CUENTO
Cuando nació, su madre jamás imaginó el destino tan triste del que su hijo sería víctima. Aquel día, cuando él vio por vez primera la luz del mundo, ella no paró de reír y de estar feliz. “¡Hijito mío!”, susurró en repetidas ocasiones. “¡Pero qué bello eres!” “Eres mi principito, ¡mi pequeño principito!”
Pronto el tiempo pasó y el niño creció. Su madre tenía razón: ¡era hermoso de los pies a la cabeza! Tan hermoso era, que comenzó a despertar celos en una de las señoras que vivía cerca. Esta mujer, a la que la gente apodaba “la bruja”, dizque por sus prácticas en magia negra, en el fondo de su ser guardaba un secreto: ¡siempre deseó ser madre, pero jamás pudo! Alguna otra bruja igual a ella le había hecho brujería –o eso solían contar las gentes chismosas de aquel pueblo-, dejándola así estéril para siempre.
Y ahora, el hermoso hijo de la mujer a la que siempre le había tenido envidia, también por su belleza física, hizo que ella se llenara de una ira e impotencia atroz. Sintiéndose hondamente herida por ver a esa mujer ser madre de un niño así, su mente enseguida le fue creando pensamientos de maldad.
José Domingo; así se llamaba el niño hermoso. Su madre, al irlo viendo crecer tan guapo, se preguntaba que con qué mujercita tan encantadora se casaría. “Ah”, suspiraba ella, al verlo correr de aquí para allá con sus pequeños pantalones. “Si tan solo te viera tu padre…” La mamá del niño en vano seguía espetando a su esposo. Éste se había ido quién sabe adónde, dizque a trabajar para juntar dinero. Antes de irse le dijo a su esposa que solamente tardaría uno cuantos meses. Y ahora ya habían pasado más de cuatro años.
“Si tan solo él te viera…” Era de mañana y la mujer se encontraba sentada frente a su casa, cuidando a su hijito, quien ahora ya tenía cinco años. Sentada en la escalera de cemento, meditaba sobre el hombre que la había dejado. Ella solamente despertó de sus pensamientos, cuando el sonido de una voz la interrumpió.
“¿Cómo está José Dominguito, el más bello de los peques?”, preguntó la voz. “Escuché contar a Clara que hace días que no caga. ¿Es cierto eso?” Clara venía siendo la señora más chismosa de entre todas las que había por esa calle. Alzando la mirada, la mamá del niño, sin hacerle caso a la pregunta con algo de mofa, sonrió a quién le había hablado. Y Entonces, amablemente, respondió: “Bien. Mi hijito ¡ya está mejor!”
Acercándose un poco más a la mamá de José Domingo, la mujer envidiosa le dijo: “Pues si le vuelve a dar estreñimiento, o lo que sea, dele un poco de este jarabe, ¡y listo! El niño se pondrá bien en cuestión de minutos”. Dicho lo anterior, extendió su brazo hacia la mujer. La mamá del niño, amablemente agarró lo que le ofrecían. Después, sus ojos examinaron el contenido del frasquito, lo cual era un líquido de color verde oscuro. Viendo cómo lo inspeccionaba ella, la otra se apresuró a anunciarle: “¡Es jarabe hecho con ciruelas milagrosas, que todo lo curan!” Fin de la conversación.
Pasó el tiempo y la mamá del niño se olvidó de este frasquito, que desde aquella mañana guardó en la cocina, sobre una de las tablas donde siempre solía acomodar galletas y latas con frijoles y demás cosas. Sin hacerle caso a los chismes que contaban sobre su vecina, se creyó el cuento de lo que ella le había dado era en verdad una pócima.
Pero, para suerte suya, hasta ahora no se había visto en la necesidad de recurrir a ello. José Domingo ya llevaba más de tres meses cagando de manera normal, lo cual para su madre parecía ser un verdadero milagro. La bruja mientras tanto, desde su casa, esperaba y esperaba el momento para ver su maldad tornarse en una desgracia para el niño hermoso.
Su espera no duró tanto, porque entonces sucedió lo que ella quería. Era de mañana y la mamá del niño, viendo que él seguía dormido, aprovechó para ir al mercado. Ella estaba confiada de que tenía suficiente tiempo para ir y regresar. Su hijito siempre solía despertar hasta las nueve, y ahora apenas y eran las ocho. Pero, oh, desgracia. Acostado en su hamaca, el hambre hizo que José Domingo se despertara. Mirando de un lado al otro, se dio cuenta de que su mami no estaba. Entonces decidió levantarse y buscar algo qué comer.
Después, estando ya en la cocina, se puso a tratar de alcanzar las cosas que no podía. Una y otra vez extendía su brazo para agarrar la bolsa de unas galletas que asomaba por la orilla de aquella tabla, pero sin lograrlo. Cansado entonces por todo esto, se le ocurrió lo más obvio: con sus dos manitas arrastró una de las sillas hasta donde debía. Luego, poniendo sus rodillas donde uno se sienta, fue subiendo el resto de su cuerpo, hasta que al fin quedó de pie. Estando ahora así, su rostro quedó unos dos centímetros por debajo de la tabla…
“¡Pero ¿qué has hecho?!”, lo reprendió su madre cuando lo vio. El niño, luego de relamerse unos de sus dedos, respondió: “¡Es que estaba muy bueno, ma!” Sentado frente a la mesa, José Domingo se veía muy gracioso. Toda su boca estaba manchada con restos de algo verde.
Todo pareció seguir siendo normal, hasta que un día, domingo en la mañana, el niño se levantó para ir a orinar. Apenas estuvo él frente a la tasa, se puso a descargar su vejiga. Terminada su necesidad, otra vez volvió a guardar su pollito dentro de su trusita.
El niño se encontraba a punto de salir, cuando algo sobre el espejo llamó mucho su atención. Aquello se trataba de una araña, uno de sus bichos favoritos. Viéndola postrada ahí, José Domingo enseguida deseó alcanzarla para poder tocarla. Y, usando su cabeza, se le ocurrió usar el mango de la manita que su madre siempre utilizaba para rascarse la espalda. El objeto era de color azul, y no pesaba nada.
Alzando las plantas de sus pies, el niño comenzó con su intento. Varias veces extendió su brazo, hasta que le dolió. Pero, después de muchos intentos, al fin logró lo que deseaba. La pequeña mano logró mover la araña. Ésta entonces enseguida cayó sobre el lavabo. Con el rostro lleno de júbilo, José Domingo la miró varios segundos, hasta que al final la tomó con las puntas de sus dedos.
La felicidad que él sentía ahora era muy grande, tanto así que hasta se olvidó de que solamente en unos minutos más daría comienzo su programa favorito: “En Familia Con Chavela”. La araña había hecho que él olvidara lavarse hasta la cara. Pero, de repente, recordó que tenía que hacerlo. Buscando entonces un frasquito vacío debajo del mueble donde su madre guardaba cosas para lavar el baño, depositó en él a su bicho.
“¡Mamá!”, gritó segundos después el niño. Apenas sus ojos miraron sobre el espejo, quedó totalmente horrorizado. Y es que su cabeza, antes hermosa, ahora había cambiado. Y no sólo eso, sino que también sus ojos. Ahora José Domingo se había convertido, no en un sapo, ¡pero sí en algo parecido!
“Hijito mío. ¡¿Pero qué te ha sucedido?!”, gritó consternada la mamá cuando entró al baño. “¡Mamá!”, dijo José Domingo. “Por favor, ¡no te atrevas a mirarme!” Con la manga de su camisa, el niño trataba de guardar lo más posible su rostro. Pero su madre ya lo había visto todo…
Pasaron los años y José Domingo creció. “¿Quién me querrá así?”, se cuestionaba siempre. Su madre, hacía ya más de cinco años que había pasado a mejor vida. “Cassette”, que era como ahora era conocido por su calle, cuando se ponía muy triste, se iba a la cantina a emborracharse. Después, cuando regresaba a su casa, sacaba una silla, y se ponía cantar canciones, todas muy tristes. Y de aquí el porqué de su sobrenombre.
“¿Quién me querrá así? Como es de suponerse, la inseguridad que en Cassette había surgido, era ahora del tamaño de California, o incluso más grande todavía. No pocas muchachas se habían fijado en él, a pesar de su fealdad. Pero él, hechizado como lo estaba, siempre terminaba creyendo que todo eso se trataba de burlas. La bruja, por cierto, también había muerto, dejando así al pobre hombre –de cuarenta años ahora- en la desgracia total.
Pasó otra vez el tiempo y; un día, cuando Cassette se encontraba moliendo carne para el carnicero para quien trabajaba, y estando muy triste, como nunca podía dejar de estarlo, su mente, solamente no paraba de decirle: “¡Busca una novia! ¡BÚSCALA! Pero su inseguridad enseguida volvía a aplacar su deseo. Todo era un martirio para él.
Cassette siguió con su vida miserable, hasta que una mañana, cuando su jornada estaba a punto de llegar a su final, en una de esas que molía carne, al terminar, se dio la vuelta y, sin alzar los ojos, asentó la bolsa sobre la mesa.
“¡Hola! ¡¿Cómo te llamas?”, preguntó una voz. Cassette enseguida quedó confundido. ¿Acaso la voz le hablaba a él? ¡Imposible! ¿Quién querría dirigirle la palabra a una persona tan fea como él? Aparte del carnicero para el que trabajaba, nadie más le hablaba nunca. Y, mejor para él, que todo el tiempo sentía ganas de llorar.
“¡¿Es que acaso estás mudo?!”, preguntó la voz. Cassette, viéndose en esta situación, enseguida comenzó a sentir miedo y vergüenza. Sobre su mano había otra mano, una mano que definitivamente pertenecía a una mujer. Sus dedos eran largos y muy finos. Parecían ser los dedos de una princesa. Y aunque Cassette jamás había conocido a una, enseguida pensó que seguramente así debían ser sus dedos.
“¿Cassette?” preguntó la mujer, que en verdad parecía una princesa. “¿Eso has dicho?” Cassette, de tan nervioso que estaba, olvidó decir su nombre verdadero. Después entonces se corrigió. “Me… Me llamo José Domingo”, logró decir al fin. “¡Qué nombre más bonito!”, respondió la muchacha.
Cassette permaneció con los ojos hacia abajo. Solamente se miraba sus zapatos todos feos y viejos. Aparte de ser feo, ¡también era pobre! ¡Qué desgracia más grande! Y recordando su fealdad física, esto casi hace que se ponga a llorar lágrimas de cocodrilo. La mujer hermosa, sin dejar de mirarlo, pareció adivinar los pensamientos tortuosos del pobre Cassette. Es por esto que ella le dijo:
“Te han hecho mucho daño, ¿verdad?” Al momento de escuchar esto, Cassette otra vez sintió un dolor muy grande recorrerle todo el cuerpo. Una bruja lo había hechizado, sí, ¡pero cómo se lo iba a decir a esta mujer tan bella! Ella seguramente que se reiría de su confesión.
Viendo que sus labios habían comenzado a temblarles, la mujer al fin dijo: “¡Bésame, José Domingo! ¡Hazlo ya!” Cassette, desgraciado como se sentía, creía que de hacer esto sería para ella una ofensa. “¿Un sapo besando a una princesa?” ¡Cómo iba él a violar semejantes labios! ¡De ninguna manera haría lo que ella le pedía!
“¡Bésame!”, volvió a insistir la mujer. “Porque créeme que si no lo haces tú, ¡lo haré yo!”, advirtió. Parado detrás de la mesa, Cassette creyó que todo esto se trataba de un sueño, de un sueño imposible. Porque ¡cómo era posible que alguien como ella estuviese ahora al otro lado de la mesa!
“¡Bésame ya!” Esta era la tercera vez en que la mujer decía esta frase. “¡Está bien!”, pensó Cassette, más triste que alegre. La mesa de cemento era lo único que los separaba. Cassette, con su cabeza parecida al de un “lek”, y calvo en su mayor parte, junto con aquellos ojos grandes y saltones, al fin fue acercando sus labios a los de ella.
Todo pareció ir sucediendo en cámara lenta. Sus labios viajaban hasta los labios de ella, en un viaje que parecía durar eternidades. Todo ahora parecía haber quedado suspendido en el tiempo, como si de una trusita de Cassette se tratara, cuando su madre ya fallecida los tendía en la soga. Toda la gente a su alrededor ¡desapareció! Ahora solamente parecían estar él y ella.
Universos y galaxias enteras surgieron y murieron durante el tiempo en que los labios de Cassette hicieron su trayecto hasta aquellos dos bellos labios femeninos. Muchas cosas sucedieron durante todo este tiempo. Cassette hacía su encuentro con la vida misma. Por fin conocería lo que era ser feliz.
Y, cuando sus labios por fin tocaron los de ella, una especie de obra mágica se comenzó a dar. “¡Pero qué guapo eres!”, dijo la mujer, completamente extasiada. Cassette, sin entender nada, solamente se preguntó: “¿Guapo yo?” Pareciendo adivinar otra vez su mente, la mujer le respondió: “¡Sí! ¡Mírate!”
Sacando un pequeño espejo de su bolsa de mano, se lo extendió a José Domingo. “¡Mírate!”, volvió a pedir ella. José Domingo tomó el espejo y; lentamente lo fue levantando. ¡Otra vez volvieron a nacer y a morir universos y galaxias enteras, hasta que él por fin se miró el rostro sobre aquella superficie!
“¡Es cierto!”, casi gritó. “¡Soy guapo!” El hechizo por fin se había roto, gracias a esta mujer tan bella. Ella, después de unos minutos le preguntó a José Domingo si la aceptaba como su esposa. Cassette, que ahora pensó que solamente cantaría canciones alegres, recuperada ya la seguridad en su persona, rápidamente respondió que “sí”. Su voz, antes muy fea, ahora era sexy y muy seductora.
Y así es como él y ella fueron felices para siempre. Ahora viven en un castillo que se encuentra en los cerros de Muna. El castillo en cuestión es una casita de techo de huano y paredes de tierra roja. Cassette ya le ha dicho a su esposa que quiere tener con ella unos doce hijos, por lo menos. “Uno para cada mes del año”, le ha explicado. Aparte de esto, también ansía volverse rico. “No importa lo que me cueste”, reflexiona todas las noches. Cassette, últimamente no ha dejado de pensar en querer convertirse en el presidente de su tenebroso y asqueroso pueblo, ubicado al sur de aquel estado -no menos tenebroso y asqueroso-, llamado “Yuca-fun”.
FIN
Anthony Smart
Octubre/21/2020