José Luis Parra
¿Reabrir el caso Colosio a 31 años del magnicidio? Vaya ocurrencia. En plena estrategia electoral, el expediente regresa del congelador con el polvo intacto, pero ahora con una nueva figura: Jorge Antonio Sánchez Ortega, exagente del CISEN, detenido en Tijuana. Una jugada quirúrgicamente calibrada: revive pasiones, distrae del presente, y agita el avispero de la sospecha permanente. ¿Buscan justicia o buscan votos?
En el país de la violencia interminable —donde ejecutan a alcaldes como Carlos Manzo en Michoacán sin que nadie se inmute— regresar al asesinato de Colosio suena a trampa mediática. Hay muertos frescos, pero el gobierno prefiere los cadáveres viejos: no reclaman, no se organizan, no incendian redes. Los jóvenes de hoy, sin embargo, sí. Y eso empieza a inquietar.
Sánchez Ortega fue detenido a 15 metros de Colosio, con manchas de sangre, prueba de rodizonato positiva, contradicciones en su versión y una rapidez inexplicable en su liberación. Todo eso no bastó en su momento para mantenerlo bajo custodia. Pero ahora sí. Ahora que la 4T necesita cortinas de humo, justificaciones de fuerza, y una pizca de heroísmo histórico.
El fantasma de Mario Aburto
El abogado de Mario Aburto insiste: su cliente no fue. El disparo mortal vino de otro lado, y lo saben desde 1994. Un tirador profesional, quizá “el Ruco”, a quien supuestamente ejecutaron al día siguiente. Las trayectorias, los peritajes, los testimonios, todo apunta a una ejecución con coreografía.
Pero el Estado eligió su chivo. Lo mantuvo en prisión, le bloqueó la liberación con maniobras jurídicas, y ahora pretende montar el teatro del redescubrimiento. Si de verdad buscan al segundo tirador, ¿por qué mantener preso al que, supuestamente, no fue?
La reapertura del caso, disfrazada de justicia transicional, tiene otro olor: el del cálculo político.
Durazo en la galería
Y claro, como en toda obra, hay reparto estelar. El gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, excolosista, actual morenista, aparece otra vez en el cuadro. Discreto, agazapado, pero disponible. Si la narrativa exige bandera colosista, ahí está. Con foto de archivo, discurso medido y la autoridad moral que le prestó un muerto ilustre.
Durazo carga con una Sonora ensangrentada. Caborca, Hermosillo, Cajeme … la narcoguerra ahí no es historia: es presente continuo. Y mientras las fosas se multiplican, él pasea, promueve, y se acomoda. El viejo método Montessori ya no basta.
La sombra de Beltrones
En paralelo, el otro sonorense incómodo: Manlio Fabio Beltrones. El favorito de las teorías de conspiración. El que AMLO quiso involucrar en la autoría intelectual del crimen. Nada ha sido probado. Pero da igual. Lo importante no es demostrar, sino señalar. La culpa flota y contamina. Y en un momento en que Beltrones se rearma para el Senado, agitar el caso Colosio también tiene utilidad estratégica.
Si la elección se aprieta, si el régimen se tambalea, no será raro ver de nuevo ondear la bandera con el rostro de Colosio. La 4T ya mostró que no le tiembla la mano para hacer campaña con muertos. Y si alguno tiene el perfil perfecto, es él: institucional, carismático, sacrificado. El mártir útil.
La violencia y el futuro
El país está al borde del colapso por otras razones. La violencia no necesita teorías: está filmada, fotografiada, documentada con sangre. Pero hablar de eso no conviene. Mejor desempolvar viejos expedientes, confundir a la opinión pública, montar una narrativa épica de redención.
Revivir a Colosio no es justicia, es estrategia. Es campaña. Es manipulación.
Y eso también es una forma de asesinarlo.





