Carlos Ferreyra
No, Xóchitl, no permitas que quienes te rodean, te conviertan en una cosa chistosa, alguien a quien ellos están conformando de acuerdo con su gusto, no digo su inteligencia porque no parece moneda de uso entre ellos.
Anuncian una batucada, un baile masivo de origen africano y muy del gusto brasileño. Entra por una puerta la candidata opositora pegando brincos como niña saltando la reata
Una mujer se le lanza al cuello para tomarse una foto, del lado contrario un joven la apergolla con el mismo propósito.
Nadie que ponga orden, desamparo, riesgo e irresponsabilidad.
¿Nadie cuida de la señora Gálvez?
Los huipiles y los baturrones coloridos parecen la insignia. No son atuendos, como los llevan con gracia nuestras etnias, sino disfraces multicolores con ciertos dejos de modernidad.
Sigue la fiesta en la que no hay un guión, una secuencia racional.
Los que se afirman simpatizantes se divierten, gozan y llevan y traen a Xóchitl según se les ocurre.
Los discursos avasallados por las entrevistas de los incontables periodistas de ocasión que pululan por las redes.
Los mensajes se fraccionan y pierden sentido.
Y de nuevo el acto de masas termina en pachanga entre gritos, explosiones de júbilo y un personaje central a la que no parece atraerla demasiado la formalidad del cargo por el que compite.
No, Xóchitl, no queremos un circo diferente.
Doy por obvio que usos y costumbres siempre nos traicionan.
Aunque pretende ser un mensaje personal, no lo conocerá: al jefe nunca se le incomoda y sólo se le muestran loas y aplausos. Esperemos que la gente no se canse pronto del novedoso espectáculo.