Magno Garcimarrero
Las secuelas del Covid 19 me dejaron como a Lázaro después de que se levantó y “andó”, así que preguntando por un médico o doctora que cobrara menos de mil pesos la consulta, tuve la recomendación de una amiga muy apreciada que me llevó con una homeópata que escuchó atentamente todos mis síntomas, mientras llenaba unos pequeños frascos con chochitos, y me hizo la receta, leyéndomela acuciosamente para que me la aprendiera de memoria:
“El frasquito número 1 es para regular la presión arterial. El número 2 es para la circulación. El número 3 para el sistema inmunológico. Y el 4… creo que para el mareo.” “Ponga la alarma de su teléfono celular para que suene cada dos horas y, a las cinco de la mañana, que me dice usted que ya anda danzando, se toma tres chochitos del frasco 1, a las 7 otros tres chochitos del frasco 2… y así sucesivamente hasta las 9 de la noche. Entendió”.
-Si, le dije- y en su presencia programé mi teléfono.
Al salir del consultorio me recomendó regresar una vez que hubiera vaciado el último frasquito, en el entendido de que en la siguiente consulta disminuirían las dosis, es decir, solo tendría que llevar tres frasquitos y tomar los chochos desde las siete de la mañana hasta la siete de la tarde.
Comencé muy cumplido, pero, después del segundo día empecé a cansarme de correr hacia mi cuarto cada vez que la alarma me recordaba la toma de chochos, así que me eché los frascos en los bolsillos del pantalón, entonces sonaba la alarma del teléfono, la apagaba y se me olvidaba tomarme los chochos.
Finalmente logré agotarlos y, sintiéndome mejor volví al consultorio por la segunda dosis más moderada. En efecto la doctora me dió solo tres frascos, con los horarios más cortos, y me aclaró: “este tratamiento ya es de por vida”.
M.G.