Los últimos acontecimientos alrededor de los amagos de reelección del polémico presidente nacional del PRI entrañan reflexiones alrededor de su ineficaz desempeño. En cualquier democracia medianamente viable, los reveses electorales o los malos resultados derivan en la natural y lógica renuncia de sus responsables. Un referente claro es lo que sucedió hace unos días en el Reino Unido, Rishi Sunak, el joven primer ministro conservador de ascendencia india, no pudo mantener sus promesas de campaña de reducir los impuestos y la inflación, entonces su popularidad cayó a un 25%, debió convocar a elecciones anticipadas y fue derrotado por los Laboristas.
En tan solo 24 horas tras la derrota, Sunak dimitió a la jefatura de gobierno, así como al liderazgo del partido Conservador y el líder de la oposición, el Laborista Keir Starmer asumió como nuevo primer ministro. Ello incluso generó bromas y comentarios en las redes sociales, donde no pocos usuarios se preguntaron cómo le hacen los primeros ministros británicos para mudarse en 24 horas del número 10 de Downing Street.
En México y particularmente en los partidos políticos sucede exactamente lo opuesto, las derrotas son premiadas con prebendas, diputaciones o senadurías plurinominales y extensiones en los mandatos al frente de las formaciones políticas. La historia de México ha dado cuenta de que nuestra idiosincrasia e identidad están firmemente opuestas a dos figuras: la monarquía y la reelección.
Si bien a lo largo de nuestros periodos precortesianos y virreinal fuimos gobernados por reyes y emperadores, el México independiente se definió con un carácter libertario y republicano. Los dos breves experimentos imperiales mexicanos se tradujeron en estrepitosos fracasos y concluyeron en el paredón. Su Alteza Serenísima Santa Anna que echó mano indiscriminadamente de la reelección y coqueteó con la idea de coronarse como rey de México, lo pagó con un largo destierro y el ostracismo perpetuo.
Tras restaurar la república, Don Benito Juárez pareció estar cómodo en la silla presidencial, no dio muestras de querer separarse de la presidencia y murió en funciones, pero a tiempo, antes de que el velo de la dictadura cubriera su patriótica trayectoria. A Don Porfirio le ocurrió lo contrario, una brillante carrera militar y administrativa se empañó ante la falta de garantías políticas y sociales, pero sobre todo porque se empecinó en reelegirse de manera continua, ello derivó en el principio de la No Reelección de Madero y la revolución de 1910, que envió al viejo Caudillo también al exilio, donde murió en 1915.
El lema maderista de Sufragio Efectivo, No Reelección, que aun hoy en día sigue antecediendo las rubricas de los funcionarios en muchos oficios de gobierno, se convirtió en un principio sagrado que fue bandera del primer gran movimiento social del siglo XX en el planeta. Madero llegó al poder en la primera elección libre y transparente de nuestra historia, no concluyó su periodo al ser asesinado en el cruento cuartelazo de 1913, iniciándose la etapa más violenta de la revolución. El triunfo del constitucionalismo mutó la lucha por los ideales en un sangriento enfrentamiento entre caudillos que llevó en 1920 a Álvaro Obregón y a los sonorenses a la presidencia. Los sonorenses entonces comenzaron la consolidación del Estado Mexicano que surgió de la lucha armada.
Obregón el vencedor indiscutible de la revolución, en la cúspide de su prestigio, no pudo resistirse de la tentación de perpetuarse en el poder e increíblemente logró modificar la constitución de 1917 para reinstaurar la reelección, lo pago caro y fue asesinado siendo presidente reelecto el 17 de julio de 1928 en La Bombilla. Ahí a la clase política mexicana le quedó muy claro que la reelección no era más una opción en México.
El sucesor de Obregón, el general Calles, si bien con pericia se perpetuó en el poder a través del Maximato, también tuvo la enorme visión de alcanzar la legalidad para la revolución y relevar a los caudillos por instituciones. Nació así en 1929 el PNR (Partido Nacional Revolucionario) que cambio en 1938 a PRM (Partido de la Revolución Mexicana) y desembocó en 1946 en el actual PRI (Partido Revolucionario Institucional).
El partido surgido de la revolución materializó las conquistas sociales de la gesta armada, consolidó al Estado Mexicano, profesionalizó a las Fuerzas Armadas y nos dotó de periodos de gran bonanza como el Desarrollo Estabilizador o Milagro Mexicano entre 1958 y 1970. Pero no todo fueron luces, también surgieron las sombras que asociaron al antiguo régimen a una falta de democracia y a casos de corrupción que devinieron en la alternancia de poder con la llegada del siglo XXI.
A pesar de haber ganado de nueva cuenta la presidencia de la república en 2012, el PRI no ha podido remontar el desprestigio y la mala reputación que tiene entre la sociedad mexicana, y su actual presidente Alejandro Moreno Cárdenas “Alito” abona con creces a ello.
A pesar de su juventud, es un magnifico exponente de los viejos vicios y mañas que sepultaron al PRI, su apuesta es por un perfil marrullero, pendenciero y de confrontación que ahora se traduce con absoluto cinismo en su pretensión para perpetuarse, a pesar de sus resultados electorales, en la presidencia del partido hasta 2032 y hacerse de un poder y facultades que no ha tenido dirigente del partido alguno de 1929 a la fecha.
Lo anterior está a punto de consumarse, pues el día de ayer un rebaño de delegados a modo aprobó modificar la reforma a los estatutos partidistas que permitirán materializar el entronamiento de Alito. Sus aspiraciones son tan burdas que los veteranos e históricos del partido, avezados políticos de décadas, se han manifestado y opuesto expresamente en contra de ello, será interesante ver si se impone el prestigio de los viejos cuadros o la ambición personal de un dirigente que ha dado malos resultados.
Los anhelos de Alito, no solo lo remiten a emular a Maximiliano de Habsburgo o Antonio López de Santa Anna, sino que reducen al otrora partido de las causas sociales y del principio sagrado de la No Reelección, a cenizas revolucionarias.