Pues bien, a unos meses de cumplir 82 años, Susana Alexander ha tomado la sabia decisión de auto jubilarse. Eligió para su glorioso retiro representar en tres martes consecutivos de abril, la obra de teatro que ella misma escribió, dirigió y produjo: “Dios, ¿Sigues Ahí?” una conmovedora aproximación a uno de los grandes temas, si no es que el mayor, que nos inquieta como seres humanos: ¿existe Dios? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Tenemos alma?
Una magnífica oportunidad para ofrecer al público que desde hace décadas la sigue fielmente, una muestra de su gran talento actoral y de sus preocupaciones como ser humano. El escenario no podía ser mejor: las 501 butacas del emblemático Teatro Xola-Julio Prieto, el primero que, como integrante del sistema de teatros del IMSS, empezó a funcionar en la década de los años sesenta y, por cierto, ubicado en la Alcaldía Benito Juárez.
Retrocedo en el tiempo: el 25 de mayo de 1972, Susana Alexander y Blanca Sánchez, dirigidas por Nancy Cárdenas (qepd), estrenaron en el Teatro Granero, la obra Aquelarre (reunión de brujas), de Friederich Ch. Zauner, que fue traducida por la mamá de Susana, la también talentosa Brígida Alexander –una gran directora de cámaras–. Susana y Blanca fueron reconocidas por la crítica teatral como las mejores actrices juveniles de esa temporada.
En ese entonces yo era una jovencita que apenas rondaba los 15 años (ahora, estoy por cumplir 68 años en un par de meses) y cursaba el tercer año de secundaria en el colegio Margarita de Escocia. Tanto el texto dramático como las actuaciones de Susana y Blanca me impactaron de manera profunda. Sentí que Aquelarre me interpelaba directamente debido a que la obra “trata sobre algunos aspectos de la actual sociedad burguesa y del abismo que existe entre padres e hijos”, según la descripción escrita por la propia Brígida Alexander, quien agregó que “las jóvenes de nuestra obra desaprueben hondamente la vida superficial de sus padres, pero no tienen nada para sustituirla”.
¡Qué les cuento! Diez, 15 o tal vez 20 veces fui a ver Aquelarre, porque me vi reflejada en ella. Tomé muchísimas fotografías en blanco y negro con mi camarita Ricoh de 35 milímetros y, al término de cada función, corría a los camerinos a felicitar una y otra vez a mis idolatradas Susana y Blanca. Muchas veces les obsequié flores para reconocer sus actuaciones. ¡Hasta me llegué a aprender casi todos los diálogos de la obra!, al tiempo que me convertí en una presencia familiar que despertaba el asombro y la curiosidad de Susana y Blanca, para ellas “Patiuska” como comenzaron a llamarme.
Y un día, sin previo aviso, les dije con gran parsimonia y convicción: “quiero ser su representante. Iré a las escuelas secundarias –el Margarita de Escocia, el Instituto Femenino Monti, el colegio Nueva Anzures, el Queen Mary…– a vender funciones de Aquelarre. Esta obra tiene que ser vista por muchas jovencitas como yo”.
Susana y Blanca soltaron una sonora carcajada y se voltearon a ver de manera cómplice entre sí. Pero en lugar de mandarme a cenar a mi casa, esa noche me nombraron “su representante”. Y ahí, sin saberlo, cambió mi destino.
Sin embargo, mi nuevo “trabajo” en la ciudad de México fue interrumpido de manera inesperada por la decisión de mi madre de regresarnos a vivir a Tijuana, con el anzuelo de que yo cursaría un bachillerato único de dos años en lugar de los tres tradicionales. Y así fue. Susana y Blanca salieron de gira por el país y yo continué con mi labor como representante de ellas. Preparé el terreno para que su presentación en el Teatro del IMSS de Tijuana se convirtiera en un gran éxito. Y como un gesto generoso de correspondencia, hicieron coincidir las 300 representaciones de Aquelarre en Tijuana. En ese teatro quedó placa conmemorativa de ese éxito y yo conservo, entre mis tesoros, una reproducción en miniatura de esa placa.
Con una gran confianza en mí misma, alimentada por estas grandes actrices, regresé a la ciudad de México porque ya tenía claro que quería estudiar Ciencias de la Comunicación y esa carrera no existía, entonces, en Tijuana. Me fui a Cd. Lázaro Cárdenas, Michoacán a hacer mi servicio social y cuando regresé, otra vez, a la ciudad de México, inicié mi trayectoria como periodista cultural en Radio UNAM, luego participé en la fundación del diario La Jornada en el que trabajé a lo largo de más de dos décadas y… lo demás es historia.
Por supuesto que hace unos días acudí al Teatro Xola-Julio Prieto a presenciar el histórico retiro de Susana Alexander y al término de la función corrí al camerino para felicitarla y abrazarla como lo he hecho muchas veces. Sustituí las tradicionales rosas rojas por unos ricos merengues que al día siguiente la actriz degustó con un rico café.
Me quedo con la promesa de Susana de reunirnos para conversar largamente porque como ya aprendí a hacer entrevistas, ahora sí puedo escribir el perfil sobre ella con el que desde jovencita soñé.
¡Gracias vida!