Relatos dominicales
Miguel Valera
Caminé una noche de viernes por las calles de Xalapa. El Centro Histórico, a reventar. Hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría subían y bajaban. El olor del puesto de hot dogs en Lucio —los que tienen papa y queso son una delicia—, me hizo detenerme muy cerca de la entrada del bar México, en donde estuve tentado a meterme para saborear una torta de jamón serrano. El café don Justo, de la esquina de Leandro Valle y Enríquez, a reventar.
Llegué al Hospital Regional de Xalapa “Dr. Luis F. Nachón” y me sorprendió ver a un grupo de jóvenes del Instituto Tecnológico Superior de Xalapa entregando cobijas. Es parte de nuestro programa social “AyudaTec”, me dijo la maestra Aida Yaneli Cortina Pérez, titular de la Unidad de Género. La instrucción de nuestro director Walter Luis Sáiz es que generemos conciencia entre los alumnos de regresar a la sociedad lo que la sociedad invierte en su educación.
Como reportero que he sido, hice registro, tomé datos, conversé con señores y señoras que recibieron una cobija, una prenda para cubrirse del frío o un vaso con café negro bien caliente. Ya casi para retirarme una señora se me aceró y me pidió que le apoyara para tomar un taxi. Vi uno cercano y lo llamé, pero me aclaró: no, coopéreme, porque no tengo para pagarlo. Se me hizo un nudo en la garganta y lo peor, como el viejo doctor Ernesto Zedillo, no traía “cash” para ayudarle. Se fue triste.
—¿Cómo iba a decirle que me esperara para pedir que me cambiaran un billete de mil pesos en la tienda? Seguramente la señora, que necesitaba apenas cincuenta pesos, pensaría que mil en una cartera era muchísimo dinero. Sí, reflexioné, para muchos mexicanos tener mil pesos en el bolsillo es tener mucho dinero. Por eso el éxito de los programas sociales que te ponen 3, 4 o 5 mil pesos cada mes en forma de “pensión” para adultos mayores.
¿Por qué el éxito de un gobierno de esa naturaleza?, preguntaba un analista político en la televisión esa tarde. Y más allá de sus elocuentes respuestas, la mía me la estaba dando la señora del dinero para el taxi esa noche. Para muchas personas 50 pesos o cien pesos es un mundo de dinero y a pesar de la inflación, pueden comer uno, dos o tres días con ese dinero.
Me fui del centro hacia el restaurante Madison en la Plaza Ankara, en la zona de Las Trancas, para cenar y conversar con amigos. Mientras disfrutaba un escocés en las rocas, con el gusto de saludar a viejos compañeros de trabajo, pensaba en esa señora y sus cincuenta pesos. ¿Qué haría? ¿Cómo resolvería su traslado? ¿Qué problema tendría? ¿Su esposo enfermo, su hijo, su hija? De alguna manera cargaba con el remordimiento de que pude ayudarle y no lo hice.
Cerramos la velada en Mezontle con música ensordecedora, con jóvenes felices, desbordados, ingiriendo alcohol como si se fuera a terminar el mundo. Sentí que ya no encajaba en este ambiente. Frente a mí, un chico vestido con un traje a modo de obispo, levantaba una botella para brindar con sus acompañantes. Un rito explosivo, una liturgia desbordante, el ritual de la vida loca, a todo lo que da.