Venustiano Carranza, fue un hombre extraordinario, de un espíritu inquebrantable. Encarnó la dignidad y la legalidad en una de las horas más obscuras de México, refundando al igual que Juárez la república. No en vano, nuestras dos Cartas Magnas más trascendentes, la de 1857 y la de 1917, se las debemos a ambos proceres. Carranza heredó un linaje envidiable formado por el carácter de los coahuilenses que bajo las condiciones más adversas ganaron tierra al desierto consolidando la grandeza de México y la estirpe republicana de su padre, el coronel Jesús Carranza, destacado actor en las luchas contra la intervención y el imperio.
El coronel Carranza, apreciado por Juárez y Escobedo, no pudo, sin embargo, ser gobernador de Coahuila, pero en cambio su hijo Venustiano, fue presidente municipal, diputado, senador, gobernador, el único civil en nuestra historia al frente de un ministerio de guerra, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo y Presidente Constitucional de México.
Fue a su vez, un estadista que por medio de una brillante y ya no tan recordada política exterior, se manejó con maestría frente a la invasión norteamericana de Veracruz en 1914, logró el reconocimiento de Estados Unidos y otros estados a su gobierno y no mordió el anzuelo del káiser Guillermo II de Alemania evitando involucrar a México en la Gran Guerra en el bando de los Imperios Centrales, incluso tuvo que sortear una pandemia como lo fue la de la influenza española. Su talante de estadista se reforzó como constructor de instituciones, entre ellas las actuales Fuerzas Armadas.
Pero Don Venustiano, a pesar de haber derrotado a Villa y abatido a Zapata no pudo pacificar al país, Villa como fiera herida se tornó en un sangriento guerrillero y los zapatistas cobraron la muerte de su caudillo uniéndose posteriormente a Obregón en 1920. A lo anterior se añaden otros focos de insurrección como Félix Díaz, eterno y fracasado rebelde en Veracruz y Manuel Peláez, hombre fuerte en los campos petroleros de la Huasteca. Carranza intentó consumar la transición de la presidencia hacia los civiles, y al no apoyar a sus dos principales brazos militares, Obregón y González, en sus aspiraciones presidenciales, selló su destino pavimentando el camino a su caída y asesinato.
Lograr la transición del poder a los civiles, lo cual no se consumó hasta Miguel Alemán, era el último eslabón en la consolidación de las instituciones y el Estado Mexicano surgido de la Constitución de 1917 y la victoria sobre la Convención de Aguascalientes. Carranza fue un hombre que nunca cedió ni transigió en sus posiciones, se equivocó al no comprender que era inevitable impedir la candidatura natural de Obregón a la presidencia, no en vano el caudillo sonorense era la espada invicta de la lucha armada y un hombre de inmensa popularidad a lo largo y ancho del país.
Pablo González fue una estrella menos fulgurante y carismática que Obregón, pero no por ello una figura menor, tuvo la condición de ser uno de los comandantes constitucionalistas más distinguidos y cercanos a Carranza, mandó el poderoso Cuerpo de Ejército del Noreste y de las tropas que posteriormente recuperaron Puebla y Morelos para el constitucionalismo. González a su vez, se llevó los laureles de abatir a Zapata.
Cuando Don Venustiano no lo apoyó, González se sintió traicionado por su jefe y rompió con él. En ese momento de 1920, en que los astros se alinearon con Obregón, Jesús Guajardo quien mató a Zapata y era subordinado de Pablo González, le propuso asesinar a Obregón y González molesto le respondió: “¡no voy a llegar a la presidencia chapaleando en sangre!”
Al final Carranza traicionado por la mayoría del ejército, en medio de la rebelión que Luis Cabrera denominó “la huelga de generales” tuvo que abandonar la Ciudad de México con unos cuantos leales, siendo asesinado en la madrugada del 21 de mayo de 1920 en la ranchería poblana de Tlaxcalantongo. En ese momento los sonorenses se erigieron en la facción triunfadora de la revolución manteniendo su hegemonía hasta la llegada del general Cárdenas a la presidencia en 1934.
Como ya se mencionó, Carranza fue creador de instituciones, y también como profundo conocedor de la historia de México, supo que, en una conflagración interna, el triunfo estaba asegurado para el bando que tuviera el abasto de armas y pertrechos por parte de una potencia extranjera. Un ejemplo palpable en ese entonces, fue el embargo de armas que Estados Unidos impuso al régimen de Victoriano Huerta.
Entonces con gran visión, ordenó el 16 de octubre de 1916 la creación del Departamento de Establecimientos Fabriles y Aprovisionamientos Militares, pie veterano de nuestra actual Industria Militar y un acto que no solo abonó a la profesionalización del ejército tras la revolución, sino que fue un ejercicio de reivindicación de nuestra soberanía.
Hoy a más de 100 años de fundación, la Industria Militar en México es moderna y a la altura de los retos y necesidades de nuestras fuerzas armadas, producen el fusil FX 05 “Xiuhcoatl” arma cargo de las tropas, ensamblan vehículos blindados de diseño nacional, a ello se añaden entre otros: la fábrica de vestuario, de armas, de proyectiles y morteros, cartuchos y de herramientas distribuidos en cerca de 20 establecimientos fabriles.
La herencia de Carranza, no solo se limita a su legado de revolucionario, constituyente y estadista, sino al hombre que vislumbró unas fuerzas armadas subordinadas al poder civil, al servicio de México y autosuficientes, anhelo que afortunadamente hoy es una realidad.