Magno Garcimarrero Ochoa
En el ejercicio de la carrera de abogado aprendí a preguntar, cosa que, ahora me doy cuenta, pocos aprenden a hacerlo congruentemente, con método, con lógica y sin violentar la intimidad de quien ha de responder.
Lo primero que aprendí fue que, es falso el adagio que afirma que “Sabe más un burro preguntando que un sabio contestando”. Ahora que he visto las comparecencias del Sub Secretario de Salud, confirmo la falacia del adagio, porque Hugo López Gatell ha demostrado en todo momento que es un sabio contestando preguntas, muchas de ellas tontas, repetitivas, inconsecuentes, malintencionadas, en fin, burradas himpladas por los preguntones.
No es fácil preguntar, al contrario, es todo un ejercicio de lógica, de congruencia, de cortesía, que requiere orden mental, orden gramatical y sentido común. No se deben soltar preguntas a lo tonto, que fácilmente se queden sin respuesta. Desgraciadamente hay la costumbre ancestral de iniciar el día preguntado, pero no es lo mismo comenzar con un: ¿Cómo amaneciste? a expresar admirativamente: ¡Cómo, amaneciste! Sobre todo ahora que la peste nos ha puesto a vigilar la respiración del prójimo o prójima.
El Eros pedagógico al que no me puedo sustraer, me impulsa a elaborar una sencilla guía de qué, cómo, cuándo y a quién preguntar, según mi leal saber y entender.
1.- NO PREGUNTAR COSAS OBVIAS. Quien lo haga corre el riesgo de la consecuente respuesta: “Esa pregunta ni se pregunta”, o un poco más agresiva: ¡A qué pregunta tan pendeja!
2.- NO HACER PREGUNTAS MULTÍVOCAS. Quiero decir que admitan varias respuestas igualmente válidas pero equívocas, ejemplo: hace años, una tía lejana, estando de visita en mi casa, le preguntó a mi hija: ¿En qué año estás? y ésta contestó inmediatamente: “En el mismo que todo mundo, 1974”. La tía se agravió y me la rebotó a mí: ¡Ay Dios, tenías que ser hija de Garcimarrero!
3.- NO HACER VARIAS PREGUNTAS A LA VEZ. La pregunta debe ser sólo una, no soltarse como los reporteros que hemos visto que se sorrajan de tres, cuatro o cinco preguntas a la vez. El riesgo que se corre al hacerlo es que se dejen de contestar algunas, o que congruentemente al modo de preguntar el interrogado conteste: “A la primera sí, a la segunda no, a la tercera no me acuerdo, y a la cuarta ¿quién sabe?”.
4.- NO VIOLENTAR LA INTIMIDAD. Esa pregunta de “¿En qué estás pensando?” tan frecuente entre cónyuges, o parejas, o amigo(a)s, es un atentado a la intimidad. A mí me genera siempre una respuesta violenta que es a su vez pregunta: “¿Qué chingaos te importa?”. Claro que nunca la expreso de viva voz, pero eso sí, a la preguntona o preguntón siempre se la pienso en su cara. Lo mismo vale para la pregunta: ¿De qué te ríes? Aunque la risa es social por lo general, hay una risa y sonrisa que sólo es de uno y debe respetarse.
5.- NO PREGUNTAR ASUNTOS AJENOS. Aquí el preguntón debe distinguir si está cuestionando sobre un hecho propio de quien ha de contestar, o se le interroga sobre un hecho ajeno pero que le consta como testigo presencial. Esto ya suena a juzgado, pero tiene sentido si no se quiere recibir una respuesta evasiva como: “No me consta”, o “Sepa Pepa”.
6.- NO CONVERTIR UNA BUENA PLÁTICA DE SOBREMESA EN INTERROGATORIO MINISTERIAL. Ocurre que hay personas que pretenden demostrar su interés por otra interrogándola sobre su vida, su pasado, su futuro, pero cuando lo que puede ser una bonita plática, un buen diálogo, se convierte en un interrogatorio judicial, después de la tercera pregunta dan ganas de recitar la peliculera fórmula legal de: “Tengo derecho a guardar silencio mientras no sea asistido por abogado, porque toda respuesta puede ser usada en mi contra”.
7.- NO HACER PREGUNTAS QUE IMPLIQUEN IDIOTISMO DE QUIEN ESCUCHA, por ejemplo el ¿Me entiendes? en medio de un diálogo, o el reclamo de aprobación como el muy argentino: ¿No es cierto? o el remate muy mexicano de: ¿si o no?
En algún lugar leí hace años, que hay culturas como la judía que acostumbrar contestar toda pregunta con otra pregunta, esto ya es una depravación inconducente, pero típica en las comunicaciones telefónicas de los antiguos teléfonos que no identificaban a quien llamaba. El interrogatorio era: ¿Con quién hablo? y la respuesta de precaución era: ¿Con quién quiere usted hablar? Quizá el único en el mundo que no inició una comunicación telefónica con una pregunta fue Graham Bell, cuando inventó el teléfono; sería ridículo imaginarlo con un auricular en cada oreja y preguntando por la bocina: ¿Con quién hablo?
Como ya dije, no es nada fácil; intente usted iniciar un diálogo sin preguntar, y verá lo difícil que es.
M. G.