Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
El desastre dejado por el huracán “Otis” a su paso por Guerrero ha sacado a la superficie mucha de la antológica miseria que ya se le conoce a la clase política de este país, pero que resulta especialmente repugnante cuando de lucrar con una tragedia se trata.
Tanto del lado oficialista como del opositor, se han antepuesto –con sus raras excepciones- los intereses políticos por encima de los de miles de personas que lo perdieron todo y que se encuentran desesperadas, en una situación que se torna caótica y que podría escalar aún más si no se ofrecen salidas a lo que claramente constituye una emergencia humanitaria.
Aunque se ha visto obligado a dejar que fluya con menos restricciones, la intención del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de que los militares acaparasen la entrega de todos los apoyos enviados para los damnificados fue manifiesta desde el inicio de la emergencia.
“Queremos que la distribución de las despensas las haga la Secretaría de la Defensa y la Secretaría de Marina, no las autoridades civiles ni del gobierno federal, ni del gobierno estatal, ni del gobierno municipal. Mucho menos organizaciones sociales llamadas no gubernamentales o de la sociedad civil”, dijo el presidente en un audio que se difundió al menos los primeros días de la emergencia por perifoneo en las calles de un devastado Acapulco.
Esto, según él, “para que nadie se aproveche de la necesidad de la gente”. Sin embargo, exactamente eso es lo que ha ocurrido. El régimen ha politizado por completo la entrega de apoyos, empaquetándolos con logos del gobierno de la República y dándoles la oportunidad a aspirantes a candidaturas de Morena para ser convocantes de las donaciones, mientras los servidores de la nación las entregan y así sacan raja política de la desgracia.
Incluso, en Veracruz la asociación pro-morenista “Unidos Todos” instaló centros de acopio de despensas y contrató camiones para transportarlas, mismos que portaban lonas con la leyenda “Unidos Todos con Guerrero”, jugando perversamente con las palabras, pues el dirigente de esa organización –integrada por puros burócratas y financiada con recursos públicos- no es otro que Eleazar Guerrero, subsecretario de Finanzas, primo hermano del gobernador de Veracruz Cuitláhuac García Jiménez y aspirante a alguna candidatura el año que entra. La tragedia ya hasta le sirvió de eslogan de campaña.
La oposición tampoco ha estado a la altura. Timorata, sin ideas, reactiva en lugar de proactiva, ha caído una y otra vez en las tretas propagandísticas del obradorato, replicando información falsa o que corresponde a otro momento en su afán por atacar a un gobierno que es muy abusivo, pero también muy astuto cuando de propalar desinformación se trata. Las dirigencias de los partidos están de pena.
El papel más patético, empero, lo ha desempeñado quien más debería de pensar en comportarse como estadista. López Obrador se ha dedicado a atacar a los medios por difundir la verdadera magnitud de la emergencia, actuando de manera cada vez más errática, como quedó de manifiesto con su fallido viaje a la zona de desastre la semana pasada o con sus mensajes de sábado y domingo, en los que luce cansado, rebasado por un fenómeno al que minimizó de inicio y cuyos efectos intenta controlar como sea para evitar que vayan a afectarle electoralmente a Morena el año entrante.
En medio de todo, las víctimas del desastre se radicalizan ante la desesperación y la rapiña se generaliza, mientras las autoridades locales brillan, pero por sus omisiones y manifiesta incapacidad.
Son tiempos de carroña politiquera en un país herido y dividido por unos vulgares ambiciosos. ¿Lo entenderemos los ciudadanos antes que sea demasiado tarde?
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